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Caminé a su lado sin dejar de mirar al suelo, las baldosas de cemento estaban perfectamente alineadas y entre mi despiste, tropecé con una que no lo estaba, cayendo de inmediato tras Samuel.

-¿Estás bien? -preguntó volviendo hacia mí.

-Sí, solo un poco torpe -dije al ponerme de pie.

-Por lo visto, esa es tu naturaleza -rió dulcemente-. ¿Qué te gustaría comer?

-¿Era necesario esperar a que hiciera el oso para preguntarlo?

-Creo que todo el día has sido un oso. Pensaba preguntarte en la esquina, pero no alcanzamos a llegar. Ni modo.

Me sentí un poco avergonzada. Aquel no había sido un muy buen día para mí. La leche se había regado en la mañana, había olvidado la pintura cuando salí de casa y me había bajado en la parada que no era, teniendo que caminar un par de más de kilómetros hasta el edificio, eso sin contar las dos vergüenzas que había vivido con él.

-No te preocupes -interrumpió mis pensamientos-, los osos son bonitos.

No pude evitar sonreír y él me devolvió una hermosa sonrisa.

-Entonces, ¿qué quieres comer?

-Si te soy sincera, no he traído demasiado dinero. Yo solo venía a entregar un trabajo.

-Yo esperaba que no fueras solo trabajo -me quedé muda-. Por otro lado, parece que no me di a entender. Si te digo: "¿Podrías aceptar mi invitación e ir a comer conmigo?" ¿Qué me responderías?

-Que sí -murmuré, mientras caminaba a su lado.

-Perfecto. Ahora es una invitación y no tienes que gastar dinero -sonrió.

Por lo visto, la especialidad de este hombre era sonreír. Anduvimos un par de cuadras hasta un hermoso restaurante al aire libre. Entramos y Samuel saludó a uno de los camareros que parecía conocerlo, el joven moreno avanzó hacia nosotros con una gran sonrisa y nos invitó a tomar una mesa en el patio. Samuel atravesó el lugar siendo el centro de atención, algo que parecía incomodarlo. El camarero quito una de las dos sillas y corrió la mía para que pudiera sentarme, nos entregó el menú y se alejó lentamente.

-Elige lo que quieras.

-Gracias -me limité a decir.

Observé el menú perfectamente decorado y los maravillosos nombres de los platos. Elegí una crepe de espinaca, champiñones y queso junto con una limonada cerezada, mi bebida favorita. Samuel cerró su carta y me miró fijamente, cerré la mía y le devolví la mirada. Parecía un juego de no parpadear, en el que finalmente gané.

-Eres muy linda, Laila.

Me sonrojé de inmediato sin saber que responder, por suerte el camarero regresó e hicimos nuestros pedidos.

-¿Algún día probará otro plato? -le dijo a Samuel en medio de risas.

-No, ese siempre será mi plato preferido. No insistas Javier -respondió sonriendo.

El camarero, que por lo visto se llamaba Javier, llenó un par de copas con agua y se alejó. Volvimos a quedar solos.

-¿Lo conoce? -pregunté.

-He venido a comer muchas veces, es un buen chico. Está trabajando para pagarse la universidad. Estudia derecho. Tú, ¿estudias algo?

-Soy profesional en artes plásticas, hace un año me gradué.

-¿Cuántos años tienes? -preguntó con una expresión un poco confusa.

-24, cumplo 25 el próximo año. ¿Me veo mayor?

-No, pero esperaba que lo fueras. Tengo 36, ¿será eso un problema? -sonrió.

Supe hacia donde iba su conversación, pero en vez de sentirme cómoda y alagada, no sabía cómo tratarlo. Lo contemplé lentamente, su barba poco poblada, sus ojos oscuros, sus delgados labios, sus cejas gruesas y su cabello negro se veían iluminados cuando la luz del sol se posaba en su blanca piel. ¿Qué le había pasado? ¿Cómo había terminado así?

-Tierra llamando a Laila -escuché decir.

-¿Qué te pasó? ¿Cómo terminaste ahí? -solo pude decir eso y no sabía si estaba bien o si era lo correcto, así que tuve que bajar la mirada.

-¿Ahí? ¿Dónde?

-En esa silla -respondí decidida a mirarlo fijamente.

-No me preguntes por eso. Ya pasó -sonrió.

-¿Hace mucho?

-Por favor, no preguntes. No lo hagas.

Mala idea, era momento de huir. Me iba a parar cuando el camarero apareció, amablemente sirvió nuestros platos y bebidas para retirarse de nuevo. Samuel me dio el buen provecho y comimos en completo silencio. La comida estaba deliciosa, era abundante y exquisita, aun así, no pude disfrutarla por completo, me era inevitable no mirarlo entre cada bocado. Sam Sly era realmente guapo y, sin embargo, lo sentí como algo indebido. Él terminó primero su comida, y yo, a mi paso lento, lo hice unos minutos después.

Samuel pagó la cuenta, dejándole una gran propina al joven, salimos del restaurante reviviendo ser el centro de atención. Ya en la calle me detuve, supe que era el momento de irme y que era lo necesario mientras él seguía avanzando sin percatarse de mi ausencia, no sabía si acercarme y darle las gracias o solo irme, pero él regresó y se detuvo a unos metros de mí.

-Me perturba la forma en la que me miras, ¿qué pasa?

-Siento que ya te conozco y me estremeces. Es una pena que estés ahí porque me pareces atractivo, pero no sé cómo tratarte. Perdón. Lo siento. Debo irme. Gracias.

-Laila -rió de forma burlona-, acompáñame por unos tragos.

-No bebo, disculpa.

-Hoy lo harás.

Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora