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Aquel lunes en la mañana tuvimos la primera entrevista para la radio de Leticia y una corta conferencia en el teatro de la ciudad, fueron casi 100 personas y me costó mucho soltarme al principio.

Después del almuerzo tomamos vuelo a Mitú, la sensación de pánico al imaginar el vacío no se me quitaba por completo, pero esperaba que con los próximos días menguara. En aquella capital tuvimos una intervención de 3 horas antes de irnos a cenar al mejor restaurante del lugar.

Al volver, se nos asignaron dos casas fiscales. Betsabet, Lussi, Armando y yo descansaríamos en una cerca a la plaza principal de la ciudad, mientras que Santiago, Michael y Brian lo harían en otra que estaba ubicada al lado de la estación de policía.

Los hombres se quedaron platicando con nosotros hasta ya entrada la noche, la conversación estaba muy amena y era verdad que el primer día había sido muy productivo, además de un excelente abrebocas. Me retiré al sentirme aperezada, por lo visto los nervios me habían dejado cansada, subí las escaleras y entré en mi habitación para organizar la cama king size antes de acostarme.

—Laila —me volví al escuchar a Santiago entrando a la recámara—, ¿qué tal tu primer día?

—Estuvo bueno, interesante —sonreí—, a parte de los vuelos, ha estado muy bien.

—Me da gusto oírlo —me devolvió la sonrisa—. ¿Cómo te has sentido? ¿Cómo está tu bebé?

—Son dos y estamos bien, eso creo.

—¿Dos? —asentí. Se acercó mirándome de arriba a abajo.— ¿Y dónde están?

—Aquí —le señalé mi vientre y no pudimos evitar reír.

—No parece...

—Lo sé, pero el doctor dijo que están bien —esbocé una sonrisa, acariciandome sobre la blusa que tenía—. Santiago, que nadie más lo sepa.

—Entiendo —sonrió—. Le diré a Armando que suba para que te revise y vea si todo está bien .

—Vale, gracias Santiago.

—A ti, Laila.

Santiago salió de la habitación en busca del médico, mientras volvían abrí mi maleta para buscar mi cepillo de dental y entrar al baño. Revisé mi celular y vi que la señal estaba por los suelos, prácticamente no tenía, pero debía reportarme con mi hermana. Cuando le escribía para decirle que estaba bien, me pregunté qué sería de Samuel, esperaba que no hubiera ningún problema serio y que me llamara pronto, que me escribiera o me diera señales de vida, que tan siquiera se acordara de mí.

—¡Laila, ya llegó! —escupí en el lavamanos al escuchar a Santiago. Me enjuagué y salí del servicio para atender al doctor.

Luego de que Santiago nos dejara a solas, seguí las instrucciones de Armando, quien luego de acostarme en la cama, puso un transductor portátil sobre mi vientre. De inmediato se escucharon los latidos de Ismael y su hermanito, aunque no pude verlos, pero todo parecía en orden. Ya después de hablar un poco sobre el embarazo, pasó a tomarme la presión y la temperatura, que también estaban estables.

En el momento en que el doctor se iba a ir, le pedí que no le dijera nada sobre mi embarazo a los demás integrantes del grupo. Quería mantenerlo en boca de la menor cantidad posible de personas, porque aún no se lo decía a mi mejor amiga ni a mi hermana y mucho menos a Samuel.

Después de las palabras de Santiago, me sentía esperanzada y tranquila de que su estrés solo fueran cuestiones laborales, que Samuel estuviera bien y esperaba que no tuviera nada con Natalí o con alguna otra mujer, aunque si era así, esperaba que tuviera la decencia de decírmelo.

Esa noche me fui a la cama luego de charlar con mis bebés y decirles que probablemente tendría padres separados, pero que yo siempre haría lo que estuviera a mi alcance para que estuvieran bien. Ya había decidido que Samuel se enterara en cuanto volviera de mi viaje, pero tenía miedo de su reacción. No quería que dijera alguna barbaridad que seguramente mis hijos podrían escuchar, no quería que sintieran que no eran deseados, porque hasta donde recordaba, el hombre que yo había conocido, anhelaba tener su propia familia.

El martes no hicimos nada más que descansar antes de prepáranos para el vuelo a Florencia y luego a San José del Guaviare, donde nos quedamos hasta el miércoles en la tarde.

Aquel fin de semana, lo pasamos en Puerto Carreño, fue asombroso porque por fin podíamos recargar energías en forma y conocernos más. En el hotel que nos asignaron había una magnífica piscina y con el calor que hacía, no existía mejor plan que ir a nadar.

En la tarde noté que el vientre se veía más abultado; sin embargo, aún no parecía que hubieran dos bebes dentro. Tal vez Francisco tenía razón y se debía a mi preocupación, a la vez, yo creía que era porque siempre había sido de barriga un poco voluminosa. Solo había que esperar. Me puse mi vestido de baño enterizo y fui a la piscina.

Cuando se trataba de ir a nadar, me costaba bastante usar trajes de dos piezas por el simple hecho de tener estrías en las caderas, la entrepierna y los senos. Habían aparecido luego de mis 17 años y me acomplejaban mucho, a pesar de eso David solía decir que no se notaban y Samuel nunca se quejó por ellas, actos que me permitían sentirme más confiada con mi cuerpo; aún así, saber que estaban allí, me intimidaba.

Para el domingo en la tarde volamos a Arauca, preparamos en el avión las intervenciones de aquella semana, los horarios y los hospedajes previstos, de tal modo que solo quedara resignarnos al corre corre que se venía.

Con el transcurso de los días me acostumbré a la sensación de despegue y aterrizaje, pero tres semanas después de haber iniciado la gira,  mi cuerpo comenzó a pasarme factura. Como todas las noches, Armando vino a verme a mi habitación, esta vez notó que tenía los pies hinchados y la temperatura un poco más alta de la habitual; al ver los resultados le pidió a Santiago que viniera a mi recámara para hablar con él.

—¿Y entonces que recomiendas? —le preguntó Santiago, luego de que Armando le diera sus apreciaciones.

—Reposo.

—¿Qué? —pregunté preocupada, al día siguiente tendríamos la presentación en la casa cultural de Popayán.— ¿Por cuántos dí...

—A ti eso no debería importarte —interrumpió Santiago, con voz suave—. ¿Puede viajar mañana a Cali?

—Sí —contestó—. Creo que si descansa este fin de semana, estará mejor.

—¿Y si no?

—Regresarás a Bogotá —contestó Santiago de inmediato—. No voy a arriesgar a los hijos de mi amigo y mucho menos a su novia. Mañana yo iré solo a presentación y tú te quedarás aquí descansando, en la noche volaremos a Cali y con suerte estarás mejor para volar el lunes.

—Estoy de acuerdo con el señor ministro —dijo Armando al ver mi cara de preocupación—. También voy a recomendar que no uses más tacones en las presentaciones, es mejor ir por un calzado de tacón bajo, para la circulación.

—Está bien —suspiré.

Antes de acostarme, Armando aconsejó que metiera los pies en agua tibia con sal y que bebiera un vaso de agua antes de dormirme, me advirtió que me darían ganas de ir a orinar, pero que era mejor a retener líquidos.

Me acordé de Samuel quien siempre vivía preocupado por eso, pues cuando no usaba las sondas desechables o no bebía agua, se le inflamaban los tobillos. Dolía recordarlo de esa forma y solo esperaba que se estuviera cuidando en vez de estar bebiendo.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora