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—Quería protegerte. Miguel no es una muy buena persona que digamos.

—Pero te juntas con él.

—Porque me toca. Somos ministros. El presidente no puede con todo por sí solo, por eso descentraliza su poder en nosotros. Somos un engranaje, sin uno de nosotros, el sistema no funcionaría bien.

—Y aun así el país va de mal en peor.

—Laila... por favor.

—Está bien, tú no —rodeé los ojos sabiendo que él tenía razón—. En fin, ¿qué harás con esto? —le mostré la tarjeta de nuevo.

—Llevarte. Debo llevar una esposa y tú eres mi novia, así que vendrás conmigo.

Me quedé muda. Samuel entró al baño con una sonrisilla burlona. Caí de espaldas sobre la cama pensando en eso. ¿Era buena idea? Presentía que la respuesta era no. No supe cuánto tiempo transcurrió entre ese pensamiento y la ducha de Samuel, hasta que me vi interrumpida por él.

—Y salí. Creo que no me demoré mucho —rió.

—Por lo que veo, no lo hiciste —susurré sentándome. Estaba frente a mí, sorprendiéndome al estar completamente desnudo, con la toalla en el cuello y dejando esa zona al descubierto—. ¿Te vas a vestir?

—Sí, ¿qué esperas? ¿Que ande desnudo por la casa todo el día?

—No...

—Entonces, ¿qué me miras?

—Estás cogible.

—¿Que estoy qué?

Cogible... —musité.

—No creo que eso sea un adjetivo válido por la RAE... —la voz ronca se escurrió de sus labios, dejándome ver que yo no era la única con la libido suelta.

Samuel se acercó a la cama, movimiento que aproveché para sentarme sobre él. Remplacé la toalla por mis manos, evitando el paso de las goteras hacia su espina dorsal e inundándome por el fresco de su cabello húmedo.

Se adentró bajo mi blusa estremeciendo mi piel a su contacto, subió por mi espalda hasta mi nuca haciendo que mis labios dejaran huir un gemido. ¿Por qué me ponía así con tan solo rozarme? Me quitó la blusa rápidamente y comenzó a jugar con mis pechos que se erizaban a su contacto, bajó la cremallera lateral de mi falda, metiendo su mano en mi trasero y apretándolo con fuerza.

—Admito que me gustan estás entradas rápidas —susurró sacándome la falda por encima—. Mucha ropa...

Llevé mis manos a mi espalda y desabroché mi sostén para darle vía libre. Él mordió la piel de mi pecho hasta bajar a mis senos. Succionaba, mordía, chupaba haciéndome gemir dulcemente; me sentía en el paraíso cuando su celular comenzó a sonar.

—Co-contesta...

—Si llaman... —dijo sin dejar de morderme— más de tres... lo hago...

Entonces el teléfono repicó, no tres sino seis veces. Al final, no tuve más opción que bajarme y dejarlo contestar. Agarró su móvil de la mesa de noche y con su típica cara de pocos amigos procedió a contestar.

—¿Quién? —la expresión de su rostro se suavizó de manera inmediata—. No te preocupes... ¿Abogado? ¿Todo está bien?... Ah, ya entiendo... Entonces sería para ceder el poder de un tutor legal, ¿no?... Si quieres puedo hablar con Natalí para que te asesore —no pude evitar fruncir el ceño al oír ese nombre—. ¿Qué tan urgente?...  Dame 10 minutos y le digo que se comunique contigo... Listo Jero.

—¿Es... muy importante?

—Un poco. Un amigo necesita un favor para mañana a primera hora, así que voy a llamar a Natalí —me miró rápidamente antes de volver su rostro al celular.

—Bien.

Salí de la habitación cojeando, pero estaba bien. Si era importante, lo estaba. Curiosamente no me sentía bien al saber que ellos estaban hablando, aunque luego recordé que ambos solían trabajar juntos. Nada que hacer.

Fui a la cocina con el fin de buscar algo para comer, pero me encontré con el desastre del vaso. Tomé un periódico para poner los trozos grandes y con un paño húmedo limpié el resto de trocitos.

Samuel apareció de la nada recriminándome primero por caminar con una "herida de muerte" y segundo, por andar recogiendo los fragmentos sin guantes. Al ver que no contestaba, insistió con su reproche, pero yo no le presté atención. Eché todo a la caneca de basura y fui a la nevera en busca de algo para comer. Lo ignoré de manera juguetona y me encerré en mi estudio a trabajar en lo primero que se me viniera a la mente. Terminé realizando una pre-base para un óleo, con seguridad la pintura estaría seca al siguiente día.

Me alteré al escuchar un golpe en la puerta que me arrebató mi ensimismamiento, me puse de pie mientras escuchaba a Samuel hablar al otro lado.

—Laila, está bien si no quieres darme a entender que sigues viva —escuché su risa burlona—, pero hay otra Laila te está llamando. ¿Contesto, rechazo la llamada o qué hago?

¿Laila? Entreabrí la puerta y en cuanto tuve el celular en mis manos, la cerré bruscamente.

—Hola Lai —pregunté emocionada.

—Hola Lai —rió.

—¿Cómo vas? ¿Qué tal tu viaje?

De maravilla, regresamos el martes. Nos quedaremos unos días en la capital antes de volver a Salento. ¿Nos veremos?

—¡Eso no se pregunta!

Perfecto, hay mucho por contarte —reímos—. Entonces te llamo cuando llegue.

—Estaré atenta.

Colgué brincando de la felicidad tan inmensa que me embargaba. Después de tantos meses, Laila regresaría y me hacía mucha ilusión verla. La había conocido en la universidad cuando vimos una materia complementaria juntas, el profesor decidió ponernos en el mismo proyecto para final de semestre y descubrimos que no solo nos llamábamos igual, sino que teníamos muchas otras cosas en común. De eso ya habían pasado más de 5 años, y casi 1 desde la última vez que la había visto.

Salí de mi estudio cojeando y usando nada más que mis tangas, me pareció escuchar a Samuel hablando a lo lejos, debía estar al teléfono. Atravesé la sala sin percatarme de la presencia de una tercera persona, pero cuando lo hice, me sorprendí a ver un hombre moreno, de cabello largo y rizado, con gafas oscuras que vestía un suéter azul y un jean. Seguía hablándole a Samuel mientras éste me miraba confundido. Me cubrí asustada sin saber qué hacer.

—Tranquila Laila, Jerónimo no ve —me dijo Samuel con una sonrisa.

¿Jerónimo... no ve?

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora