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—Te lo explico en la casa.

—¿En la casa?

—¿Viven juntos? —preguntó el padre de David.

—Somos novios. Estoy avanzando con él —sonreí.

Ambos me miraron sorprendidos, y noté que la noticia no les agradaba mucho.

—Te dije que harías grandes cosas —dijo don Jaider abrazando a su esposa—. Ella es una niña excepcional, aunque creo que ahora es toda una mujer. Cuídala como mi hijo lo habría hecho —hizo una sonrisa leve mirando a Samuel.

—Lo haré.

—Eso espero. Sigue...

El sonido se hizo eco en mi cabeza y el mundo comenzó a girar de nuevo, obligándome a apoyarme en la pared de los osarios. Durante unos segundos mis ojos se nublaron y sentí como varias manos me tomaban. Algo en mí andaba de mal en peor. 

Me senté en el suelo parpadeando rápidamente hasta que pude distinguir qué había frente a mí, encontrándome así con las miradas atónitas de mis imprevistos acompañantes, en especial la de Samuel que lucía molesta.

—¿Qué ocurre? —susurró, inclinándose hacia mí.

—No lo sé.

—Nos vamos ya para el hospital —su tono fue tan tajante que pareció una orden.

—No... debe ser porque aún no almuerzo.

—Laila, ¿te encuentras bien? —don Jaider me ayudó a ponerme de pie con ayuda de Samuel.

—No se preocupen —me llevé una mano a la frente, sintiendo como el mundo giraba de nuevo, aunque no con la misma impresión anterior—. Creo que debemos volver a casa —agregué mirando a mi novio.

—¿Seguro que la puedes cuidar?

—Sí señor. Tengo el auto afuera, no se preocupe.

—Claro que me preocupa, ella le dio las mayores dichas a mi hijo menor. Permítanme los acompaño.

—Cómo usted diga.

El ya anciano hombre nos acompañó hasta la salida del cementerio. Le di las gracias al subirme a la camioneta y le pedí que me excusara con su esposa, él me besó la frente y antes de irse le dirigió una fría mirada a Samuel.

—¿Entonces? —pregunté recostándome en mi asiento.

—Estás enferma y debemos ir al médico.

—Sabes que no estoy hablando de eso. ¿De dónde los conoces?

—Hace 21 años ellos perdieron un hijo, yo perdí mi familia, mis piernas y mi vida. Tus exsuegros son aquellos del pequeño carro que te conté.

Me quedé de una pieza recordando como David odiaba su cumpleñaos. La capital albergaba 12'000.000 de personas, y de toda esa cantidad, nosotros estábamos más que conectados. Primero mi hermana y ahora David... Mi vida estaba dando giros muy bruscos e inesperados.

—Después del accidente, el señor Grimaldi fue a verme, me dijo que lograría grandes cosas y que debía aferrarme a la vida —continuó—, pero esas palabras no me duraron ni año. Recuerdo que me disculpe con él mil veces, a pesar de su insistencia para hacerme entender que no había sido mi culpa; por otro lado, su esposa no fue tan comprensiva. No me quería ver en pintura, y aún creo que piensa lo mismo... El mundo es un pequeño pañuelo en el que habitan gérmenes infinitos —rió.

—Tienes razón —susurré con una risa vacía.

Estábamos rodeados por un gran bullicio, pero aun así entre nosotros el silencio era un abismo incómodo. ¿Cómo habíamos terminado conociéndonos? Era obvio que todo había empezado con mi sueño, y el suyo también, pero... La vida, por lo visto, tenía pensado cruzarnos no solo de manera directa, sino también por medio de terceros.

—¿Es verdad que no vas a volver por él? —el silencio se rompió de una manera abrupta, sacándome de mis pensamientos.

—¿A qué te refieres?

—Lo que le dijiste a su madre —contestó apretando con fuerza el volante.

—Eso es lo que había pensado, no puedo pensar en él si mi vida está ocupada contigo.

—Esto va a sonar horrible —rió—, pero me alegra oírlo.

Solo me limité a curvar mis labios ligeramente. Estaba confundida, mi salud no estaba bien y mi ánimo se arrastraba por los suelos. Prendí la radio para rendirme al sueño en medio del vaivén del tráfico.

Desperté llena de nauseas, entreabrí los ojos y vi a Samuel mirando su celular. Me senté abruptamente, sobresaltándolo.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupado.

—Nada —murmuré detallando que estábamos aparcados en el estacionamiento del edificio—. ¿Qué hora es?

—Las 4:30 de la tarde. ¿Dormiste bien?

—¿Por qué no me despertaste?

—¿Dormiste bien? —insistió.

—Sí. ¿Por qué...

—Eso es lo único que importa —me interrumpió abriendo su puerta—. ¿Vamos?, estoy muriendo de hambre.

—Seguro.

Preparé huevos revueltos con jamón mientras Samuel comía una taza gigante de cereal. Parecía un niño y constantemente actuaba como tal, cosa que me encantaba; pero cuando se trataba de su trabajo o asuntos importantes, era el hombre responsable que había conocido la primera vez.

Me encaminé a nuestra habitación para acurrucarme en la cama, tratando de ordenar aquella cronología que tenía enmarañado mi cerebro; aunque fue en vano porque terminé durmiendo.

La madrugada me tomó por sorpresa, corrí al baño de nuevo con aquella necesidad de vomitar, y así lo hice. No eran ni siquiera las 5 de la mañana cuando volví a la cama, Samuel seguía durmiendo así que me senté al bordo de su lado para verlo mejor. Estaba bocabajo con el torso descubierto y la cicatriz de su espalda se notaba completamente: era larga, la piel en ella parecía haber sido lastimada varias veces y no era estética, pero era suya y eso la hacía dolorosamente valiosa para mí, en especial aquella noche.

Agarré mis audífonos y mi celular decidida a pasear por el apartamento. Supe que debía ir al médico, nada podía pasarme o le fallaría a nana Emma, pero eso no era lo que me preocupaba. Me aterraba el hecho de que Samuel de verdad se quedará solo y me carcomía aun más pensar que podía perderlo cuando estaba siendo tan feliz a su lado. Si bien nuestros días eran diferentes a los de muchas parejas, eran estables y rutinarios, con un poco de emoción de vez en cuando.

Mientras escuchaba One Republic, me metí en la cocina para hurgar en la alacena, mi estómago gruñía reclamando lo que había botado. Tosté unas cuantas tajadas de pan y las unté de arequipe, no podía entender como no había probado aquella combinación en 24 años, pero la dicha fue efímera porque, tras los primeros bocados, devolví todo en el lavabo.

—¿Qué me está pasando? —murmuré aferrándome al mesón.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora