El llanto de Tristán la desveló. Aún medio dormida se acercó a la cuna para coger en brazos a su pequeño. El reloj marcaba las 3 de la tarde, se extrañó de que nadie la hubiera despertado para comer. Supuso que al verla dormir, decidieron dejarla descansar. Y lo agradeció.
Se dirigió al baño con Tristán en brazos para cambiarle. El bebé, al notar el agua templada, se relajó y dejó de llorar.
Francisca sonrió al comprobar como a Tristán parecía encantarle bañarse. Pensó en Raimundo, él siempre que llegaba el verano pasaba largas horas sumergido en las aguas frías del río. Recordó como le había enseñado a nadar años atrás y las tardes que habían compartido juntos bañándose.
Tras bañar al pequeño, Francisca se vió con las suficientes fuerzas como para bajar al comedor con él en brazos. Le extrañaba que aún no hubiera subido nadie para avisarle para comer y la verdad, su estómago comenzaba a rugir.
Desde las escaleras escuchaba voces en el comedor. Distinguió la voz de su padre y la de Leonor, así que pensó que se trataba de una riña de enamorados.
Al notar la presencia de Francisca con Tristán en brazos, ambos callaron. Francisca miró alrededor para comprobar que se hallaban solos y se acercó hacia ellos.
- Pero bueno Francisca ¿cómo se te ocurre bajar sin ayuda y además con el pequeño en brazos? - Le inquirió Don Enrique.
- No se inquiete padre. He bajado porque tenía hambre, además, Tristán quería verles. ¿A que sí cariño mío? - Le preguntó sonriente a Tristán mientras le mecía.
- Ahora mismo te subo la comida Francisca. - Dijo Leonor mientras se dirigía hacia las cocinas, no sin antes acariciar al pequeño.
- Muchísimas gracias, Leonor. - Le contestó Francisca sonriéndole mientras se sentaba en el sofá. - Padre, ¿dónde está Salvador?
- Ha marchado a ver las tierras. - Le respondió serio Don Enrique. - ¿Por qué lo preguntas? - Preguntó mientras se sentaba a su vera.
- Curiosidad simplemente. ¿Qué tal ha ido la celebración en la casa de comidas?
- Bien. - Contestó brevemente mientras jugaba con Tristán.
- Padre ¿a qué está usted tan serio conmigo?
- ¿Yo? No estoy serio. - Trató de escurrir el bulto como pudo.
- No mientas a tu hija, Enrique. - Dijo Leonor mientras se acercaba con la comida para Francisca.
- Así que estoy en lo cierto. ¿Qué ocurre?
Enrique miró a Leonor reprobando su acción, seguía pensando que era mejor no decirle nada a su hija.
- Vamos Enrique, prometimos no ocultarnos nada nunca más. - Le recordó mientras cogía a Tristán en brazos para que Francisca y su padre pudieran hablar más cómodamente. - Además, he enviado a las doncellas a adecentar el jardín, no hay nadie en la casa.
- Está bien. Cuando os aliaís no dejáis opción. Verás Francisca, cuando estábamos en la casa de comidas celebrando el nacimiento de Tristán, llegó Raimundo.
- ¿Cómo está? ¿Le ha sucedido algo? - Interrumpió Francisca a su padre temiendo lo peor.
- No no, tranquila. Está bien. Simplemente entró para comer allí y Salvador aprovechó para humillarle, comparándolo con una partera de caminos.
- ¿Y qué hizo? - Preguntó temerosa Francisca, pues sabía que Raimundo no podría controlarse por mucho tiempo.
- Ni se exaltó, ni se alteró, ni nada. Simplemente le humilló a él contestándole que era un mantenido. Tras ello, le sugerí a Salvador marchar hacia aquí y él, viéndose sin réplica para Raimundo, aceptó y nos fuimos.
- Entonces sólo ha habido un enfrentamiento verbal. ¿No? - Preguntó aún sin estar convencida.
Tanto Don Enrique como Leonor, callaron. Leonor, viendo que Enrique no iba a hablar, decidió hacerlo ella.
- Sí, de momento sí.
¿Cómo que de momento?
- Verás hija, mientras volvíamos Salvador se detuvo a hablar con sus secuaces. Yo hice como que continuaba andando hacia aquí, pero me escondí tras unos matorrales y... Y escuché como les ordenaba "darle un escarmiento a Raimundo".
Francisca se quedó blanca. No podía volver a suceder. Otra vez no. Ni Raimundo podría aguantar otra paliza ni Salvador dejaría que esta vez saliera con vida. Notaba a su padre agitarla tratando de que volviera en sí. Leonor le llamaba si cesar. Escuchaba como su padre le recriminaba a Leonor haberle obligado a contárselo. Sentía en llanto de Tristán. Y poco a poco volvió en sí. Le pidió con la mirada a Leonor que le devolviera a Tristán. Le abrazó con fuerza, tratando de serenarle.
- Tengo que avisar a Raimundo. - Dijo mientras trababa de ponerse en pie.
- Quieta aquí, Francisca. - Le contestó Don Enrique sujetándola con fuerza del brazo.
- ¡Lo va a matar! - Le gritó Francisca mientras trabataba de soltarse de su agarre.
- Francisca, tu padre y yo hemos pensado algo. Pero comprende que no puedes ir a avisarle. Y menos en tu estado. Escúchanos, por favor. - Le rogó Leonor.
- Hija, no podemos avisarle. Pues Salvador sabría que hemos sido nosotros y lo pagaría contigo o con Tristán.
- ¿¡Propone que le dejemos morir?! - Le gritó Francisca.
- No, por supuesto que no. Pero Leonor y yo, hemos pensado en otra opción.
- ¿A caso hay otra opción que no sea avisarle?
- Sí, Francisca. Avisar a Ramón Ulloa. - Enrique paró al ver la cara de sorpresa de su hija. - Ramón puede ser un desgraciado, pero jamás permitiaría que acabaran con Raimundo.
- Además. - Prosiguió Leonor. - Rosaura, su doncella, me ha contado que esta mañana Raimundo se acercó a la casa de los Ulloa a recoger sus cosas y que Ramón trató de evitarlo, sin éxito. También me ha dicho que se encerró en su despacho cuando Raimundo se fue y, desde fuera, le escuchaba llorar. Incluso me dijo que hablaba sólo, repitiendo que no podía perder a Raimundo.
- Francisca, si avisamos a Ramón, de seguro que él sabrá como actuar. De hecho voy a ir ahora mismo, si tú estas de acuerdo.
Francisca no sabía que decir. No se fiaba de Ramón, pero tampoco podía quedarse quieta. Finalmente accedió, apelando al sentido común del Ulloa, que actuaría para proteger a su hijo.
- Está bien. Pero prométanme una cosa antes. Si Ramón se niega, avisaremos y protegeremos a Raimundo. No voy a permitir que le pase nada. Su vida es la mía propia. ¿Queda claro?
Don Enrique y Leonor asintieron y, seguidamente, el Montenegro salió de la Casona dirección a la residencia Ulloa.
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Raimundo y Francisca
RomanceRaimundo, con 24 años, acaba de terminar la carrera de Medicina y ha vuelto a Puente Viejo para quedarse. Francisca, de 22, se dedica a administrar sus tierras junto a su padre, Enrique Montenegro. Ambos se conocen desde niños y la amistad inicial s...