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El fin de semana pasó lento al igual que mi estadía en la cama. Solo podía ponerme de pie para bañarme e ir al baño; sin embargo, las tres comidas del día, las meriendas y suplementos, debía tomarlos en cama. Me sentía atrapada e imaginé que Samuel se sentía de la misma forma en su silla.

Siempre que tomaba mi teléfono veía si había algún mensaje o llamada de él, pero no había nada, ni siquiera de mi hermana o Laila. Cada vez que trataba de llamarlo, la pantalla me notificaba Error, y las pocas veces que sí entraba, se iba a buzón de voz. Tenía la vaga sensación de que había una falla con las telecomunicaciones, al parecer a mi móvil le costaba adaptarse a las frecuencias de las ciudades a las que llegábamos, mientras en algunas no demoraba mucho, en otras ni siquiera se conectaba. Era caótico.

El domingo en la noche viajamos a Armenia. Ya me sentía mejor y Santiago había solicitado unas cuantas habitaciones en el hotel donde tendríamos la presentación, de tal modo que no me tocara un día ajetreado. Armando me chequeó temprano, pues quería irme a la cama antes de las nueve. Todavía sentía algo de fatiga por el vuelo, pero mi temperatura estaba bien y mis pies no estaban inflamados; aún así él insistía en que los metiera en agua.

Luego de cerrar la puerta, me recosté contemplando el techo en medio de la oscuridad, hablé un poco con mis angelitos sobre el día y lo mucho que me preocupaba no saber de su papá. Cabeceé, sorprendiéndome al saber que me estaba quedando dormida, así que me espabilé para sentarme en la cama y tomar el celular.

Mi hermana me había enseñado que los celulares no debían quedarse encendidos o cargando mientras dormíamos, por lo que trataba de cumplir su mandamiento al pie de la letra. Sostenía el botón principal cuando entró una llamada, denegué la orden que acababa de darle al aparato para ver en la pantalla un número desconocido. Estaba segura de que era Samuel.

—¿Samuel? —pregunté de inmediato al contestar.

—¿Lai...

La señal se fue al piso y la llamada se cortó. Traté de devolverla pero seguía saliendo error. Me paré apurada para salir al pasillo en busca de la habitación de Santiago, necesitaba intentar con otro teléfono. La puerta de su habitación estaba entre abierta, a pesar de ello toqué varías veces, pero él no contestó. Me pregunté si era buena idea abrir sin más, no lo dudé mucho y entré.

Escuché su voz en la pequeña sala que había en todas las recámaras, fui a buscarlo y me sorprendí al verlo sentado en un sillón de espaldas mientras sostenía una video llamada con Jorge. Me quedé quieta poniendo atención a la conversación, era realmente dulce oírlos, en especial porque Jorge mostraba un lado suyo que nunca había imaginado.

—¿Y comiste bien?

—Sí —rió por lo bajo—. No te preocupes, sabes que no me descuido en las comidas ni en los tiempos.

Mas te vale, Santiago.

Tranquilo, amor, no te enojes.

Tú bien sabes cómo te pones cuando estás fuera y después la gastritis se empeora —le contestó Jorge enfadoso—. El solo hecho de recordarlo me hace enojar, entonces no me digas que...

—Pero no lo he hecho, te lo juro —le interrumpió.

Eso espero, Santiago.

—No me digas así —suspiró—. Odio que me llames por mi nombre cuando usas ese tono.

—¿Entonces cómo quieres que te diga? —rió jocosamente.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora