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El timbre del departamento me hizo abrir los ojos confundida. Me paré de la cama y caminé hasta la puerta principal para encontrarme cara a cara con Laila.

—Entonces que tienes para contarme —dijo entrando como si nada al departamento.

—Hola. Yo estoy bien. También me alegra mucho verte —reí, cerrando la puerta.

—Tonta —rió volviéndose a mí para abrazarme—. Tengo algo muy importante que decirte.

—¿Qué pasó? —reí caminando a la cocina seguida por ella.

—¡Mario me pidió matrimonio!

—¡¿Qué?!

Me di la vuelta para ver a Lai estirando su mano izquierda, en la cual llevaba un delicado anillo en oro blanco. No lo podía creer. Corrí a abrazarla con todas mis fuerzas recordando las charlas que solíamos tener cuando íbamos a la U.

—Dame TO-DOS los DE-TA-LLES.

—¡Obvio!

Mientras preparaba el desayuno, Laila me contó todo desde el inicio. Al parecer, le encantaba mucho su trabajo, y adoraba la tranquilidad del pueblo donde vivía. Había pensado con Mario, comprar una casa a las afueras de Salento, pero antes de eso, decidieron irse a Europa y aprovechar así las vacaciones de primer trimestre. Esa era la gran ventaja de los colegios privados.

Ya en Europa, pasaron por Francia, Alemania, Polonia, Suecia, Hungría, Suiza, Italia y Grecia, donde finalmente le pidió matrimonio en la isla de Creta.

Mi pequeña Lai estaba cumpliendo su cuento de hadas, y es que de eso habíamos hablado desde que íbamos a la universidad, momento en el que yo creía vivir el mío y ella aún buscaba el suyo.

—Nos casaremos en diciembre —contestó poniendo los trastes en el lavaplatos.

—¡Pero que no sea el 28!

—¿Por qué?

—Día de los inocentes. No querrás que tu matrimonio sea una inocentada y divorciarte sin haberte casado.

—Cállate, Lai —reímos al unísono mientras yo comía mi último bocado de huevos revueltos—. Ahora, ¿me vas a explicar
esto? —preguntó recorriendo con la mirada el lugar.

—Hay algo que primero quiero saber.

—¿Qué?

—¿Sabes quién es el ministro de educación?

—Sí, Samuel Gross. De hecho, hace un año lo conocí en el colegio en donde hice las prácticas.

—¿Y qué tal te pareció?

—Es muy inteligente, me arriesgaría a decir que sabio —rió—, es muy amable y carismático con los niños, además de ser muy guapo. Una pena que esté en silla de ruedas.

—Lo sé...

—¿Lo conoces?

—Es el dueño de este departamento —contesté bebiendo mi leche chocolatada.

—¡¿Que qué?!

—Sí, es él. También es escritor y mi trabajo fue ilustrar su último libro.

—¡Cuéntamelo todo!

Y eso hice. Desde la primera noche, pasando por nana Emma, la foto y los sueños y terminando en lo que estaba pasando. Acomodé la silla manual en la esquina y guardé el cofre en el escritorio mientras esperaba que Laila dijera algo.

—¿Y bien? —pregunté apoyándome en el escritorio.

—¿Has escuchado la historia del hilo rojo?

—No... ¿Qué'je'jo?

—Tonta —contestó ella en medio de risas—. Según una leyenda japonesa, las almas que están destinadas a ser, se conectan por un hilo rojo. Ese hilo puede enredarse o estirarse, pero nunca podrá romperse. ¿No crees que eres el destino de Samuel?

—Es mayor que yo —reí—. No nacimos al tiempo como para decir que estamos destinados.

—Te equivocas. Puede incluso ser al revés, que tú hubieras nacido antes y él después, pero si están destinados a ser, serán.

—Destino es una palabra muy grande.

—Al igual que el amor que reflejas cuando hablas de él.

—¿Amor?

—Sí, eso.

—Y-yo... No sé si sea correcto decir que lo amo.

—Laila, no me digas que no. Hablas de él como si fuera perfecto.

—Oye, oye, oye. Yo nunca dije fuera perfecto —reí—, pero Samuel en verdad es... increíble. Está ahí, pendiente, paciente, es agradecido sin necesidad, es romántico con pequeños detalles, es gracioso y sexoso...

—Para ahí —me interrumpió en medio de risas—. ¿Lo ves? ¡Lo amas, Laila!

—No es amor.

—Mira, si fuera mi caso, sinceramente no podría verlo como lo ves.  Puede ser muy guapo y muy lo que quieras, pero está en una silla de ruedas. No me imagino teniendo sexo con un hombre que solo se mueve de la cintura para arriba.

—La verdad, es que es del pecho para arriba. Pero deja así. Solo diré tres cosas: la primera, eres despreciable. La segunda, él es el mejor sexo que he tenido. Y la tercera, llevamos muy poco para decir que es amor.

—El amor puede aparecer de la noche a la mañana. Ya sabes lo que dicen: Del odio al amor...

Solo hay un paso.

La mañana pasó rápidamente. Salimos a almorzar al restaurante al que Samuel me había llevado cuando nos conocimos. Javier estaba allí y me recordó, a pesar de que habían pasado muchos meses desde esa primera vez.

Mientras hablábamos de la boda de Laila, la tarde transcurrió abriéndole paso a la noche. Nos dedicamos a ver Shadowhunters desde el principio, una de nuestras series favoritas. Hablamos de mucho: chicos, moda, muebles, comida y Europa. Finalmente, sucumbimos al sueño pasadas las 4 de la mañana; sin duda alguna, aquella noche me recordó a la época universitaria en la que nos quedábamos hasta altas horas de la noche y no despertábamos hasta después del mediodía. Y el día siguiente no fue la excepción.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora