ESPECIAL III. SOMOS UNO.

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Marsella, Francia.
Día 37,  16:40  hrs.


Lay estaba acostado de lado en la cama, no dormía, solo estaba ahí, viendo por la ventana. Iba vestido de blanco y al guardián líder se le ocurrió que el color le quedaba perfecto, no solo porque le iba bien, sino porque lo representaba.

Suho se subió a la cama vestida con sabanas también blancas y se recostó sobre su costado izquierdo, detrás del sanador, pegándose a su cuerpo y pasándole un brazo sobre el abdomen. Sabía que Lay seguía molesto y por eso no le hablaba. Por un momento pensó en hablarle, pero su elocuencia lo había abandonado. Además, se sentía bien recostarse a su lado y solo abrazarlo. El sanador era cálido y era hermoso, sus labios eran dulces y embriagadores. 

De pronto, los pensamientos de Suho tomaron una nueva dirección.

Con un repentino impulso, el guardián del agua se arriesgó a meter su mano debajo de la camiseta blanca y acariciar la suave piel del torso, provocándole esos usuales retorcijones bajo la piel al sanador. Sin una sola palabra, Suho se pegó más a Lay y empezó a besarle el cuello de forma húmeda. Deslizó su tacto sobre el brazo de Lay, acariciando hasta llegar a la punta de los dedos, en donde entrelazó sus manos. El cuerpo del guardián del agua estaba ahora elevándose un poco sobre el del sanador, para alcanzar a besar su boca, sin perder la posición de lado en la que estaban. 

Sintiéndose atrevido, Suho soltó su agarre y movió de nuevo su mano hacia abajo, pero esta vez hacia el pantalón de su compañero. Sin dejar de besarlo, empezó a bajar esa prenda, junto con la ropa interior. 

Lay no dijo nada, se limitó a devolver los suaves besos y a colaborar con sus movimientos para hacer desaparecer las prendas de su piel. Tenía miedo y no sabía por qué. Todo estaba bien porque era Suho, el lindo guardián que lo había cuidado desde que llegaron a la Tierra, él no lo dañaría, jamás lo haría.

Suho no podía contenerse más, quería unirse a Lay y quedarse por siempre con él, estaba completamente seguro y su cuerpo le pedía sentir la piel desnuda del guardián junto a la suya.

Quitó las prendas de su compañero y también las suyas con ágiles movimientos hasta quedar piel contra piel, ambos acostados sobre su lado izquierdo. Con su pecho pegado a la espalda de Lay, tuvo la fortuna de poder acariciar sus largas piernas humanas de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, con delicados roces, como si el frágil guardián pudiera romperse en cualquier momento. Con la excitación navegando por ambos cuerpos, pequeños suspiros y estremecimientos eran liberados sin permiso, mientras Suho no daba tregua a los labios que besaba. Perdidos en esa nube de excitación que pedía a gritos por más, los guardianes dejaron que los bajos instintos los dominaran. 

Lay sentía por toda su espalda la piel de su compañero; suave y caliente, caliente y húmeda. Provocándole vibraciones cada dos segundos. Sus labios estaban hinchados ya, y su masculinidad humana dolía y palpitaba, ansiando atenciones. Y como si Suho pudiera leerle el pensamiento, en ese momento envolvió su dureza con la mano derecha, acariciando toda la longitud con fuerza e insistencia. La mente del inocente sanador estaba enajenada. Suho conducía y él le seguía gustoso. Suho le levantó un poco la pierna acomodándola entre las propias y él se dejó hacer. Suho seguía moviendo la mano sobre su masculinidad y él juraba ver el firmamento completo con sus ojos cerrados. Y Suho parecía estar en iguales condiciones. Lay intentaba pensar con claridad, pero la sensación era demasiado intensa, desgarraba sus pensamientos, dejando solo la visión de Suho en su mente, Suho y mil estrellas, Suho y luces enceguecedoras. Poco a poco el guerrero del agua se introdujo en él, lenta y cuidadosamente. 

Lay estaba tan perdido entre sensaciones y le costaba tanto dejar de embestir la mano de su amante, que le facilitó a Suho penetrarlo completamente. Pero lo sintió; sintió cuando Suho lo llenó, sintió cuando Suho dio un suave pero certero golpe a su punto máximo de placer. Lay se retorcía tanto que Suho tuvo que soltar su miembro y retenerlo con un brazo fuertemente enrollado a su cintura para mantenerlos unidos. Los besos no cesaban aunque no les quedara aire para respirar. Lay se arqueaba, con una mano sobre el cabello de Suho y con la otra sujetándose de las sábanas, estrujando y soltando una y otra vez la fina tela. En el momento enloquecedor previo a alcanzar el clímax, el buen sanador no pudo soportar más tantas emociones y se separó de su guardián personal, huyendo hacia el borde de la cama.

—Vuelve aquí —Suho suplicó con voz rasposa. Atónito, al haber sido abandonado tan bruscamente. 

—¿Qué es esto? —Lay jadeaba con los ojos desorbitados. —No puedo respirar —intentó calmarse. Echó su cabeza hacia atrás y gruñó pesadamente. 

Desnudo, sudoroso e hincado sobre la cama, en contraste con la luz que entraba por la ventana, Lay representaba la imagen más erótica que Suho pudiera haber imaginado alguna vez.

—Es ...demasiado —el sanador murmuró.

Como ninguno de los dos se atrevía a decir nada más, en la habitación se escuchaban claramente los latidos desesperados de ambos guardianes.

Suho se acercó a él, jadeando, y lo envolvió en un abrazo —Está bien, todo está bien —le susurró al oído, de forma tranquilizadora. Luego se alejó un poco para darle su espacio.

—Estábamos mezclándonos... como si nos convirtiéramos en uno —a Lay le costaba pensar bien.

—Nosotros somos uno —Suho lo miraba a los ojos con tanta intensidad, que parecía traspasar su alma con sus ojos oscurecidos, —y siempre seremos uno.

Una solitaria gota de agua se escapó de uno de sus cristalizados ojos y cayó a la cama mientras sus miradas se encontraban atrapadas una en la otra.

Era todo lo que el guardián de la curación necesitaba escuchar, la pacífica voz de su líder, la voz que asemejaba al movimiento de suaves olas en un lago de agua cristalina al amanecer; su voz de agua, el sonido del agua que podía poner a Lay en caos o en paz. Se acercó de nuevo a él, con su aliento recuperado pero con su corazón más agitado, y dio inicio a otro beso, uno suave y puro, con una sensación que solo él sería capaz de transmitir. Le rodeó el cuello y se echó hacia atrás acostándose de espaldas y trayendo a Suho sobre él. Separó sus piernas para darle cabida entre ellas a su compañero.

Esta vez, al alcanzar el clímax, Lay no tenía sus ojos cerrados y no se aferraba a las sábanas; se aferraba a la espalda, brazos y hombros del guardián del agua. Miró con idolatración al ser capaz de hundirlo en un océano de emociones y volverlos uno. Excitándose aún más en las constantes ocasiones en las que Suho le robaba pequeños besos, o le daba suaves mordidas a sus labios, o cuando se acercaba a su oído para susurrarle "te quiero", o simplemente para gemirle seductoramente. También fue un gran espectáculo verlo fruncir el ceño, morder sus propios y perfectos labios, ver todas las gotas de agua que corrían desde las sienes del ser sobrehumano que lo embestía cada vez más rápido y más fuerte, adivinando lo que el cuerpo de Lay necesitaba. 

Todo sucedió sin apartar la mirada uno del otro, ambos grabando en sus mentes el momento para la eternidad o para lo que durara la vida humana, porque en ese preciso momento decidieron en silencio seguir siendo uno en la Tierra, tan humanos como les fuera posible.

Ya no había razón para regresar a sus planetas. O quizá, nunca la hubo.


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