101

10.4K 567 47
                                    

De manera lamentable mi estatura poco me ayudaba a la hora pintar los dos metros de altura que tenía la habitación, ademas no podía usar la escalera, así que a Santiago se le ocurrió dividir las paredes laterales en tres: de la mitad de la pared hacia arriba usaríamos el color blanco. De la mitad hacia abajo dividiríamos la que daba hacía la calle en dos y usaríamos naranja en el lado derecho, junto al baño, y verde en la otra mitad hacía la puerta de salida. Cuando me lo dijo, sonreí admitiendo que había sido una idea brillante. Luego de medir y dividir las paredes con cinta de papel, y proteger la puerta principal, la del baño y el armario con periódicos, comenzamos por pintar las tonalidades fuertes, así el blanco correría menos riegos de mancharse.

Jorge se fue sin despedirse de nosotros, cosa que desanimó a Santiago, se le notaba aunque no lo mencionara. Samuel de vez en cuando salía de su oficina para ver cómo íbamos, le había hecho demasiada gracia saber que, por mi altura, no podía pintar la parte superior de las paredes.

—Traje merienda —irrumpió en la recámara.

Nos sobresaltamos centrando nuestra atención en él, traía una mueca en su rostro como si no estuviera muy convencido de lo que acababa de decir. Sonreí al ver la bandeja en sus piernas con dos vasos llenos de yogurt de fresa y dos platos pequeños con rodajas de banana; me mordí el labio pensando que muchas cosas cotidianas implicaban un esfuerzo mayor de su parte. La vida no era justa, pero el destino se encargaba de compensarla.

—¡No sabía que cocinaras! —se mofó Santiago pasando por mi lado.— Me sorprendes.

—Cállate —reí al dejar la brocha en el suelo cubierto para llegar primero a Samuel—. De hecho, cocina muy bien.

—He aprendido de la mejor —contestó mi novio haciendo un guiño—. ¿Vamos a la oficina?

—Vamos —río Santiago adelantándose.

—¿Ya dejaste de googlear cosas? —pregunté jocosa, caminando tras ellos.

—No, apenas estoy comenzando —dijo al entrar por la puerta que Santiago mantenía abierta.

—¡Por Dios! ¿Qué tanto buscas? —rodeé los ojos sentándome en el sofá.— Creo que el tiempo libre te está haciendo daño.

—Muchas cosas —descargó la bandeja en la mesa de centro—. Por ejemplo, encontré una terapeuta prenatal —la mandíbula por poco se me cae—. Vendrá el martes a las diez de la mañana para que conozcas su programa con yoga; si te gusta, puedes tomarlo.

—No te creo...

—¿En serio estabas buscando eso? —preguntó Santiago estupefacto al sentarse frente a mí.

—Sí —sonrió entregándole uno de los platitos—. Laila tiene que empezar terapias antes del parto. Ahora estoy esperando una documentación de Víctor.

—¿Del ministerio?

—No. Te voy a transferir Miracolo de manera provisional, hasta que pueda retomar mi vida financiera.

—¿Qué? —por poco y dejo caer el vaso que sostenía en mis manos.

—Lo que te digo —se encogió de hombros—. Ayer se lo planteé a Víctor y hoy termino la documentación. Necesita que firmemos y vendrá mañana por ella para ir a registrarla en la notaría.

—Será una donación —agregó Santiago, pinchando una rodaja de banana.

—¿E-eso qué significa? Yo no entiendo mucho de asuntos legales —farfullé sin dejar de mirarlos.

—Que entras a disponer de uno de mis mayores bienes.

—¿Uno?

—Uno —río—. Nana se encargaba de representar a la firma, pero yo estaba tras todas las decisiones. Por pertenecer a la maquinaria del estado, no puedo tener empresas a mi nombre, así que cuando ella murió, regresó a mí; sin embargo no presté mucha atención en el asunto hasta hace unos días en los que me enteré que la documentación ya estaba hecha. Ayer luego de que Natali se fuera, revisé los saldos de cuentas y estamos al borde de la quiebra.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora