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A las 7 de la mañana me encontraba en el paradero esperando el bus. Me subí al primero que pasó, iba repleto de personas que se ajuntaban tratando de mitigar el frío. Aquel día sería gris y era muy probable que lloviera.

Esa madrugada había despertado súbitamente, prendí mi celular y me tranquilicé al ver que aún era temprano. Desayuné algo liviano y entré en la ducha. Me había maquillado sutilmente y, conociendo el clima de la capital, me puse un jean ajustado, unos botines planos de cuero negro, un suéter delgado color beige, una chaqueta negra de cuero más una bufanda y un gorrito de lana beige. Era mejor prevenir que lamentar. Llevaba mi portafolio gigante envuelto en una bolsa plástica, además de un paraguas y una mochila para guardar mis cosas.

El nororiente de la capital estaba lleno de nubarrones negros que dejaban caer grandes goterones de agua, cuando me bajé en la parada más cercana, descubrí que realmente caía un torrencial de los mil y un demonios, con el viento cambiando el sentido de la lluvia constantemente. No había ni un alma a mi alrededor y los taxis que pasaban por el lugar iban ocupados; abrí el paraguas cuando supe que caminar era mi única opción, me subí la cremallera de la chaqueta hasta el mentón y, con paso decidido, recorrí los 2 kilómetros sin maldecir.

Sin importar cuanto tratara de cubrirme, el agua se me caló bajo la ropa. Entré al edificio dejando goteras tras de mí, me subí en el ascensor tiritando de frio y miré la sombrilla con un odio descomunal. En definitiva, era un estorbo que no había servido para nada.

Toqué el timbre con mi pálido y congelado dedo índice, después de unos segundos no noté ningún movimiento en el interior del apartamento, así que timbré insistentemente de nuevo. La puerta se abrió ante mí y me encontré con Samuel, quien me miraba estupefacto.

—Laila —dijo posando la mirada en su reloj de mano—, ha llegado 420 segundos tarde.

¡Demonios! El muy desgraciado solo le importó la hora aún cuando vio cuan empapada estaba. Me abracé con el brazo que tenía libre e inhalé profundamente, no iba a permitir que su actitud destrozara la poca calma que había logrado conservar.

—Pe-per...dón. Está ca... ca-cayendo un... to... to-torrencial de los mi... mil demonios —dije tiritando.

—Ya me doy cuenta, entre.

Samuel retrocedió la silla con sus manos y se alejó por el pequeño pasillo. Al entrar dejé mi paraguas en el interior de una canasta que contenía otros similares y cerré la puerta. Avancé hasta la sala, tenía todas las luces encendidas porque, a pesar de que era temprano, no entraba un solo rayo de luz en el lugar. Descargué mi mochila en el suelo y desenvolví mi folio de la bolsa plástica para dejarlo al lado de ella. Mi ropa gotereaba fluidamente y mis manos estaban pálidas.

—Tome —dijo Samuel apareciendo tras de mí. Traía en sus piernas una toalla y algo que parecía un conjunto—. Puede cambiarse en el baño que hay en la última habitación al lado izquierdo del pasillo derecho.

¿Se refería a su habitación?

—No es ne... necesario —respondí.

—Parece un ratón mojado. No se haga del rogar y cámbiese.

No pude evitar fruncir el ceño. Tomé lo ofrecido y seguí las indicaciones, efectivamente era su habitación, pero él actuaba como si nada hubiese ocurrido. Caminé hacia la puerta de cristal y la deslicé, me sorprendí al ver la amplitud del baño, era totalmente blanco, con un espejo inmenso en la pared izquierda seguido por una cómoda blanca con tres cajones. El lavamanos era un poco bajo, descargué allí lo que llevaba y me desvestí lentamente sin dejar de contemplar el lugar. Había un sanitario custodiado por un par de barandas, al fondo se veía una tina gigante contigua a una ducha que carecía de puertas y rebosaba en pasamanos. Conque así era un baño para Samuel.

Me sequé para ponerme el conjunto y descubrí que en realidad era una pijama que me quedaba gigante. Tomé mi ropa y mis zapatos, y salí de allí a toda prisa, regresé a la sala y me detuve al ver a la anciana.

—Buenas tardes —dijo al verme.

—Buenas tardes, señora Emma —respondí recordando su nombre.

—Samuel la está esperando en el estudio —se acercó sonriente—. ¿Recuerda dónde queda?

—Sí señora —respondí confundida, recordando la expresión que había tenido el primer día.

—Lleve sus materiales —dijo tomando mis pertenencias—. Pondré esto en la secadora.

—Gracias —murmuré.

Agarré mi folio y caminé hasta el estudio. Abrí la puerta lentamente y vi a Samuel fumando, ahora llevaba un sacó color mostaza y unas gafas, parecía estar entretenido.

—Permiso —dije al entrar.

—Bien pueda. Siéntese en el sofá —dijo cerrando su laptop y saliendo de detrás del escritorio.

Me senté en el sofá y no pude evitar subir mis pies descalzos en él. Samuel se ubicó frente a mí y me observó atento. Abrí mi portafolios y le entregué los dos dibujos que había realizado.

—Los hice al carboncillo, pero se pueden plasmar perfectamente en gouache —manifesté.

—Me gusta la mujer, aunque este hombre se parece un poco a mí —dijo contemplando el segundo dibujo—, solo que hay una diferencia abismal entre nosotros, sus ojos. ¿Se inspiró en mí para hacerlo?

—Sí —confesé—. Usted parece alguien solitario, pero yo también siento algo extraño en él.

—Cambie el diseño del hombre —sentenció minutos después, poniendo mi dibujo en la mesa de centro.

—¿Por qué? ¿No le gusta?

—No, no me gusta —respondió regresando al escritorio—. Busque otra idea para él, pero deje la que tiene para ella.

—Entiendo —respondí, aunque no estaba de acuerdo—. Miraré que sale.

—Bien —dijo poniéndose las gafas—. En la habitación de en frente hay un estudio para usted, trabajará ahí. Espero que hoy le surja una nueva idea y me la entregué de inmediato. Puede retirarse —se enfocó de nuevo en la pantalla de su computador.

Guardé los dibujos y me paré para salir, el piso estaba helado, a cada paso que daba se me congelaba el alma. Abría la puerta cuando Samuel me llamó.

—Laila —dijo contemplándome por un instante—, dígale a nana Emma que le entregué unas pantuflas.

—Gracias —dije saliendo.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora