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—Jorge va a tener un bebé —se me soltó sin pensarlo a lo que él y Samuel me miraron confundidos. En ese instante ya no podía retractarme.

—Creí que vivías solo.

—S-sí señor, p-pero mi novia que... quedó en embarazo —respondió él, sin dejar de mirarme.

—Ah... tampoco sabía que tenías novia.

—Pues... yo hasta hace poco la... la conocí.

—Vaya. Y el bebé no está bien según entendí, ¿verdad?

—Sí —contesté.

—¿Es por eso que estabas llorando?

—Ajá —me limpié las lágrimas—. ¿Cómo te fue en el médico?

—Estoy bien, pero sigo vomitando.

—¿Está enfermo, señor?

—Parece que no —empujó con su pulgar el control de la silla y se acercó a nosotros—. ¿Y cuánto tiene el bebé, Jorge?

—Dos me dijiste, ¿no?

—S-sí señor, son dos meses.

—¿Y qué es lo que tiene?

—No lo saben y él esta muy triste —Jorge y yo cruzamos miradas hundiéndonos aún más en el fango de la mentira.

—Sí señor, estos días han sido terribles.

—Tú pareces saber mucho, Laila.

—Es que yo vine hace unas horas y le conté lo que había pasado —dijo mi cómplice de inmediato, salvándome de responder.

—Había pasado...

—Sí señor.

—Ah. Entiendo —Samuel nos miró de abajo a arriba, antes de suspirar—. Y bien, ¿necesitas hacer algo más?

—No señor, yo ya me voy —contestó Jorge incomodo—. Muchas gracias, Laila.

—De... nada —contesté sintiendo el doble sentido de esas palabras.

Jorge se despidió de Samuel, quien prácticamente lo ignoró, y salió de prisa por la puerta principal. Me di media vuelta antes de que él pudiera decir algo y huí a mi habitación con la mochila en mano.

—¿Conoces a su novia?

El corazón se me cayó al escucharlo bajo el marco de la puerta, me viré para redescubrir su cara de pocos amigos. Solo un par de días, solo eso necesitaba.

—No, de hecho me enteré hoy —contesté, desplomándome en mi cama.

—Entiendo. ¿Y la maleta?

—Vengo del centro —la halé hacía a mí, esperando que no quisiera ver lo que había en su interior—, estaba comprando algunas cosas.

—¿Ah sí?

—Ajá, mañana arranco a trabajar con el grupo, así que fui a buscar algunas cosas.

—Veo. ¿Y qué compraste?

—¡Qué interrogatorio! —exclamé burlona.

—Solo quiero saber de tu día —sonrió, pero supe que detrás de esa curva había hipocresía—. ¿Entonces?

—Esto... pues unos pinceles que ya dejé en mi estudio... Ah, y un lienzo 2x4 que ya llevaron al piso que Santiago alquiló.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora