Caminé por los pasillos antes de toparme con una de las dependientas, quien, de manera muy amable, preguntó la razón de mi visita. Luego de plantearle mi duda, ella me entregó un folleto con el top 50 de los mejores obsequios para dar en un BabyShower.
Me detuve a leer la larga lista, que iba desde una reserva de comida para bebé, hasta una reserva de comida para los padres tras el nacimiento. Decidí preguntar por una mecedora automática, una cuna para los primeros seis meses, un monitor y un calentador portátil de teteros.
Mientras caminábamos entre estantes y mirábamos cada una de las cosas que yo había solicitado, no pude evitar pensar en mi bebé, me dolía no saber qué iba a pasar y si podría disfrutar de comprarle todo para su llegada. Era doloroso imaginar el futuro incierto que se venía encima, sin importar cuanto tratara de autotranquilizarme, el temor de que las cosas no estuvieran bien, no dejaba de carcomerme.
—Y bien, ¿cuál le gusta?
—¿Ah? —miré a la dependienta confundida, deshaciéndome de mis pensamientos.
—¿Cuál de todos los modelos que vio le gusta? —repitió, mostrándome el monitor para bebés.
—¿Podrías darme un monitor de color blanco y una de las mecedoras que me mostraste?
—Claro —respondió tomando una de las cajas del estante—, ¿y la mecedora la quiere para niña o niño?
—Niña.
—Ya mismo pido que la suban de bodega.
—Vale, gracias. Mientras voy a mirar algo de ropa.
—Bien pueda.
La dependienta se fue por su camino, a la vez que yo me adentraba más en la tienda, hacia donde tenían colgada toda la ropa de bebés.
—¿Podría dejar de perseguirme? —me volví para ver a Alfredo quien venía tras de mí.
—Tengo órdenes clar...
—¡Ya sé! —inhalé antes de seguir hablando.— Espéreme afuera que aquí no me va a pasar nada. ¿Si?
—Muy bien, señorita Haggard. La espero entonces en la caja mde pago.
—¡Genial! —celebré sarcástica, dándole la espalda.
Avancé sin saber si seguía allí, la verdad era que quería tomarme un tiempo a solas y no pensar en nada más que no fuera mi bebé. La maternidad no era algo que me había me emocionado, pero al ver las camicitas, las mediecitas que parecían zapaticos, los baberos y enterizos, fui embargada por dos sentimientos perfectamente unidos y, a la vez, opuestos.
Me encariñé con unas medias etapa cero de color verde limón, no era mi color, pero suponía que a Ismael le gustarían o por lo menos se le verían bien. Esperaba que los días restantes pasaran rápido para que me dijeran que sus piececitos podrían usarlas, y aguardando en ese milagro, las tomé del estante para pagarlas.
Vi a Alfredo fuera de la tienda hablado con Jair, seguramente lo había llamado para que viniera a buscarnos; en cuanto todo fue facturado, salí con los paquetes y volvimos al edificio en medio de un tráfico bastante agresivo y un día que comenzaba a tornar gris. Me despedí tras agradecer a regañadientes por su trabajo, subiendo los pequeños peldaños para entrar e ir en busca del ascensor.
Los gritos Samuel se escuchaban hasta el pasillo principal, estaba furioso y no entendía porqué. Dejé las cosas en la sala para ir a ver qué ocurría, pero me quedé frente a la puerta de su oficina asustada al escuchar lo que ocurría al otro lado.
—Haces eso y te hundo, ¿me oíste? —esa voz...
—¡Todos se van a dar cuenta!
—Pero no me voy a hundir solo, ¡usted se va a hundir conmigo!
—Yo me voy a encargar de que eso no pase y usted solo se revuelque.
—Dudo que ahí sentado pueda lograr algo —carcajeó y no supe si interrumpir o seguir frente a la puerta—. Le recomiendo que mejor se quede calladito, dudo que a la puta que tiene por esposa le guste saber en lo que andamos...
—¡A Laila me la va respetando!
—¿Y si no? ¿Qué va a hacer? —rió.— ¿Ponerse de pie y pegarme?
—Una buena golpiza es lo que se está buscando, Miguel.
—Una pena que no sea usted quien me la dé —su risa hizo eco, dejándome la piel de gallina—. Sigo sin entender como la gente minusválida sigue trabajando para el estado, ¡son un completo estorbo!
—Largo de mi casa.
—¿O qué hará? ¿Echarme? ¿Correrme a patadas?
—Yo no, pero perfectamente puedo llamar a Diego o a Jorge para que lo hagan por mí.
—Humberto dejaría noqueado a ese maricón de mierda. Incluso yo mismo podría hacerlo.
—Largo.
—Sáqueme, si es que puede.
Escuché como varias cosas impactaban, por lo que me vi obligada a irrumpir en la oficina, descubriendo el computador, algunos papeles y el otro teléfono inalámbrico en el suelo.
—Ya traje lo que necesitaba —dije, cuando ambos se volvieron para verme.
—Pero miren quién está aquí —comenzó a decir Miguel acercándoseme—, mi puta preferida.
—¡Ay no! ¿Usted otra vez? ¿Y borracho?
—Laila, sal de aquí —Samuel parecía preocupado, pero yo no me moví ni un centímetro.
—El único que se tiene que ir es este tipejo —reproché, sin dejar de mirar a Miguel—. ¿Por qué no se va? Mi esposo y yo tenemos cosas que hablar.
—Mi perrita linda, ¿cómo te lo explico? —palmeó mi mejilla con su mano, haciéndome estremecer por la repulsión que me producía
—¡No la toque! —le gritó Samuel golpeando su escritorio, al tiempo que yo lo empujaba.
—¡Cállese! —replicó Miguel antes de volver a mí.— Sigues igual de agresiva —se burló—, y debo admitir que eso te hace más tentadora —agregó, poniendo su mano en mi mejilla otra vez, obligándome de nuevo a empujarlo.
—Creo que a la prensa le va a encantar acusar al ministro de defensa por acoso —proferí dando un paso atrás.
—Si supieras de todo lo que me acusan y de las veces que he salido victorioso, tú también te quedarías callada, corazón.
—Váyase.
—A ver —sacó su celular—, tienes razón. Ya se me hace tarde para mi otra reunión. ¿Me despides, mi cielo?
—Creo que conoce muy bien la salida.
—Algún día serás mía, preciosa —rió mirándome—. Ya casi descubrirás cómo se siente una cogida de verdad mientras el imbecil de tu marido nos ve. Seguro se quedará callado como ahora, sabiendo que no puede hacer nada —trato de ponerme una mano encima, pero lo esquivé, mirando a Samuel de reojo. Estaba destrozado.
—¡Hijueputa, lárguese! —grité antes de sacarlo a empujones de la oficina.— ¡No lo quiero volver a ver en mi casa! —vociferé sin dejar de empujarlo por el pasillo.— ¡Y aténgase a las consecuencias! ¿Me oyó?
—Tranquila, linda —dijo abriendo la puerta principal—. Sé que tu esposito y yo sabremos tener un tiempo de calidad en la carcel.
—¿Qué? —me descompensé al escuchar aquello.
—¿Por qué no le preguntas a él? —preguntó virandose después de salir.— Yo ya me tengo que ir, aunque po...
No dejé que dijera más al cerrarle la puerta en la cara, necesitaba hablar con Samuel, necesitaba una explicación, pero primero quería saber si estaba bien.
ESTÁS LEYENDO
Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)
RomanceCuando Laila Haggard, guiada por un sueño, conoce a Samuel Gross, descubre que éste no solo es el famoso escritor Sam Sly, sino que también es un poco diferente a ella; sin embargo, eso no es impedimento para que la atracción haga de las suyas y naz...