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Me hice tras Samuel llena de timidez, aún faltaban 17 minutos para que dieran paso al salón Negro, pero él había solicitado mi presencia en el salón Turquesa.

Todo allí era igual al salón Púrpura, con excepción de los acabados que eran de color turquesa y la organización del lugar parecía un reflejo del salón femenino. Los hombres hablaban entre ellos formando pequeños grupos y llevando en sus manos un vaso de whiskey añejo o ron, pero tras entrar, me arrepentí de haber llegado al ver que era la única mujer en un salón masculino que parecía doblar la cantidad de mujeres que había en la otra sala.

Samuel se detuvo a unos cuantos pasos de la puerta principal y me tendió su mano izquierda, lo miré confundida pero con su sonrisa me calmó por completo. Avanzamos juntos entre los hombres y por primera vez las miradas no se concentraban en él sino en mí, convirtiéndome en el centro de atención. Sabía que llevar ese vestido rojo era mala idea.

Nos acercamos a tres hombres con los que mi "esposo" parecía departir, se presentaron conmigo dándome a entender que también eran ministros: Santiago era el de cultura, Carlos el de ambiente y Josué el de tecnologías informáticas y comunicaciones.

—¿Eso significa que no hay ni una sola mujer en el cargo de ministra? —pregunté recibiendo un vaso de whiskey, a lo que los tres hombres negaron tras chocar sus vasos con el mío.— ¿Por qué?

—Las respuesta es muy sencilla —dijo Samuel tras beber de su vaso—, por la misma razón que los hombres están aquí y las mujeres están allá.

—¿Machismo?

—No —rió Josué—. Chismes.

—¿Qué?

—Las mujeres son realmente comunicativas —comentó Carlos tras ver mi cara de confusión—. No es lo mismo ofrecerle un soborno a un hombre que a una mujer.

—No es machismo, es interés común —añadió Josué mirando su reloj—. Las mujeres de la alta sociedad tienden a ser mucho más comunicativas de lo que el estado quisiera.

—Creí que tú no lo hacías —observé a Samuel sintiéndome decepcionada.

—No lo hago —contestó mirándome—, pero tampoco ando diciendo quién trata de sobornarme. Todos los servidores públicos estamos corrompidos, unos más que otros, porque favores mínimos o no trascendentales no dañan a nadie; el problema aparece cuando hay miles de millones de por medio. Los únicos que no se quejan de ello, son los que forman parte de la rosca.

—Tú...

—Él no —dijo Santiago en medio de risas, sorprendiéndome, pues no había hablado desde el inicio de nuestra conversación—. Tienes una fiera, Samuel.

—Hasta ahora está despertando —sonrió levantando su mirada hacia mí, logrando tranquilizarme con ella—. Yo solo hago mi trabajo y procuro llevarlo de la manera más transparente posible, aunque cuando hay tormentas arriba y fango abajo, es un poco complejo levitar en el medio —rió—. Menos si estás sentado aquí.

Los hombres se rieron ante aquel chiste, que a mí ver fue insulso y me revolvió el estómago. En ese momento dieron la orden de pasar al salón Negro, así que tomando lo que quedaba de mi vaso, caminé acompañada por nuestro pequeño grupo hacia el pasillo principal. Repentinamente, Jorge nos interrumpió, haciendo que nos quedáramos atrás, Samuel le agradeció tras recibir algo para luego volver conmigo.

—Pásame tu mano izquierda —en cuanto se la extendí, él puso en mi dedo anular un delicado y pequeño anillo de oro, con una esmeralda incrustada—. Justo a la medida —sonrió—. Es el anillo de compromiso de mi madre. Si estás casada, debes lucir un anillo, una pena que la alianza de matrimonio se haya perdido en el accidente —me quedé contemplando lo que ahora llevaba, me embargaba una sensación de ilusión, euforia y tristeza, pero más la última—. ¿Vamos?

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora