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—Mírame —dijo, tratando de acomodar sus piernas sobre el reposapiés.

Intenté hacerlo, pero me era penoso, así desvié mi mirar de nuevo; al saberlo, él volvió a insistir.

—No puedo. Lo siento, pero me siento mal si lo hago —dije mirándolo a los ojos.

—¿Por qué? —corrió la silla eléctrica y con la ayuda de sus manos se acercó a mí.

—No lo sé...

—Eso no me dice nada.

—Es que... O sea... La verdad es que me...

—Solo dilo.

—¡Me entristece verte ahí sentado! —detoné

—Maravilloso —resopló—, me tienes la lástima que hace años no sentía.

—No es que seas un bicho raro, pero lo que tienes que hacer me hace sentir fatal, me tortura. No sé cómo ha...

—Solo te acostumbras. No es el fin del mundo —me interrumpió tomándome la mano—. Ahora, por favor, ve a la oficina.

—¿No era mejor si te quedabas en la silla eléctrica? —me detuve en el pasillo para mirarlo.

—No. Es estorbosa. Anda —tomó mis caderas y me giró, obligándome a continuar.

Entré en el estudio y le dejé la puerta abierta, saqué mi celular del bolsillo trasero y me senté en el sofá, dejé el portafolio y el bolso a un lado para observar detenidamente a Samuel, quien estaba frente a mí.

—¿Hay problemas con las escenas? —me preguntó señalando el portafolios.

—No —respondí—. Una escritora infantil me contrató hoy para trabajar en las ilustraciones de la nueva versión de su libro.

—¿No será Anayia? —su mirada parecía maliciosa.

—Sí, ella. ¿Por qué?

—Por nada —sonrió—. Ella es una excelente escritora infantil. Espero logres un buen trabajo.

—Gracias... Lamento lo dicho, siempre que hablamos del tema terminamos discutiendo.

—Está bien. No te preocupes —sonrió—, eso ya no me desconcierta tanto como antes.

—De igual manera lo siento.

—Tranquila. Ahora sí a lo que viniste —asentí—. Tienes dos opciones, revelar la verdad o decir que nos sincronizamos para crear la pintura y la descripción de una manera exacta.

—Ambas son válidas, pero una no es tan creíble. ¿Y si preguntan por la oferta en el periódico?

—Puedes mentir y decir que cuando te eligieron acordamos crear una pieza única tanto visual como literaria.

—Bueno, eso me gusta... ¿Y qué debería decir?

—¿Qué crees que pudieras decir al respecto?

—Pues... No lo sé... Tal vez quién soy, qué hago, que soy nueva en la editorial y que nos sincronizamos para crear una pieza única de manera literaria y visual.

Samuel rió. Me pidió que imaginara el discurso, una y otra vez, luego de varias ideas, solicitó que lo recitara. Mientras lo hacía, trajo dos botellas de agua.

—Buenas tardes...

—A partir de las 6 p.m. ya es noche —dijo descargándolas en la mesa.

—Bien... Buenas noches, mi nombre es Laila Dagmar Ha...

—¿Dagmar? —preguntó confundido.

—Sí, culpa de mi papá —reí por lo bajo—. Voy a iniciar de nuevo...

Y entre corrección e inicio transcurrió gran parte de nuestra noche. Finalmente logré la idea perfecta y la repetí varias veces para memorizarla. Samuel se quitó lentamente la corbata, haciendo que mis hormas se aceleraran a mil por hora, luego pasó al saco y descargó ambas prendas en sus piernas.

—Gracias por la ayuda, debo irme.

—¿De verdad? —me miró sorprendido— ¿No quisieras quedarte?

—No, mañana debo ir a comprar algo para ponerme en la reunión, así que tendré que levantarme temprano. Las mujeres somos algo jodidas —reí nerviosa.

—Quédate, mañana te acompañaré a comprar lo que necesites.

—No. De verdad que no —me puse de pie y guardé mi celular en el bolsillo trasero del jean.

—Esta noche estaré solo y no me gusta estarlo —sopesé la propuesta unos segundos—. Puedes dormir en otra habitación si quieres.

—No lo sé... —contesté deslizando la lengua bajo mis dientes.

—Laila, dime que lo hiciste inconscientemente.

—No lo fue...

Me miró fijamente, por un segundo pensé que se iba a parar a besarme, pero no lo hizo, y yo que moría de ganas. Samuel se revolvió en su silla y retrocedió para salir de la oficina.

—¿Qué pasa? —dije corriendo tras él.

—Laila, no quiero que tengas un mal recuerdo mí otra vez. Puedes quedarte en cualquier habitación. Tu llave está en el estudio por si quieres irte y volver después.

—¿Puedo dormir contigo? —pregunte parándome frente a él.

—No —aunque era una completa negación, sonrió.

—¿Mes estas corriendo de nuevo?

—No —repitió esquivándome—, solo quiero que sepas que no eres solo sexo para mí. Debo ir al baño. Hasta mañana, Laila —cerró la puerta de su habitación al entrar.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora