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—Aún la quieres, ¿no?

—No niego que sentí que caía a un abismo al verla, pero me molesta más el pasado —contestó apretando la mandíbula—. Hubiera deseado que alguien rogara por mí en esos momentos...

—Entiéndela —dije deslizándome contra la puerta hasta quedar sentada en el suelo—. Recuerdo que estaba en clase de litografía cuando el papá de David me llamó, de solo escuchar "no despierta" y "hospital" olvidé todo lo que ya me había dicho. Salí de universidad llorando, a toda prisa, preocupada y con el corazón en la mano. Antes de entrar, lo intenté mil veces. Iba a la puerta, me alejaba y volvía a los segundos. Solo había sido un golpe y cuando entré comprobé que se veía normal, pero su cerebro se había desconectado... Día debió hacer lo mismo más de un millón de veces, fue un accidente de auto, nada le garantizaba que vería al mismo chico con el que había salido. Aunque no hubiera sido a tu lado, estoy segura de que rogó tanto como yo lo hice.

Un silencio largo se hizo presente, no fue incómodo, mas bien fue reflexivo. Nadie nunca en su vida quiere ver a alguien que ama en ciertas situaciones donde no sabes qué va a pasar, situación que nos ponía a Día y a mí con un punto en común y era que seguramente habíamos rogado, pero al final solo una fue escuchada.

—Por eso te quiero...

—¿Qué?

—Cuando Lucile vino, dijiste que ella me quería, cosa que siempre he sabido; y ahora que Día vino, la defendiste —sonrió—. No eres rencorosa o vengativa...

—No, pero soy celosa.

—Y aun así lo hiciste.

—Pero eso tiene su explicación —dije parándome.

—¿Cuál es?

—Es secreto.

Pasé por su lado y me metí al baño recordando las palabras de mi hermana. En sí no había ninguna explicación, solo era un código femenino que Elsa me había enseñado cuando era pequeña. Ella dijo que la vida me recompensaría de acuerdo a mis acciones y eso era cierto; si bien, ver a aquellas mujeres me causaba malas sensaciones, también eran mis iguales y querían a Samuel.

Aquella tarde él estuvo ocupado trabajando y reasignando horario para las terapias, cumpliendo así su promesa de volver sin más faltas. En mi estudio terminé el cuadro de la laguna, por primera vez en mucho estaba encantada con alguno de mis trabajos, así que lo puse en el escritorio para mandarlo a enmarcar. Preparé la cena y nos fuimos a la cama poco después, ya en ella, percibí a Samuel muy feliz y, luego de mucha insistencia, aceptó decirme por qué a la mañana siguiente, aunque esta no fue para nada agradable.

Desperté con el estómago dándome vueltas, Samuel no estaba a mi lado así que corrí al baño con urgencia antes de hacer un desastre en el suelo, pero allí estaba él, vomitando también. Sin saber qué hacer, me apoyé en el lavamanos y lo boté todo. Nos detuvimos casi al mismo tiempo, me senté en el suelo mientras él se limpiaba la comisura de los labios con el borde de su camisa. ¿Qué había pasado?

—¿Qué hora es?

—Cómo las 4:30 más o menos...

—Lo siento...

—¿Por qué? —preguntó mirándome confundido.

—Creo que cociné algo en mal estado —contesté con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Por qué lloras? No llores, solo es un pequeño malestar, no el fin del mundo.

—¡Lo siento! —chillé, rodeándome con mis brazos y metiendo la cabeza entre las piernas.

—Tranquila —se acercó al ver que no me detenía—. Está bien, nada que el agua no pueda solucionar en un par de horas.

—Me siento mal —tenía la respiración entrecortada y Samuel me miraba con cara de pánico.

—¿Esto es otro efecto colateral del periodo?

—¡Ya no estoy menstruando! —grité— Deja de culpar a mi periodo por todo.

—Bien, lo siento, lo siento. Te traeré un vaso con agua.

Samuel salió y yo me hice una bolita que no dejaba de llorar. Era cierto, no era el fin del mundo, pero no podía detenerme y eso me hacía enojar, obligándome a llorar por ser incapaz de parar. Todo un trabalenguas femenino.

Después de beber el vaso con agua que me trajo, volví a la cama sin él. Desperté pasado el mediodía muy confundida, mi cerebro luchaba por entender si aquello había sido un mal sueño o era parte de la realidad. Salí de la habitación en busca de Samuel, me asomé ligeramente por la puerta de su oficina y lo vi hablando por celular, parecía cansado así que me encerré en mi estudió y comencé a dibujar lo primero que se me viniera a la mente, dejándome llevar por los trazos, retocando los ojos, las pestañas, los labios delgados, detallando el cabello...

—No sabía que era tan apuesto.

Su voz me arrebató de mi ensimismamiento haciéndome ver lo que estaba dibujando: era él, sonriendo de aquella manera tan particular que me idiotizaba. Giré lentamente para encontrarme con mi Samuel de carne y hueso, su mirada llenada de dulzura me revolcó el corazón, casi que obligándome a tirarme en sus brazos. Me acunó extrañado y preguntando si me sentía bien, después de responderle y de disculparme por el mal rato que le había hecho pasar en la madrugada, él decidió preparar la comida por el resto de semana.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora