Raimundo y Francisca

NATALIA I

Tras lo que le había relatado Raimundo, respiró profundamente por primera vez en mucho tiempo.

Ahora sabía que podía contar con él y que este no titubearía a la hora de ayudarle, ambos se necesitaban más que nunca. Así que tomó aire y se dispuso a contarle su historia.

- Claro que te entiendo Raimundo, no necesito ponerme en tu piel para comprenderlo, pues yo misma lo estoy viviendo.

- ¿A qué te refieres Natalia? - Preguntó Raimundo algo desconcertado.

- Verás... Yo también tengo algo que contarte, y te ruego que no me interrumpas hasta que acabe, tal y como yo he hecho antes.

- Por supuesto.

- Al igual que tú, mis padres también me obligan a casarme por conveniencia, claro que sin amenazarme de tal modo como lo ha hecho tu padre. Durante años he mantenido una relación con Zacarias, el mozo que realiza los recados, supongo que sabes a quién me refiero. Ambos nos amamos desde hace años, estaba dispuesta a renunciar a todo por él. Por estar junto a él toda mi vida. Pero un día mi padre nos sorprendió en mi alcoba en una situación... Un tanto comprometida, ya me entiendes. Se enojó en demasía y pago su ira con él. Desde entonces me prohibió tajantemente que volviera a acercarme a Zacarias, advirtiéndome de que si no cumplía su voluntad, lo echaría a la calle y ni él, ni su familia volverían a encontrar trabajo. Puede parecer una nimiedad de amenaza al lado de la tuya, pero Zacarias tiene a su padre muy enfermo y necesita el dinero para cuidarle, así como a su hermana ciega. Yo podría haber soportado vivir en la inmundicia junto a él pero ¿y ellos? ¿quién soy yo para arrebatarles la poca calidad de vida que tienen? - Natalia rompió a llorar. Cierto era que se había quitado un peso de encima, pero con sólo recordarlo la angustia junto a la impotencia la revolvía por dentro.