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En la mañana del viaje pasamos a visitar a nana Emma antes de ir a mi casa, parecía que los años le hubieran llegado repentinamente y lucía mucho mayor de lo que era. Al ver su estado, Samuel me dijo que prefería no acompañarnos; sin embargo, ella se lo prohibió, alegando que si algo le ocurría, lo llamarían a él primero. Haciendo caso, él nos dejó solas para ir a hablar con el director del geriátrico.

—Deberías decírselo —dije sentándome a su lado.

—No, no hay nada que hacer y no quiero que él se preocupe. Cuídalo, prométeme que lo cuidaras.

—Nana Emma, las cosas no duran por siempre.

—Solo prométemelo —rogó.

—¿Y si ya no estoy con él?

—Eres la única persona que lo conoce mejor, créeme. Antes del viaje, su madre me pidió que los cuidara y ahora solo está él, por eso yo te pido que lo cuides, por favor.

—Lo prometo.

—¿Qué prometes? —preguntó Samuel entrando a la habitación.

—Que te cuidare —respondí poniéndome de pie.

—No te preocupes, nana —rió—, solo será una semana. Estaré bien.

Ante la respuesta de Samuel, nana Emma y yo cruzamos mirada, y sentí que aquella sería la última vez que la vería con vida. Dejé el número telefónico de la que Robert me había dado con una enfermera antes de salir, así si algo ocurría, podrían ubicarnos con mayor facilidad.

Al llegar a mi casa, Robert y Samuel se dedicaron a meter algunas cosas en la cajuela mientras yo preparaba una pequeña maleta con la ayuda de Paul. Aunque estaba muy feliz por ir de campamento, en especial por ir con Samuel, no pude evitar sentirme embargada por un mal presentimiento.

La finca de los padres de Robert quedaba a 4 horas de la ciudad, Samuel condujo todo el trayecto mientras hablábamos entre todos, tratando de familiarizarnos aun más. Mi cuñado tenía demasiado en común con Samuel, aunque mi hermana no dijo mucho, sí la vi reír con las bromas que él hacía y eso era algo bueno.

Llegamos en plena hora de comida, mi hermana y yo nos metimos en la cocina a preparar el almuerzo, Paul y Robert buscaban leña para la fogata de aquella noche, y Samuel se perdió de mi vista. No lo encontraba por ningún lado, cosa que me preocupaba. Finalmente, me topé con él cuando salía del baño.

—¿Todo bien? —pregunté al verlo.

—Excelente —sonrió—, es un baño amplio.

—Es lo bueno de las casas rurales —curvé mis labios ligeramente notando algo extraño en él—. Espera, ¿esta no es tu otra silla?

—Sí, también traje un caminador, está en la ducha. Espero no estorbe.

—¿Qué? ¿Cuándo...?

—Anoche mientras dormías, no quería molestarte —contestó encogiéndose de hombros—. Esta es más fácil de manejar cuando no conozco el terreno.

—Entiendo —sonreí—. Estoy preparando algo de comer con mi hermana, así que ya casi está el almuerzo.

—Gracias. Iré a ver qué hace Robert.

—Dale, ten cuidado.

—Lo haré —Samuel giró su silla y se perdió tras la pared naranja.

Regresé a la cocina donde mi hermana me sorprendió con dos bloques de panela, me sentí como una niña de nuevo, estaba feliz y recordé cuando mi papá nos daba vasos de agua de panela caliente con queso de vaca campesino; sin duda alguna tenía la mejor hermana del mundo.

Cuando el almuerzo estuvo listo, pusimos la mesa y servimos los platos antes de llamar a los chicos. Robert llegó cargando a Paul, acompañado por Samuel, nos acomodábamos en la gran mesa de madera cuando Samanta comenzó a llorar, despreocupando a los padres de sus responsabilidades, me puse de pie y fui por ella. Mi sobrinita estaba dormida en una pequeña cuna plegable cubierta por un mosquitero; en cuanto la tome en mis brazos se calmó inmediatamente y juntas regresamos a la cocina. Elsa le preparó un tetero que, a pesar de tener tres meses, ya era capaz de sostenerlo sola, así que aproveché para comer mientras ella también lo hacía.

Armamos el itinerario de aquella semana en la mesa: mi hermana dormiría en la casa con Samanta, pero Paul y Robert acamparían con nosotros en el jardín trasero, donde haríamos fogatas por las próximas cinco noches. Iríamos a la laguna, nadaríamos aprovechando el buen tiempo y estrenaríamos el jacuzzi. Robert preguntó si era posible hacer una caminata para que Paul conociera el lugar, pero dadas las condiciones de Samuel, dije que no; sin embargo, él comentó que se quedaría en casa con mi hermana y mi sobrina para que nosotros tres pudiéramos ir.

Aquella tarde mi hermana se quedó en la cocina lavando los trastes mientras el resto armábamos las carpas, una labor que se tornaba tediosa pero divertida a la vez. La carpa de Samuel fue la más complicada, Paul no paraba de reír viendo como Robert y yo luchábamos por meter los parantes en la carpa sin que se perdieran en las líneas. Al final, después de tres horas, logramos armar ambas carpas e inflar los colchones.

Una vez realizada la primera tarea, empezamos a acomodar una pila de leña para hacer la fogata, Elsa y Samuel se fueron a la cocina y prepararon sándwiches para la cena, mientras nosotros encendíamos el fuego para poner a hacer agua de panela con guayabas y maracuyá. No podía creer que Samuel nunca había probado el agua de panela, así que esperaba con ansias su primer vasado.

La noche nos cogió hablando sobre lo que había sido del día y socializando más entre todos, era una escena bellísima.

Si yo era la desafinada de la familia, Elsa era la cantante, así que cantó un poco para nosotros y eso la hizo entrar en mayor confianza con Samuel cuando él la alabó, admitiendo que no conocía esa faceta de ella.

Cenamos y Samuel confesó que la aromática de agua de panela no había sido de su completo agrado, pero que aun así sabía bien. Robert había traído varios paquetes de malvaviscos que calentamos al fuego como en las películas. Mientras los comíamos, Paul dijo que quería escuchar un cuento, así que miré a Samuel esperando una respuesta. 

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora