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—Laila —dijo Samuel, mientras yo recogía el dinero que su amigo había tirado.

—¿Qué quiere?

—Párate —por lo visto, no estaba ebrio.

—Debo limpiar este desastre —dije poniendo los billetes en la mesa.

—Lamento lo que Miguel ha hecho.

—No lo sienta, me pasó a mí, no a usted —respondí, tomando las botellas para volver a la barra.

Samuel vino detrás, anhelé que el lugar se volviera más angosto para que se atascara y me dejara en paz de una vez por todas.

—Sé que estas molesta, lo que él hizo no se ha...

—Stefy, hay muchos billetes en la mesa 24V, puedes quedártelos —dije poniendo las botellas en la barra. En cuanto ella se fue regresé con Samuel—. No solo me molestan las payasadas de ese viejo verde, sino que también he tenido que encontrarme con mi segunda peor pesadilla —dije realmente irritada.

—Lo siento...

—¿Lo sientes? ¡¿Sientes haberte revolcado conmigo para después decirme que solo soy mujer de una sola noche?! ¡Felicidades por eso, yo también lo siento!

—Laila —dijo alguien a mi lado.

—¡¿Qué?! —grité y me callé al ver a una de las strippers a mi lado— Lo siento, Francia. ¿Qué necesitas?

—¿Podrías enviar mis cosas en taxi al motel Beaumont? Tengo un buen partido —sonrió.

—Seguro, corre —respondí devolviéndole la sonrisa.

—Gracias nena, eres la mejor. Hasta luego —dijo Francia despidiéndose de nosotros.

—¿Verónica? —dijo él con los ojos entrecerrados.

—¿Samuel? —Francia lucía verdaderamente asustada.

Él gruñó molesto, la silla dio media vuelta y desapareció de mi vista. Miré a Francia muy confundida. Ella lucía avergonzada y me preguntó si lo conocía, le respondí que no.

—Parece que sí. Por favor, cuando lo veas, dile que lo siento —dijo antes de salir por la puerta trasera del club.

—¡No lo veré de nuevo! —grité.

Stefy se fue antes y me quedé encargada de cerrar el club en compañía de Diego, uno de los guardaespaldas del lugar. Limpié lo necesario y agradecí que el siguiente día fuera lunes. Salí de allí hablando con Diego, aunque me detuve al ver una escena deplorable y, si mis clases de anatomía no me fallaban, era mejor que alguien interviniera.

Lo malo de un club de alta categoría, eran los bares que lo rodeaban tratando de hacer competencia aún sabiendo que no podían ni llegarnos a los talones. Samuel estaba en una mesa exterior de uno de esos bares bebiendo de una botella, eso no era bueno si había tenido fallas renales.

—¿Me esperas? —le pregunté a Diego.

—Seguro, nena. Ve.

Le entregué mi bolso, me rodeé con mis brazos y fui hasta donde Samuel estaba, acercándome con lentitud.

—Samuel, no bebas, esto te hace daño —dije quitándole la botella y poniendo mi otra mano sobre la suya.

Él levantó la mirada y me observó con los ojos cristalizados.

—Ella abortó a mi hijo porque no quería nada que la uniera a un hombre como yo y mírala... Qué ironía —rió—. Pudo tenerlo todo conmigo y se va de puta tras otros.

¿Eso era, acaso, una confesión?

—No bebas más, vamos te llevo a casa —dije tragando saliva.

—El karma es una perra muy sabia, ¿no lo crees?

—A veces. Ahora vamos. ¿Ya la pagaste? —pregunté enseñándole la botella.

—Claro. Yo nunca como sin pagar primero —rió—. Así tengo más derecho al reclamar.

Tiré la botella contra el asfalto y ésta se quebró en pedazos, a lo que él me miró sorprendido. Regresé con Diego y le pedí que se fuera al motel Beaumont para entregar las pertenencias de Francia, él insistió en acompañarme, pero yo se lo prohibí, así que se quedó con nosotros hasta que tomamos un taxi.

No sabía qué hacer, ¿a dónde se suponía que lo llevara? Samuel se durmió sobre mi hombro, emanaba el olor a licor por cada uno de sus poros, era nauseabundo. Decidida, le dije al conductor que me llevara al nororiente de la ciudad. Aparcamos frente al gran edificio y, con ayuda del taxista, bajamos a un dormido Samuel del auto y lo sentamos en la silla. Le pedí al señor que me esperara mientras abandonaba al ebrio en su apartamento.

Puse mi identificación en el lector, las puertas se abrieron y nos detuvimos frente al ascensor, que no demoró en abrir las suyas. Samuel cabeceaba y sentí tanta lástima. Era un desperdicio de hombre.

Bajamos en su piso, empujé la silla y la dejé frente a la puerta, toqué el timbre de manera insistente y al ver que prendieron una luz corrí al ascensor. Estaba esperando que subiera de nuevo cuando alguien abrió la puerta del apartamento, era la anciana, había salido al pasillo, al parecer extrañada. Me observó detenidamente.

—Gracias —dijo entrando a Samuel.

—Adiós —respondí antes de entrar al ascensor.

Ahora esperaba que fuera definitivo y no tener que volver a verlo, no más. El taxista me llevó a mi departamento en donde me cobró esta vida y la otra, y ahí mis propinas de la noche desaparecieron. Ser buena persona no era nada rentable. Me quité los tacones en la acera y subí hasta el departamento, que quedaba en el tercer piso.

El edificio no era tan moderno como los otros, tenía solo tres pisos sin ascensor, tampoco había guardias de seguridad ni monitores identificadores, por lo que cualquier persona podía entrar. La fachada estaba hecha de ladrillos, los escalones eran de piedrilla y sus barandas de metal blanco. Habían seis departamentos en total, pero el que quedaba al lado del mío estaba desocupado, así que rara vez alguien subía al tercer piso.

Entré al departamento, descargué los tacones al lado de la puerta y dejé mi celular en el mesón de la cocina; me quité toda la ropa, a excepción de mi tanga, me enrosqué en mi cama y observé como el día comenzaba a clarear.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora