111

7.1K 411 62
                                    

Las manos de Samuel, a pesar de haber sido heridas tantas veces por la muerte, evocaban vida. Solo bastaba el roce de su piel contra la mía para que nuestros hijos se movieran dentro, como si quisiesen sentir más de cerca el tacto de su padre.

Me recosté en la tina con la vergüenza aun a flor de piel; cerré los ojos sabiendo que Samuel observaba de cerca mis movimientos. Aunque su plan incial era meterse conmigo, el recordar que Jennifer podría llegar en cualquier momento, le cohibió de hacerlo, decidiendo así, quedarse fuera para hacerme compañía mientras su mano reposaba sobre mi vientre.

Sonreí al recordar que, minutos antes, cuando aún no me desvestia y seguía sobre sus piernas, una contracción apareció de la nada espantando aquel momento de ternura en el que habíamos logrados conectarnos; sin embargo, él me sostuvo con fuerza sin dejar de pedirme que respirara y que recordara lo mucho que me amaba. Dentro de mí, estaba la prueba fehaciente de sus palabras.

-Me gustan estos pequeños movimientos -murmuró cuando el agua aun no alcanzaba ni la mitad.

-A mí también -susurré, poniendo mi mano sobre la suya-. No sabes lo angustiada que estuve durante los primeros meses, de solo pensar que... podrían no estar ahí.

-Lamento no haber llevado el peso contigo.

-Fue mi decisión -dije con voz tremula, aceptando que había sido mi error.

-Si hubiera sido honesto contigo desde un principio, tal vez tú también lo habrías sido conmigo.

Aquello era cierto. Pudimos habernos evitado tanto, haciendo más llevaderos los problemas para ambos; sin embargo, en un intento de evitar ciertas realidades, lo que hicimos en fue hacernos un daño para el que ninguno de los dos estaba preparado. Por fortuna, tenía fe en el hecho de que habíamos aprendido la lección.

La vida no viene con instrucciones, todo el mundo lo sabe, pero la forma en que aceptamos aprender, nos deja las mejores respuestas.

-¿Intentaste decírmelo? -asentí, abriendo mis aletargados parpados.

-Dos veces. La primera, me pediste que madurara. La segunda... alguien no me dejó hacerlo.

La risa vacía de Samuel hizo eco en el baño. Ambos sabíamos de quien estábamos hablando, pero, con suerte, ella ya sería parte del pasado.

-Aunque sea tarde, lo siento.

-Ya lo habías hecho...

-No, esta vez es más que sincero -dijo tomando mi mano entre la suya, acariciando el dorso con su pulgar-. En el hospital me aterraba la idea de que en verdad me dejaras, lo dije tantas veces preso por el pánico, que no sé cuál de esas veces canalizó lo que en verdad quería decir. Ahora que todo esta en calma, que no me siento amenzado y que, se supone, tengo el resultado esperado, siento sinceramente lo que quise decir aquel día. Creo que el hecho de obligarte a pasar sola todo esto, es algo que me rondará la cabeza por mucho tiempo... Quizá hasta la muerte.

-También lo siento... Los dos hemos fallado, pero hemos aprendido.

-Y seguiremos aprendiendo -sonrió mirándome lleno de la inocencia de un niño-. Recuerdo que dijiste alguna vez que el destino hace cosas raras y, aunque este no es el final, parece ser que para bien, aquí estamos.

Exhalé tranquila ante la seguridad de sus palabras; cerrando los ojos de nuevo antes de traer a mi memoria aquel momento en que nos vimos por primera vez; ese instante en el que entré por la puerta de su oficina y me regaló su sonrisa sincera. Quien diría que al final, sería yo la persona capaz de conocer aquellos miedos y lagrimas que se ocultaban tras esa perfecta medialuna.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora