—¿Segura que te sientes bien?
—A parte de la molestia, te juro que es... —el suave sonido al tiempo que inclinaba hacia adelante, me obligó a acelerar el auto.
—¿Están aumentando los tiempos?
—No lo sé, creo que no —los quejidos me angustiaban aún más—. Diría que es la intensidad, más no los intervalos.
—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor? —pregunté, mirándola de soslayo por un breve momento.
—No, solo conduce; yo trataré de respirar como Jennifer me enseñó.
Asentí, en un intento de conservar la calma al conducir por la calle 127. Tenía suerte de no encontrar tantos vehículos, pues necesitaba llegar a la avenida Suba con prontitud.
—No pensé que fuera tan doloroso —dijo, exhalándo.
Pasé saliva al recordar a Jennifer decir que aquello sólo era el comienzo. Lo único que quería era menguar su malestar, pero no sabía cómo abarcar el tema sin atosigarla con lo mismo una y otra vez; aquella era una de esas situaciones donde lo menos que uno desea, es escuchar la voz de alguien más.
—Siendo honesta, me sentía mejor en la bañera.
La miré de reojo antes de fijarme en el espejo izquierdo asegurándome de que ningún carro venía por el carril central. Las pequeñas gotas de lluvia se hicieron notorias al chocar contra el vidrio de la ventana en el mismo momento en que aceleré, para tomar el carril y entrar bajo el puente.
Leí la hora en el monitor mientras escuchaba a Laila quejarse; apenas habían pasado tres horas desde que Francisco pidió esperar un poco más. Supuse que con la primera llamada bastaría para que nos ordenara ir al hospital, pero lo único que nos dijo fue que esperáramos un par de horas y que Laila se diera una ducha con agua caliente.
Aún si quererlo, seguía oponiendome al proceso en ese hospital, en especial después de la muerte de Anna; me aterraba pensar que podía suceder lo mismo y prefería negarme a esa posibilidad. Sentí el pecho oprimido al recordar la última vez que estuvo en el ala de emergencias y la terrible sensación que, tras mucho tiempo, me trajo de vuelta aquel temor de perder a alguien importante.
—¿Podré elegir una cesárea?
—Con sinceridad, no lo creo —respondí sin mirarla—. Recuerda que sólo la realizarán si es una emergencia, pero yo dudo que suceda —agregué con una risa mecánica, siendo consciente de que aún así podría pasar.
—Yo también —su voz trémula me dio a entender que se sentía tan preocupada como yo—. Seguro será rápido y volveremos a casa en menos de lo pensado.
—Eso espero, porque me gustaría ver a los niños en su habitación, ¿crees que les guste?
—Tiene que gustarles porque la hice yo —la sonoridad de su risa me regresó la calma por un breve momento.
—No olvides que yo ayudé, ¿eh?
—No lo olvi...
Apreté los labios al oír su quejido. Ismael y Alondra cumplían uno de mis mayores sueños, pero el hecho de que Laila tuviera que atravesar sola por el dolor, me hacía sentir culpable, y es que, desde un inicio lo sentía así. Hubiera sido agradable el hecho de enterarme desde el comienzo del embarazo, pero parecía ser que, para nosotros, los comienzos nunca eran con el pie derecho; y, por lo mismo, habían sido demasiados momentos en los que ella tuvo que ser fuerte por los dos. Finalmente, caía en la misma conclusión de que mi fortuna se resumía en ella.
La lluvia se hizo más intensa, razón por la que me vi obligado a poner la plumillas del parabrisas a trabajar con más velocidad. En verdad estaba intentado conserva la calma, no sólo me lo había dicho en alguna ocasión Pablo, sino que Jennifer lo había mencionado también; sin embargo, aquel mal presentimiento no me abandonaba ni un segundo.
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Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)
RomantizmCuando Laila Haggard, guiada por un sueño, conoce a Samuel Gross, descubre que éste no solo es el famoso escritor Sam Sly, sino que también es un poco diferente a ella; sin embargo, eso no es impedimento para que la atracción haga de las suyas y naz...