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Parpadee al sentir que la luz me enceguecia. No entendía qué pasaba. Luego de apretar los ojos por un buen tiempo, pude entender que me encontraba en una habitación de hospital.

Traté de moverme para erguirme en la cama, pero sentí un fuerte dolor en la mano izquierda, como si algo me punzara, haciéndome desviar la mirada a la parte baja. Me quedé inmóvil al ver a Samuel dormido con mi mano derecha en la suya, parecía cansado y la barba desaliñada no le quedaba nada bien.

Lo contemplé tratando de entender el revoltijo de emociones que se soltaban en mi interior. Por un lado, estaba feliz de verlo, de saber que estaba junto a mí, de notar que estaba preocupado; pero, por el otro, me sentía furibunda de rememorar donde lo había encontrado y lo que había pasado en los últimos meses.

Deslicé la mano con cuidado intentado no despertarlo, pero había algo atorado que no me permitía sacarla por completo; sin querer hice un movimiento brusco y un ligero pitido llenó la habitación alertando a Samuel, quien se levantó de inmediato con un severo rostro de preocupación. Tomó mis dedos y puso un pequeño aparato en mi dedo índice, haciendo que el sonido cesara al instante.

—Tranquila, solo fue el oximetro —murmuró observándome, con mi mano aún entre la suya.

La quité, dejándola a un lado. Sentía la cabeza hecha un globo, un flashback se me cruzó avivando el recuerdo de lo que había pasado en el auto luego de salir apurada de la casa de Lucile, pero mis sentidos se alertaron al pensar en mis bebés, temerosa de que algo les hubiera pasado. Llevé mi mano derecha a mi vientre, necesitaba sentir que seguían ahí, aunque supongo que mi rostro aterrado fue evidente porque Samuel me detuvo.

—Están bien, los dos lo están —puso su mano sobre la mía—. Trata de estar tranquila que no ha pasado nada grave. Solo necesitabas descansar de mí —sonrió ligeramente.

Me quedé callada observándolo. Empecé a sentir la boca seca y un dolor de cabeza que nunca había sentido. Respiré, tratando de mantener la compostura, era necesario que habláramos, comenzando porque Samuel estaba expectante a que yo dijera algo; sin embargo, no lo hice, no sabía por dónde empezar. Tenía tanto por decirle, como que lo iba a dejar y que lo iba a obligar a cuidar de nuestro hijos, pero no sabía cómo decírselo.

—¿Podemos hablar o quieres descansar? —preguntó al fin, algo dubitativo.

—Hablemos —contesté con un hilo de voz, alejando su mano de la mía. Esperé a que dijera algo, pero se quedó en silencio obligándome a tomar la iniciativa—. Samuel, está claro que nosotros... Simplemente no vamos más —abrió los ojos, aterrado de oírme—. Tengo mucho que explicarte sobre el embarazo, pero... Necesito que te quede claro que lo haremos por separado —un nudo se me formó en la garganta.

—Laila, espera —trató de tomar mi mano, pero la alejé—. Escúchame, ¿si? Por favor —rogó.

—T-te oigo —tartamudeé, llena de dolor.

—Lo que viste fue un error, un mal entendi...

—Igual que todo lo que ha pasado en los últimos 3 meses, ¿verdad?

—Disculpame.

—Pero te acostaste con ella, me trataste como una cualquiera dudando de mí y de tus hijos.

—¿Qué? —me miró confundido.— Yo se le dije a Pablo porque me tomó por sorpresa, en especial que fueran...

—¿Pablo qué tiene que ver acá?

—Él me lo dijo hace poco, yo no... Es que ni siquiera sé como sabes que se lo dije.

—Yo te lo dije anoche, cuando llegué del aeropuerto.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora