Caminaba por los pasillos de regreso cuando me topé con Pablo, se detuvo en seco y me miró de arriba a abajo tratando de leer la expresión seria que acababa de poner.
—Laila, ¿qué...—comenzó a decir al ver que yo no decía nada, no pude evitarlo y solo sonreí.— ¡Gracias a Dios! —vino a abrazarme.— ¿Qué te dijo el doctor Francisco? —preguntó, apretándome contra él.
—Justo iba a buscarte —dije en cuanto me soltó—. Es un poco largo.
—¿Pero están bien?
—¿Qué? —me tomó por sorpresa que hablara en plural.
—¿Tú y el bebé están bien? —insistió.
—Ah, bueno, sí, estamos bien —sonreí—. Los tres estamos bien.
—¿Los tres? —me miró confundido a lo que yo solo sonreí maliciosa.— ¡Laila! ¡¿Son dos?!
—Y son mellizos —reí viendo su rostro pasar del asombro a la alegría.
—¡Son dos! —gritó en el pasillo, asustando a las pocas personas que pasaban—. Son dos —murmuró, abrazándome de nuevo.
—Sí, son dos bebes en perfecto estado —correspondí a su abrazo con una media luna en los labios—. Espero que Samuel se ponga tan feliz como tú cuando se lo di...
—Oye, oye, oye —me interrumpió—, que quede claro que estoy feliz porque estás feliz, no porque él va a ser feliz contigo —dijo con una sonrisa lastimera antes de besarme la cabeza—. ¿Quieres aprovechar mis quince minutos de descanso y bajar a tomar algo conmigo?
—Seguro.
Bajamos a la cafetería del otro sótano mientras le contaba todo lo que Francisco me había dicho y pedido, también le conté muy superficialmente lo que ocurría en casa y el trabajo que había comenzado con el ministro.
—¿Y vas a pintar con qué material?
—Óleo —sonreí, bebiendo el jugo de mora que él había pedido para mí.
—¿Y ahí usas diluyentes?
—Sí, obviamente —reí—, se usan para la pintura y limpiar los pinceles y brochas.
—No sé lo dijiste a Francisco, ¿cierto?
—No, ¿por qué?
—Entonces yo te voy a pedir que no los uses, sé que el trabajo es grandísimo, pero no los uses tú, pídele a alguien que lo haga por ti.
—¿Por qué?
—Puede afectar a los bebés, son químicos fuertes y lo mejor es que evites hasta el mínimo uso —contestó, mirando su reloj de muñeca.
—Está semana lo usé, incluso hoy —dije mostrándole mis manos, las cuales él tomó.
—Tranquila, no te preocupes esta vez —acarició con sus pulgares mis nudillos—. Solo evita el uso de los dilusores, ¿si?
—Está bien, lo tendré en cuenta —sonreí un tanto preocupada.
Pablo se excusó al decirme que ya debía volver a su trabajo, subimos juntos y antes de irse me besó la frente. Ya eran más de las cinco de la tarde y debía volver de prisa al estudio o sino, Samuel no me encontraría. Al parecer, tendría que dejar la compra de las mediecitas para el día siguiente.
Tomé un taxi y le rogué que me llevara de prisa plaza de Bolívar, el hombre hizo lo que le pedí, pero las vías sur-centro estaban embotelladas, no sabía qué hacer. En un modo desesperado, le dije entonces que cambiara la ruta sur-nororiente, era mejor volver a casa y decirle a Samuel que Jaír me había traído temprano.
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Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)
RomanceCuando Laila Haggard, guiada por un sueño, conoce a Samuel Gross, descubre que éste no solo es el famoso escritor Sam Sly, sino que también es un poco diferente a ella; sin embargo, eso no es impedimento para que la atracción haga de las suyas y naz...