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Abrí los ojos al sentir una picada de hambre en el estómago, me senté en la cama confundida, encontrándome con que Samuel no estaba por ningún lado. Tras ponerme de pie fui al baño, recordando que aquella noche había tenido sueños extraños que parecían delirios y no llevaban una secuencia como tal, pero todos eran entorno a él; no pude evitar sentir intriga al ver un paquete abierto de sonda junto a la caneca del baño, eso significaba que Samuel si había entrado en la noche, pero no entendía porque había destapado una sonda.

Salí de habitación después de bañarme y lavarme los dientes, me detuve en el pasillo al escuchar la voz de Samuel en su oficina, seguí con su tono frívolo y no pude sentirme mal por quien estuviera al otro lado de la línea. Ya en mi estudio me arreglé para salir con Santiago, me di cuanta que me teléfono no tenía batería por lo que era inoficioso llevarlo, entonces decidí no llevar bolso sabiendo que con llevar la tarjeta débito que Samuel me había dado, sería suficiente. Preparé un gran tazón de cereal con fruta y yogur, sintiéndome dichosa por no vomitar nada, era una mejoría y al parecer mi bebé me había escuchado.

No me despedí al irme, aún no entendía bien qué sucedía y suponía que estaba absorbiendo lo que ocurría a mi alrededor de manera mas intensa por el embarazo, así que lo mejor era no profundizar en donde solo había una gota de agua.

Afuera me esperaba uno de los guardaespaldas que ya había conocido, junto a un joven que seguramente era nuevo. El hecho de olvidar que seguramente estarían afuera me hizo sentir como una estúpida, así que traté de desentenderme de la situación pasando por el frente de ellos sin dejar de mirarme las uñas, pero de nada sirvió porque el guardaespaldas me detuvo.

—Señorita Laila, ¿a dónde va? —preguntó acercándose.

—¡Ah, hola! —levanté el rostro, fingiendo no haber notado su presencia.— El ministro de cultura ya viene por mí, tenemos una reunión, por lo que estoy esperándolo.

—Me temo que entonces tendrá que venir conmigo —me informó, sacando unas llaves del bolsillo de su pantalón—. Le presento a Jaír, él será nuestro conductor de turno.

—Qué amables —sonreí vagamente—, agradezco el gesto de Jaír y... ¿cómo es que te llamas?

—Alfredo Hernández —respondió con un desdén de molestia.

—¡Eso! —reí.— Jaír y Alfredo, muchas gracias, pero iré con Santiago y él tiene sus propios guardias. Que vengan sería innecesario.

—Para nada —refutó Alfredo, entregándole las llaves al joven—. Yo iré con usted en el vehículo del ministro. Las órdenes del señor Gross fueron muy claras: ir con usted sin importar a donde vaya.

—No lo necesito conmigo, no importa que haya dicho Samuel, con los guardias del ministro me bas...

Un vehículo se estacionó frente a nosotros, precedido por un moto de alto cilindraje, era Santiago. Descendió de la camioneta para saludarme con un beso en la mejilla, Alfredo le comentó lo que ya me había dicho y él no tuvo reparos en permitir que viniera con nosotros. Comenzaba a pensar que no me llevaría para nada bien con mi guardaespaldas; sin embargo, la presencia de este fue casi imperceptible y nula, digo casi porque nos acompañó siguiéndonos como zombie a donde quiera que íbamos. Hicimos una breve parada para almorzar en un restaurante español y de ahí, salimos a buscar algún lugar amplio para usar como estudio de arte.

—Mi conductor me recomendó este piso —dijo Santiago, cuando el dueño nos abría la puerta principal—, ¿crees que te sirva?

—Es perfecto —contesté al ver el apartaestudio que había cerca de la casa presidencial—. Mira, en esta habitación podemos dejar los cuadros terminadas y usar la sala comedor para trabajar, me encanta que tenga cocina, así no perderíamos tiempo.

—Perdón —nos interrumpió el dueño—, ¿para qué van a usar el apartamento?

—Para realizar una colección de pinturas muy importante a nivel nacional —respondió Santiago.

—Me van a disculpar, pero no puedo arrendarles el piso para eso —el hombre caminó hacia la puerta principal, dejándonos perplejos—. El mantenimiento después saldría muy costoso y no puedo darme el lu...

—Aguarde señor Garzón —comenzó a decir Santiago, yendo hacia él—. Si el problema es el costo, podemos acordar no solo el costo del depósito, sino también el precio del alquiler. Sólo será por un mes, plantéese muy bien lo que le preocupa versus el beneficio que podría obtener.

El dueño nos miró por unos segundos antes de acceder al acuerdo con Santiago. Mientras yo veía por tercera vez el departamento, ellos firmaron los documentos y contratos en el mesón de la cocina. Una vez la charla hubo terminado, bajamos hasta la calle para despedirnos del hombre y celebrar que ya había un lugar establecido para trabajar.

—Toma las llaves —dijo Santiago, entregándome las llaves del apartamento en cuanto se fue el señor—. Lo que sea que necesites, me informas y yo te deposito el dinero necesario.

—No tengo cuenta... —respondí, antes de ver por encima de mi hombro a Alfredo.

—Bueno, abre una —contestó, me volví para verlo, recordando lo que tanto me había dicho Samuel—. En cuanto lo hagas, envíame un mensaje de texto con el número de cuenta para depositarte. ¿Tienes la lista de materiales?

—No, tendría que hablar primero con Elena y Darren, antes de mirar qué necesitaremos. De igual forma, necesito otro ayudante porque Ramiro sigue sin contestar... Tal vez, por ahora, podría solo pedirte ocho caballetes de tamaño grande y conseguir lienzo de 2x4.

—Entendido —rió, escribiendo en su celular lo que acababa de pedirle—. Lo bueno de esto, es que el ministerio en el que Samuel trabaja está cruzando el parque, así que podrían verse.

—¿En serio? —eso me tomaba por sorpresa porque no sabía ni siquiera donde trabajaba.

—Sí —se giró para señalarme el edificio que había al otro lado, en diagonal a la casa presidencial—. Sé que casi no viene, pero podrían verse las veces que lo haga.

—Bueno, es un otro punto a favor —murmuré—. Creo que estará bien.

—Excelente, Laila —se giró para encaminarse a su camioneta—. Vamos, te llevo a casa.

—No, gracias —dije tomándolo por el hombro—, pero debo ir a comprar algo.

—¿Qué tipo de cosa necesitas? —viró para verme—, si se puede saber.

—Algo para un BabyShower al que iré con Samuel el sábado.

—Entonces ven conmigo para llevarte al BabyPlace más cercano.

Volvimos juntos a la camioneta, acompañados por Alfredo. Hablamos un poco sobre el plazo de entrega y de qué plan de contingencia tendríamos dado el caso que Ramiro no contestara. En cuanto llegamos al BabyPlace, me despedí de Santiago al bajarme.

—Entonces nos veremos en los próximos días, no olvides decirme que podrías necesitas.

—Está bien. Gracias.

Entré a la inmensa tienda, ignorando por completo a mi guardaespaldas. ¿Qué se suponía que comprara?

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora