FRANCISCA IX

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Francisca acababa de despertarse, el suave roce del Sol sobre su piel la había despertado. No necesitó girarse para comprobar que Salvador no había dormido con ella. Se abrazó a su vientre. Mejor así.

La noche anterior habían discutido. Apenas llevaban cinco días de casados y ya había discutido más veces con él que en toda su vida con el resto de la humanidad.

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Tras el banquete de bodas, Salvador y ella viajaron hasta Oviedo para pasar allí su Luna de Miel. La noche de bodas la pasaron viajando. Mientras Salvador trataba de explicarle qué iban a hacer y qué iban a visitar, Francisca no dejaba de pensar en Raimundo. Apenas hacía un mes y medio desde que se fue.

¿Dónde estaría? ¿Cómo sería Natalia? ¿Habría pensado en ella? Eran preguntas que se repetía decenas de veces durante el día. Y a pesar de no querer saber las respuestas, necesitaba conocerlas. Necesitaba saber si estaba bien, si era feliz. Se sintió una estúpida por desearle felicidad alguna. No la merecía, al igual que ella no merecía esta desdicha que estaba viviendo.

Cuando llegaron a Oviedo, Salvador y el botones del hotel entraron todas las maletas en su habitación. La más lujosa del hotel, con unas vistas envidiables. Mientras disfrutaba de las vistas intentando captar la paz que despendrían, sintió los brazos de Salvador rodeándole la cintura.

Acto seguido notó sus labios marcándole un sendero de besos alrededor del cuello mientras su manos acariciaban bruscamente sus pechos. Francisca gimió de dolor.

- Lo siento cariño. El deseo por hacerte mía me puede.

Francisca se dejó hacer. Las caricias de Salvador habían tomado un camino más sensual. La había desnudado y no cesaba de tocarle sus partes íntimas mientras se desnudaba. Cuando terminó de desnudarse, le separó las piernas y la embistió. La tomó con una brusquedad mayor que en las otras ocasiones, sin cesar en morderle los pechos y repetirle al oído con tono jadeante: eres mía, sólo mía.

Cuando terminó le ordenó que recolocara toda la ropa de las maletas y que estuviera lista a las diez para ir a cenar. Salió por la puerta sin que a Francisca le diera tiempo a replicarle siquiera.

Los siguientes días fueron iguales. Salvador sólo se pasaba por el hotel para comer, tal vez cenar y para hacerla suya cada vez que le viniese en gana. Francisca procuró contenerse.

Hasta ayer. Harta de la brusquedad de Salvador y preocupada por si dañaba al feto, decidió impedirle que la tomara más, asegurándole que le dolía el vientre.

Salvador bufó. Él quería poseerla cada vez que quisiera. Era suya y él disponía cuándo y qué se hacía. No podía permitir que Francisca se le subiera a la chepa, pero, por otro lado, ese niño era su futuro de vida y debía nacer sano y salvo. Así que decidió ceder, eso sí, a su manera.

Él no la tomaría si ella le propiciaba con sus manos y su boca el placer que necesitaba.

Cuando escuchó la propuesta, Francisca empalideció. Sólo de pensarlo sentía nauseas, pero no sabía como negarse, él era su marido y ya le había dejado bien claro cual era su lugar a su lado. Un cero a la izquierda.

Pero aún así, Francisca sacó su orgullo y se negó. Salvador se enfureció como una bestia enjaulada y, tras insultarla de todas formas posibles, la abofeteó.

- Hoy ha sido en la cara. La próxima vez que me desobedezcas, será en el vientre. ¿Me has entendido?

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora