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El estómago me dio un vuelco, no estaba preparada para hablar de eso, no con él. Un nudo se me formó en la garganta impidiendo que el aire entrara, mis ojos se llenaron de lágrimas y mi corazón latió a mil por hora; la verdad surgiría de manera inminente.

—Todavía lo quieres, aunque esté muerto —murmuró, apartando su mano de la mía.

—No lo entenderías. Él era todo mi futuro —las lágrimas se desbordaron y corrieron por mis mejillas—. Al igual que tú, yo tuve planes con alguien más —expliqué limpiándome el rostro—. Estuve con él lo suficiente para saber que lo quería en mi vida y no fue así. Él se fue, aún cuando yo rogaba porque no lo hiciera. ¿Sabes cuantas noches dormí a su lado suplicándole a Dios que lo despertara? Él es mi pasado, pero era mi presente y mi futuro.

—¿Si estuviera vivo...

—Estaría con él.

—No hablas en serio —cabeceó de manera negativa

—No miento —sentencié—. Si caminaras, no me habrías conocido, ¿verdad?

Él me miró con el rostro contraído, como si lo que acababa de decir, lo hubiese herido. Me paré y caminé por la estancia queriendo calmar las lágrimas que no dejaban de caer.

—Si yo...  Si yo caminara —titubeó—, ¿me... elegirías por sobre él?

—¡No digas tonterías! —estallé— No son tus piernas, no eres tú, ¡es él! Nunca sabré que nos habría pasado si siguiera aquí.

—¿Entonces qué haces junto a mí? —preguntó tratando de acomodarse en la silla— ¿Solo soy un gusto que va a durar poco? ¿Un reemplazo?

—No, Samuel —miré hacia otro lado—. Tú me mueves las tripas. Te quiero, desde la primera vez que entré aquí y me sonreíste, me conecté contigo de una manera nunca antes sentida. Después de todo lo que nos pasó, terminé aquí de nuevo y tus pequeños detalles me enamoraron: los dulces en el escritorio, las tazas de té que nana Emma no hacía, las flores, las sonrisas indiscretas; siempre esperé a que me dijeras algo, pero solo te ibas. Samuel, yo me enamoré sin darme cuenta... Ahí supe que lo estaba dejando ir —sorbí por la nariz—. No me importa tu edad, lo que tengas o lo que carezcas, solo me importas quien eres.

Me miró boquiabierto, segundos después, se concentró en acomodar sus piernas en el reposapiés y quitarle los frenos a la silla. Un silencio nos consumió pareciendo ser eterno mientras nuestras miradas luchaban por separarse, finalmente así sucedió y Samuel salió del estudio dejándome con la cara empapada de agua salada.

Volví a la cama sola, al parecer Samuel se había ido porque no lo hallé en ningún lugar del apartamento; sin embargo, la mañana me sorprendió con él a mi lado y una rosa en la mesa de noche. Estaba en su silla frente a mí, sosteniendo mi mano y detallándome fijamente.

—Buenos días.

—¿Dónde estuviste? —murmuré quitándome el cabello del rostro.

—Requería aire. Perdón, no era mi intención hacerte llorar.

—Era necesario. Está bien.

—De igual forma, perdón —insistió entregándome la rosa.

—Gracias —tomé la pequeña flor y me senté en el borde de la cama.

—Lamento haber dicho ciertas cosas anoche —dijo minutos después, apretándome la mano—. Sé que las ruedas no te molestan, lo has dicho muchas veces, pero solo tú has hecho que me preocupe demasiado por quién soy o cómo me veo. Me siento como el joven inseguro que nunca fui. A tu edad sabía que nadie me querría, pero ahora me siento como el adolescente preocupado por su aspecto que seguramente hubiera sido —rió—. Ahora no quiero te vayas.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora