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El último viernes de abril fue completamente horrible. Estaba pálida, cansada, me dolía la espalda, la cabeza y el mundo parecía girar a 300 km/h.

Entregaba los nuevos diseños del proyecto, cuando mi estómago devolvió en el basurero de la oficina lo que ni siquiera había comido. Salí a toda prisa de allí sintiéndome muy avergonzada, al subirme en el ascensor apoyé mi frente en el espejo mientras trataba de regular mi respiración, sin duda alguna me iba a enfermar.

Una vez fuera del edificio me recosté contra la pared tratando de respirar pero, antes de si quiera poder calmarme, vomité de nuevo. ¿Qué demonios? Tomé un taxi y regresé al edificio, me senté en el sofá para quitarme los tacones y noté que tenía los pies un poco hinchados, debía dejar de usarlos por una buena temporada. Repentinamente la puerta se abrió y Samuel apareció de la nada, lucía cansado, aunque notó que yo estaba peor y no pudo evitar preguntar de nuevo el porqué.

—Creo que es hora de que vayas al médico —dijo desabotonándose la camisa azul al escuchar mi típica respuesta.

—No, no me gusta. Pronto me pondré mejor —sonreí—. Estoy segura de ello.

—Bien... Sigue así y verás.

—¿Cómo te fue? —pregunté de inmediato cambiando el tema.

—¿Regular? —desde que había comenzado a trabajar en las propias instalaciones del ministerio Samuel llegaba más cansado y estresado que de costumbre—. Puse en la mesa la opción de subirle el salario a los docentes públicos, pero presidencia dice que no hay más presupuesto; ahora el sindicato amenazó con tomarse las calles de las ciudades principales si no hacemos nada. Lo peor del caso es que se me sale de las manos, si presidencia no cede, todo quedará sobre mis hombros.

—¿Qué harás?

—Usar la tina...

—No —reí—, con respecto a tu trabajo.

—Presionar a presidencia e indirectamente apoyar al sindicato. No sé qué más hacer, un paro indefinido obligaría a los estudiantes del estado a pausar sus clases, tendrían que repetir el mismo grado otra vez. Será un caos —se encogió de hombros.

—Espero logres solucionar eso.

—Ojalá fuera tan sencillo —respondió retrocediendo la silla—. Voy a tomar una larga ducha, no te aterres si no respondo.

—No volverá a pasar, lo prometo —reí.

—¡Te creo! —gritó desapareciendo por el pasillo mientras mi mente comenzaba a recordar aquella extraña escena.

Un par de días atrás, él había se había encerrado en el baño para tomar una ducha; sin embargo, pasó más de una hora dentro y a pesar de mis llamados, nunca contestó. Traté de abrir la puerta pensando que algo le había pasado, pero me fue imposible, así que terminé en el suelo llorando para después caer dormida en él.

Mi pobre novio me despertó preocupado, sin saber de la dicha que me embargaba al verlo. Toda la tarde anduve como una ladilla pegada a él, pero así es el amor.

¿Amor?...

Saliendo de mis pensamientos fui a la cocina, debía comer algo o me daría gastritis. A raíz de la ausencia de nana Emma, cambiamos todo en la cocina dejando las cosas de uso más común bajo el mesón para que le fueran más asequibles a Samuel.

Tomé un vaso y lo llené de jugo de pera, que era lo único que me saciaba últimamente, saqué el celular de la pretina de mi pantalón y revisé mis redes sociales. "Laila D. Haggard Página Oficial" estaba creciendo de una manera descomunal, sin duda alguna mi vida había cambiado desde que estaba con Samuel. Al terminar me giré para ponerlo en el lavaplatos, pero me tropecé con la gaveta que no había cerrado, dejando caer el vaso. No supe qué hacer y en mi confusión, di un paso en falso enterrándome varios trocitos en la planta del pie.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora