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El miércoles Santiago pasó a vernos al edificio, me comentaba que por primera vez no venía a ver Samuel, lo cual fue motivo de risas. Como mi estudio estaba muy desordenado por el largo trabajo que había tenido la noche anterior, decidimos dialogar en la mesa del comedor principal, con todos los bosquejos esparcidos sobre ella.

—Estas ideas están asombrosas, Laila —me sentí orgullosa al oírlo, mientras él observaba con detalle las primeras diez hojas que había realizado—. Es definitivo, eres realmente buena en lo qué haces —concluyó mirándome.

—Muchas gracias —estaba segura de que mis mejillas se habían sonrojado.

—¿Tienes más?

—Bien, esto va a sonar loco, pero tengo antojo... ¡qué digo! —reí al pensar en lo que decía—, se me ocurre dibujar una bandeja paisa, no rupestre sino más colorida, como la Feria de las Flores, pero al óleo.

—¿Comida? —me miró extrañado.

—Sí, por supuesto. Qué tal si usamos la agua de panela con queso y almojabana, caliente o fría se comen desde Boyacá hasta el Valle. O sino piensa en los tamales, sea cual sea el relleno, por fuera se ven casi que iguales y se comen en todo el país. Es más, imagínate una bandeja llena de postres de todas las regiones: bocadillo veleño, un cholado valluno, unas cucas boyacas, una totuma de arequipe con brevas, unas cocadas...

—Laila —me interrumpió cuando ya tenía la boca hecha agua—, ¿tienes hambre?

—¿Se me nota mucho? —reí avergonzada, recordando que había bebido algo de juego un par de horas atrás.

—Un poco —curvó su sonrisa a un lado de manera dulce—. ¿Su empleada hizo almuerzo para hoy?

—No, Santiago —respondí poniéndome de pie—. Aquí nunca ha habido empleada. Nana era quien acompañaba a Samuel y desde que murió yo me he encargado, con la ayuda de él, de todo.

—Entonces, ¿qué te parece si ordenamos un domicilio para que sacies esa ganas?

—Estoy de acuerdo —sonreí tomando el teléfono inalámbrico del apartamento—. Y bien, ¿tú qué quieres?

Santiago dijo que se adhería a mi respuesta, por lo que fui a preguntarle a Samuel qué quería comer, él eligió una mojarra frita con arroz con coco y nosotros nos fuimos por unas bandejas paisas. Mientras llegaba la orden, trabajamos en los diseños que dejaríamos como proyectos finales. Un total de 20 cuadros deberían ser creados y entregados en un lapso de un mes, era una carrera contra el tiempo en la que me planteaba la posibilidad de necesitar ayuda.

—Bien, necesito ayudantes —dije mirando los trazos rápidos que acababa de hacer—, y quizá un estudio más grande —agregué, pensando que con tantos caballetes, lienzos y materiales regados, no cabríamos en mi estudio.

—Lo que sea, tú no te preocupes. ¿Cuántas personas crees necesarias?

—Unas tres —contesté—. Tengo a los artistas indicados, déjame los contacto y ya cuadramos bien eso.

—Bien —respondió tras pensarlo mientras yo buscaba mi celular—. Ofréceles pagos de ocho dígitos —habló de repente, obligándome a mirarlo—, seguro que así se motivan.

—¿C-cuánto piensa pagar el Banco de la República? —cuestioné tras pensar un poco en lo que acababa de decir.

—¿Cuánto piensas cobrar?

—¿Puedo cobrar decenas de millones? Digo, si eso es para los colaboradores, yo que soy la cabeza puedo cobrar más.

—Sí y mucho más, Laila. Incluso cientos—rió al verme confundida. Imaginé que no sería justo cobrar demasiado, a fin de cuentas, el estado gastaba excesivamente en cualquier tontería, entonces haría un bien común si pedía menos—. Piensa bien cuánto cobrarás —dijo, como si hubiese leído mi mente—, si no se invierte en ti, se irá a los bolsillos de la corrupción, así que aprovecha. Supongo que habrán unos mil o dos mil millones disponibles, de los cuales se robarán más de la mitad.

—¿Cuánto debería ser?

—¿Quieres que lo deje a mi consideración? —su sonrisa maliciosa me desconcertó todavía más.

—Por favor.

—Muy bien. Llama tus contactos para ponernos de acuerdo.

Mientras buscaba los números de los mejores compañeros de clases que había tenido en la universidad, llegaron los pedidos. Serví antes de llamar a Samuel, pero él decidió comer en su oficina dejándonos desconcertados en la mesa. El solo olor me distraía, tenía demasiadas ansias por comer lo que había en mi plato, pero el malestar comenzaba a hacerse evidente tras el primer bocado. "¿Podrías dejarme comer esta vez?", pensé, acariciando mi vientre. Había escuchado a mi hermana decir durante su primer embarazo que los bebés podían sentir como estaba su mamá y escucharla, así que si eso era cierto, no perdía nada con intentarlo.

Al final de la tarde, dos de los tres compañeros que tenía en mente aceptaron la propuesta, a pesar de estar sorprendidos por mi llamada. No les dije que era para el Banco de la República, pero sí que sería bien remunerado, por lo que no duraron ni una milésima de segundo. La verdad era que trabajar en el campo del arte era maravilloso y expresivo, pero no siempre era valorado.

Santiago se fue sobre la siete de la noche, poco después de que escucháramos a Samuel discutir con alguien que seguramente estaba al otro lado del teléfono o de la pantalla.

Organicé la mesa y llevé todo a mi estudio. Al volver por el pasillo, oí a Samuel discutiendo de nuevo en su oficina, sonaba molesto y me preguntaba si estaba desquitándose de lo que le había hecho con alguien más. Me tranquilicé al escucharlo mencionar la palabra "fondos", por lo que fui a la habitación para preparar la tina y así tomar un largo baño caliente al son de música indie. Dejé la puerta abierta sabiendo que el vapor se saldría de baño y no me daría tanto frío al salir. Al compás de Laleh me despojé de la ropa que llevaba, colgué una toalla grande en la barra de metal que había en la pared externa de la bañera y me metí por encima, sabiendo que de abrir la puerta, el agua se regaría.

El sentir como mi cuerpo descansaba en el vaivén, me relajó demasiado, permitiéndome tomar un tiempo a solas con mi bebé.

—Sabes, ahora me siento muy feliz sabiendo que estás allí —comencé a murmurar, acariciando mi pequeña, casi invisible, barriga bajo el agua—. Te diré lo mismo que le dije a tu papá, no eres lo que esperaba, pero eres todo lo que quiero. Vas a estar bien, ¿verdad? —cerré los ojos, recostando mi cabeza en el borde de la tina.— Si le decimos a papá, necesito que estés bien. Vas a ver como se pone de feliz y seguro será tan extremista como lo fue anteayer cuando llegamos de ver al médico. No me extrañaría que te ponga a los del FBI a ti también, incluso antes de nacer —las gotas escurrieron hacia mi cabello y me sentí frustrada porque no quería llorar—. En cuanto volvamos de ver al doctor, le diremos a papá, ¿estás de acuerdo? Voy a suponer que dijiste que sí —reí—, mientras tanto, ¿me dejarías comer? Mira que estoy bajita de peso y mamá necesita ponerse fuerte para ti... porque te ama y quiere que siempre estés bien, Ismael —susurré, recordando el sueño que Samuel había tenido. Algo me hacía sentir que todo era un error y mi bebé estaba creciendo como debía ser—. Te amo mucho, mucho, muchísimo.

Sentí como mi alma descansaba después esa charla, todo iba a estar bien. Lo sabía, lo sentía en cada parte de mi ser, y estaba segura que Ismael también.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora