RAIMUNDO II

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Tras haber hablado con todos sus contactos y realizar decenas de entrevistas y pruebas, por fin Raimundo había conseguido trabajo. Era el nuevo pediatra del Hospital General de Madrid.

Sólo hacía tres días de su llegada a la capital. No podía decirse que se sintiera incómodo en casa de los Balboa. La verdad es que se sentía mejor que en su propia casa, aunque ese nunca sería su hogar. Su hogar, el único lugar donde se sentía tranquilo y reconfortado era entre los brazos de Francisca.

Había pensado en redactarle una carta a Francisca. Necesitaba saber como se encontraba, pues temía que hubiera podido cometer una locura.

Sabía que ahora mismo debía odiarle con toda su alma, y bien merecido lo tendría, pero prefería que sintiera ese odio hacía él, por más que le destrozara, a que no levantara cabeza.
Si la situación hubiera sido a la inversa, él se habría quitado la vida. Y esa idea le llevaba rondando por la cabeza varios días. Arrebatarse la vida, acabar con todo, terminar con este dolor que le oprimía el pecho.

¿Pues qué sentido tenía seguir respirando si no era el mismo aire que ella? Francisca era su motor, su fuerza, su felicidad. El motivo por el que se levantaba cada día. Por ella habría soportado cualquier castigo de su padre, salvo uno: poner su vida en peligro.

No podía pegar ojo por las noches. El desasosiego de no saber nada de ella le desquiciaba. Pasaba las noches al lado de una botella de coñac francés hasta caer rendido. Por ello había decidido hacer algo al respecto.

Aquella misma mañana, tras despertarse con una terrible jaqueca provocada por el alcohol ingerido durante la noche, se decidió a escribir una misiva a Leonor. Era la única posibilidad de conocer como estaba Francisca sin ponerla en peligro.

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Querida Leonor,

Supongo que a estas alturas ya estará al tanto de lo acontecido con Francisca.

Si me atrevo a escribirle una carta es por ella, me gustaría saber como se encuentra.

que no tengo ningún derecho a preguntar tras lo ocurrido y también que usted no tiene obligación alguna de responderme, pero desearía que lo hiciera.

También me atrevo a pedirle otro favor, aunque este que ya lo está haciendo, sin necesidad de que nadie se lo pida: cuídemela. Ambos sabemos que es fuerte como un roble, pero a la par sensible como nadie, a pesar de que trate de ocultarlo tras su coraza de orgullo.

Raimundo y FranciscaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora