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—No puedes irte —me pide Derek.

—Deja que se vaya —dice Dominic—, puede irse en cuanto quiera. —Me pasa mi bolso que se encontraba sobre su escritorio, es una clara invitación para que me vaya ahora mismo de la empresa, lo hago por que eso es lo que necesito. Me pongo de pie y recibo mi bolso.

—¿Puedo llevarte a tu casa? —me pregunta Derek. Estoy a punto de negarme cuando la voz de Dominic impregna el lugar.

—No tienes tiempo, recuerda que estás en hora de trabajo, ella ya no.

—Bueno pero tendrá que pasar con Alexia para que le dé un pago por estos días —dice de nuevo.

—Sólo fueron dos días —respondo, hoy no cuenta dentro de los tres días que he mencionado anteriormente—, no hay ningún problema, yo sólo ya quiero irme. —Derek trata de tomarme por el brazo para retenerme pero me zafo del agarre antes de siquiera llegue a tocarme. Salgo a paso rápido, para mi vergüenza del día Rouse ya se encuentra en su escritorio, tiene la vista fija en su computador mientras atiende una llamada y pronuncia algunas innumerables cifras. Las puertas del elevador están abiertas, se me hace un nudo tener que volver entrar a ese lugar, pero es más pánico tener que bajar treinta y tres pisos por las escaleras topándome con más pares de ojos curiosos de los que ya de por sí me encontraré. Cuando las puertas se cierran, siento la vista de Rouse en mí pero no levanto mi mirada, en cambio la sigo teniendo en mis tacones.

Parecía ser un buen día, es como si la vida o el destino le pusiera en el camino las pruebas más difíciles y perturbadoras a las personas que ya creen que superaron sus miedos y sus luchas, su pasado en su presente. No sé si de verdad soy fuerte, creí que eso ya era asunto resuelto y olvidado, ahora me doy cuenta que me duele tanto como el primer día.

Mis pensamientos me pierden en la inconsciencia, ni siquiera me he dado cuenta como es que ya voy dentro del taxi, las miradas que me dedica el taxista por el espejo retrovisor son de pena, ¿me veré tan mal? Yo creo que sí, últimamente es mi apariencia más concurrente. La garganta me duele y la siento comprimida.

—Gracias —le digo al señor después de bajarme y pagarle. No queriendo meterme de nuevo al viejo elevador de mi edificio subo los dos pisos por las escaleras con la fortuna de no cruzarme con ninguno de mis curiosos vecinos.

El primer número dos del 22 que estaba pegado en nuestra puerta se encuentra en el suelo, lo tomo entre mis manos, ahora nuestro piso promete ser el 2B, ya no más el 22B. Cuando abro la puerta de la entrada el olor a comida me reconforta, ese olor sólo lo provoca mi dos chefs favoritos en acción.

—¡¿Qué te ha pasado?! —pregunta en un grito Alaska levantándose del comedor viniendo hacia mí. Los chicos al escucharla vienen tras ella.

Siento los brazos de Will rodearme, no puedo más, me dejo caer, aún en el suelo sigue abrazándome.

—Lo recordé todo de nuevo, hace mucho que no pensaba en ello —susurro entre llanto, lloro de dolor, de melancolía, de impotencia. Escucho a Alaska sollozar e incluso a Oli, las lágrimas de Will me mojan la blusa en el hombro, y nuestros cuerpos se sacuden de la misma manera por parte de nuestros hipidos.

Soy una chica reservada, pero cuando me llegan a conocer de verdad depósito toda mi confianza en la otra persona revelándoles hasta mis secretos más oscuros, como el abuso sexual que padecí por dos años cuando era una niña de cinco años por parte del chofer que era el encargado de llevarme cada mañana al colegio de infantes, era muy pequeña y tenía miedo, recuerdo que nunca hubo penetración gracias al cielo, pero me obligaba a hacer cosas con mi boca sobre su cuerpo cada mañana, tocaba mi cuerpo, acción repudiada que me atormenta hasta hoy a la fecha, esa es una de las razones que por lo que me he reprimido de tener sexo, es un trauma que por más que ame a Will no he podido superar.

Maravilloso accidente. (Completa) (En Físico) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora