Salí cuando estuve calmada y me di cuenta que no había ninguna toalla a la mano, entreabrí la puerta para llamar a mi hermana, pero me encontré con Samuel frente al baño mirando su celular, ¿qué tanto hacía si me había dicho que no había señal?
Al verme se acercó lentamente y me preguntó si estaba bien, naturalmente le dije que sí y le pregunté si podía traerme mi toalla. Cerré mientras que regresaba, recostándome en la puerta y tratando de dejar mi mente en blanco.
Aquella mañana noté que él me seguía sin acercarse demasiado. Apresurada tomé un botellón de agua de la nevera y me encontré con Robert para irnos; sin embargo, él me pidió que fuera a la habitación por el protector solar para Paul.
—¿No te vas a despedir? —preguntó Samuel al toparse conmigo en el pasillo.
—Lo siento, se me hace tarde —respondí pasando por su lado—. No vemos al almuerzo.
La caminata estuvo genial, visitamos la pesebrera de los caballos y me encontré con Stella, una yegua que no había visto en más de 10 años. Aprovechamos para pasar a visitar a los administradores de la hacienda, quienes no me reconocieron al verme, por lo que Robert tuvo que confirmar que sí era yo. Antes de regresar ellos nos dieron una canasta llena de naranjas, el día anterior había sido de colecta, así que estaban frescas y llenas de aquel olor dulce tan característico del lugar.
La hacienda de los padres de Robert era un terreno de 400 hectáreas, con zona de naranjos, que era lo que principalmente se producía. También habían prados para engorde de ganado y una gran laguna que pertenecía al estado. El papá de Robert había tenido altos rangos militares cuando trabajaba, así que aparte de ser una casa de veraneo para alquiler, también era una reserva natural.
—No puedo creer que haya pasado tanto —comenté cuando regresábamos.
—Es cierto, tu padre acababa de morir y Elsa estaba estresada. Fue una temporada difícil y venir aquí nos consolidó aun más como familia.
—Tú estuviste ahí para nosotras, y es algo que amabas te agradecemos —sonreí mirándolo.
—Elsa muchas veces dice lo mismo —rió—, se nota que son hermanas.
—Gracias, gracias —reí.
—Y también se nota que Samuel te quiere.
—¿Qué? —¿eso dónde entraba en la conversación?
—El solo hecho de venir acá en su estado, de involucrarse con tu familia, en especial con tu hermana que no es un ser encantador cuando alguien no le agrada; todo eso demuestra que te quiere. ¿Y tú?
No dije nada hasta que vi la casa a lo lejos desde el punto de descenso, y me fijé que Samuel estaba hablando con mi hermana.
—Mucho... —murmuré.
Robert me sonrió con una ternura casi paternal antes de que Paul le pidiera que lo alzara, pues habíamos caminado bastante y él ya estaba cansado. Llegamos a la hacienda ha pasado el mediodía, descargué la canasta en el suelo antes de sentarme junto a ellos en la banca del pasillo. Mi hermana llegó a nuestro encuentro seguida por Samuel.
—¿Y bien? —preguntó ella— ¿Cómo les fue?
—Súper —dije yo.
—Fuimos a la casa de los administradores y no reconocieron a Laila —rió Robert.
—¡A mí me fue mal! —gritó Paul por lo que todos lo miramos confundido.
—¿Por qué? —preguntó Samuel.
—Me tocó caminar muchisisísimo —contestó haciendo pucheros—, en cambio tu no fuiste por andar de perezoso ahí sentado. Eso es trampa.
Miré a Samuel preocupada, pero lo único que él hizo fue reír. Robert se paró incómodo y le preguntó a mi hermana por Samanta, ella le dijo que la niña estaba durmiendo en el cuarto, así que fueron juntos a verla seguidos por Paul.
—Disculpa a Paul —suspiré cuando todos estuvieron lejos.
—Es un niño, está bien —negó con una sonrisa.
—De igual forma, lo siento.
Mi hermana me llamó antes de que él dijera algo más, me paré y corrí a buscarla. Estaba en la cama del cuarto principal con Robert y los niños, quienes salieron al verme llegar.
—Necesitamos conversar.
—¿Y ahora? —pregunté sentándome en la cama.
—Samuel habló conmigo esta mañana, está preocupado por como actúas ante ciertas cosas que tiene que ver con su cotidianidad.
—No es que me moleste ni nada de eso.
—Él lo sabe, pero cuando haces eso, le haces daño. Él no es fuerte, no lo es. A él le duele su situación, pero, por lo que me dijo, parece que actúa con calma por ti. Es como si tuviera miedo de que te fueras por como está y, si te sigues comportando así, él se precipitará y te pondrá a prueba como lo hizo hoy en el baño.
—¿Te lo dijo? —me pasmé.
—Sí. Te conozco muy bien, Laila, y sé que te duele, pero lo preocupas. Yo le expliqué esto a él, le dije que era porque estás enamorada y ahora le prestas atención a cada cosa que hace. Sé fuerte por él, si lo hubieras conocido hace 7 años, sabrías como está de quebrado por dentro. No es que lo apruebe, pero él encuentra en ti una especie de calma, que creo que puede llamarse felicidad. No temas preguntarle sobre eso que te inquieta y mucho menos, expresarle lo que sientes. Cuando te alejas así, él cree que te pierde, no lo hagas, sele franca y él sabrá cómo explicarlo. Me dijiste que no era inútil, si lo tienes tan claro, no sientas pena por él. Voy a servir el almuerzo, límpiate las lágrimas antes de entrar al comedor.
Elsa me besó en la cabeza y se fue de la habitación. Me solté a llorar porque primero necesitaba desahogarme antes de calmarme. Cuando ya no me salían más lágrimas, me paré y fui al baño a lavarme el rostro, pero fui interrumpida por Paul que llegó en ese instante buscándome.
—Tía, ¿por qué tienes los ojos rojos? —preguntó extrañado al verme.
—Me cayó jabón en los ojos y arde mucho —respondí con dulzura—. ¿Vamos?
Al llegar al comedor, Paul dijo a los cuatro vientos que tenía los ojos rojos porque me había caído jabón, miré a Elsa y ella solo negó con la cabeza. Avergonzada me senté frente a Samuel, a sabiendas que me observaba, pero yo era incapaz de levantar la mirada.
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Las Pruebas Del Amor (Sin corregir)
RomanceCuando Laila Haggard, guiada por un sueño, conoce a Samuel Gross, descubre que éste no solo es el famoso escritor Sam Sly, sino que también es un poco diferente a ella; sin embargo, eso no es impedimento para que la atracción haga de las suyas y naz...