—Miente. Eso no es lo que demuestra.
—Lo sé. Pero no miento —lucía avergonzado—. Nunca fue mi intención hacerte daño. Imaginé que vendrías, traerías tu obra, te coquetería y te irías. Que después te llamaría para decirte que tu pintura había sido seleccionada y te invitaría a cenar para celebrarlo, así habríamos empezado a conocernos y tal vez no me habría negado a qué me quisieras. Es más, estaba predispuesto a permitirlo cuando te conocí, pero te vi imposible cuando quisiste quererme sin saber lo que implica.
—¿Sin saber lo que implica? —pregunté a lo que él asintió— ¿Y qué son esas implicaciones?
—Muchas cosas, Laila. Cosas que jamás habrías imaginado. Me aterraba que no me quisieras.
—Es una lástima —rezongué—. Cuando te quise y me aloqué, me echaste.
—Y lo lamento, pero no quiero que te arrepientas.
—Si me explicas porque habría de arrepentirme, tal vez podría considerar tus miedos —dije sentándome en el sofá.
Me miró dubitativo, crucé las piernas y esperé una respuesta. Él se ubicó frente a mí y respiró profundamente.
—Lo que más miedo me daba era el sexo. Eso lo piensan muchas mujeres antes de entablar una relación con un hombre. No siento casi nada del pecho para abajo y absolutamente nada desde la pelvis hasta los dedos de los pies.
—¿Entonces cómo... lo hicimos? —pregunté jugando con mi pelo.
—Son erecciones reflejas —respondió un poco apenado—. Me estimulaste visualmente y cuando me besaste... —sonrió— Eso hace que funcione y el viagra hace que se sostenga.
—Bueno, por lo visto no es malo en la cama. Para que se sienta tranquilo, a mí me gustó. No le vi problema y usted solo me corrió.
—Imagina que no podamos pasar de las mismas posiciones a ver si me dices lo mismo —eso me dolió, no lo había pensado—. A parte de eso hay muchas cosas que no puedo hacer y que muchas parejas quieren vivir. ¿Has ido a la playa?
—No —me encogí de hombros.
—Bueno, eso es algo que nunca podríamos haber hecho. ¿Qué haríamos cuándo quieras conocerla? Yo fui cuando era joven, con mi familia, pero no puedo volver tan fácilmente.
—¿Por qué? —había un lugar al que quería ir alguna vez en mi vida, y era a la costa caribeña.
—Las ruedas de una silla como esta pueden atorarse, la eléctrica se puede averiar por la arena. Son muy pocas las sillas que venden para playa, las hay en España, México, pero no aquí —suspiró—. ¿Has ido de campamento? —negué de nuevo— Tampoco haríamos eso. Solo imagina que me atascara, sería ridículamente gracioso y molesto —rió—. La cursilería en el cine sería incómoda, deberías sentarte en la primera fila y no quisiera que te diera torticolis, yo ya lo viví —no pude evitar reír—. Lo mismo con los conciertos. No me gusta salir, la gente me observa y eso me irrita.
—Eso explica el maravilloso primer día —dije sarcástica—. ¿Algo más?
—Siempre hay más. Me encanta nadar y disfrutar del agua, pero ahora es muy difícil lograrlo sin hundirme. Y están las cuestiones en las cuatro paredes: cero escaleras, mucho espacio. Debo ir al baño cada cuatro horas porque sí o porque de pronto. Antes usaba una sonda permanente, pero ya soy libre de ella, aprendí de cero a ir al baño con sondas desechables —no pude evitar sentirme sorprendida—. Ya sé que suena asqueroso, pero esa es mi realidad
—Lo entiendo. Ha tenido grandes avances de nuevo.
—Así es. Tampoco puedo comer de todo porque podría complicar el proceso de digestión. Podría pasar que no pueda respirar por mí mismo o que mis riñones colapsen por completo.
—Si me hubiera dicho eso aquel día, probablemente la situación habría sido diferente...
—Lo sé, Laila, pero no quería asustarte —dijo con la expresión decaída.
—No. No puedo quererlo, tiene razón. Usted me alejará cuando se asuste de nuevo —me paré del sofá, él lucía destrozado, lo que acababa de confesar nos unía más, me gustaba mucho ese hombre, pero no era para mí, no me iba a dejar nada bueno—. Debo irme, se hace tarde. Hasta luego.
Salía cuando Samuel me detuvo, me había agarrado la mano. Esa silla de ruedas era terroríficamente silenciosa.
—¿Puedo intentarlo?
—Para que lo logre, usted tendría que borrar muchos fantasmas —respondí mirándolo.
—Háblame como el primer día, con tu torpeza y tu espontaneidad —dijo suplicante.
—No puedo. Lo siento.
Me soltó con suavidad y volví a mi estudio, recogí mis cosas y busqué a nana Emma para despedirme. En ese instante, el adiós era inminente, ya no había nada que me obligara a quedarme allí.
—Nana Emma, ya me voy —dije sonriente.
—¿Ya pasaron tres meses? —me preguntó sin detenerse en su labor de sacar la ropa de la secadora.
—Mañana se vencen, pero ya he terminado todo —sonreí—. Traté de dejar el estudio lo más ordenado posible.
—Bueno mi niña.
—Por favor, vaya al médico o le diré la verdad a Samuel.
—No. Ya no hay nada que hacer, ahora lo que me queda es tener una calidad de vida, y para eso no hay nada mejor que continuar como si no ocurriera nada —me sonrió.
—Cuídese por favor, Samuel la necesita —traté de conmoverla.
—Yo ya viví mucho, ahora el necesita de la mujer que no puede tocar. —conque a eso se había referido.
—Lo siento nana. No puedo hacer nada por él —dije saliendo.
—Puedes hacer mucho, después de mí, solo tú lo conoces mejor que nadie.
No volví la mirada y salí de prisa del cuarto de lavado. O nana Emma era demasiado sabia o era bruja.
ESTÁS LEYENDO
Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)
RomanceCuando Laila Haggard, guiada por un sueño, conoce a Samuel Gross, descubre que éste no solo es el famoso escritor Sam Sly, sino que también es un poco diferente a ella; sin embargo, eso no es impedimento para que la atracción haga de las suyas y naz...