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—¡¿Por qué la trajeron aquí?! —pregunté esperando que la maldita rampa de la camioneta bajara.

—No lo sé, señor—contestó Jorge, frente a mí—. Está en el ala de emergencias.

—Puta vida...

Entré al emergencias seguido por Jorge y mi guardaespalda de turno. Seguía sin entender por qué habían trasladado a Laila a un hospital general y público como el Central. Me carcomía la ira de pensar que no podía revolucionar más la silla porque terminaría arruinándola o arrollando a la gente que caminaba por los pasillos. Llegamos a la puerta custodiada donde el guardia nos prohibió el ingreso, como si no supiera con quien trataba.

—¡¿Qué usted no sabe quién soy yo?! —le grité al hombre al ver que la intervención de Jorge no estaba funcionando.

—¡Lo conocerá su mamá! —me respondió antes de volver a discutir con Jorge.

—El señor es el ministro de educación —le dijo mi guardaespaldas, mostrándole su placa de presidencia.

—Mire, usted podría ser el presidente, pero no puede pasar.

Apreté la mandíbula, muriéndome por romperle la cara, esa era la explicación de que el país estuviera cada vez peor. Mientras ellos dialogaban, un joven pasó por mi lado, tenía que ser.

—¡Pablo! —le tomé la parte baja de la camisa para retenerlo.

—¿Samuel? —se viró para mirarme, parecía confundido.— ¿Qué hace acá?

—¿Por qué trajeron a Laila a este hospital?

—Huele a alcohol —dijo frunciendo el ceño—. ¿Qué le hizo?

—Nada, solo necesito saber porqué está acá y no en una clínica mejor.

—El Hospital Central es uno de los mejores, debería saberlo señor ministro.

—Pero no es suficiente para Laila.

Pablo miró al guardia por unos segundos antes de preguntarme si estaba seguro, al ver mi insistencia, dialogo con él para permitirme el ingreso.

—Solo entra usted, ellos se quedan fuera o no entra.

—No podemos deja...

—No, Jorge. Déjelo —interrumpí—. Quédense afuera custodiando, por favor.

—Como usted diga.

El guardia abrió ambas puertas para permitir el ingreso de la maldita silla, Pablo no dijo nada, ignorando mi presencia, me enervaba que solo avanzara obligándome a seguirlo en completo silencio.

—¿Y bien? ¿Dónde está laila? —no contestó, solo siguió caminando entre pasillo.— ¡¿Dónde está laila?!

—No grite que está en un hospital —fue su respuesta sin detenerse.

—¡Pablo, por favor! —se detuvo para girarse y mirarme.— ¡Necesito saber si laila está bien!

—Baje la voz —insistió.

—¡¿Cómo quiere que baje la voz si no puedo hacer nada aquí sentado?!

—Bajar la voz y calmarse es algo que puede ha...

—¡Solo necesito saber si está bien! ¡Si su columna está bien!

—Mire —se frotó el tabique, apretando sus ojos—. Yo no sé ella cómo está, acabo de recibir turno y ni siquiera sabía que la habían trasladado al hospital. Hagamos algo, usted cállese, no hable más y yo pregunto. ¿Entendido? —no contesté, él tenía razón.— Si pedí que lo dejaran entrar, fue para ayudarlo, no porque supiera algo —se giró iniciando de nuevo el paso.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora