Viernes 7 de julio del 2017.

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El aire es fresco, el clima frío
no parece ser el de San Diego, además de que me encuentro descalza sobre un húmedo césped, brilloso y de un verde hermoso, juraría que es tecnicolor.

El vestido que uso es de satén color rosa pastel que se mese en dirección del viento que viene del norte ondeando además de mi vestido también mi cabello rubio que se aparece al tono del sol que hoy no ha salido.

Continúo caminando, tengo la intuición de que me encontraré con alguien. Sigo y sigo caminando sin prisa, en mi pecho siento algo indescriptible, es una sensación de paz y tranquilidad. Me acerco a un árbol que tiene unas hermosas manzanas redondas y brillosas, parecen ser mejores que las de Whashintong. Me pongo de puntitas y me estiro para lograr alcanzar una de ellas.

—Mamá, ¿puedes cortar una manzana para mí también? —escucho una voz infantil, tierna, que me derrite por completo el corazón. Sé que es mi hijo, lo siento en el alma. Volteo a verlo, tiene la edad rondado los seis o siete años. Compruebo que es mi hijo al mirarlo a los ojos porque veo los míos propios, unos hermosos ojos verdes azulados, su cabello es negro como el tizne, es del tipo de cabello de Dominic, sonrío por la pequeña combinación de ambos en ese pequeño ser que me mira esperando una respuesta con un libro entre sus manos.

—Claro, cariño. —Le tiendo la mía.

—No mamá, esa es tuya. —Niega con la cabeza.

—Toma, ya corto otra para mí. —No muy convencido la acepta. Me estiro para cortar otra manzana, cuando por fin la tengo entre mis manos me siento frente a mi hijo, tenemos las piernas cruzadas a modo de indio. Su tono de piel es una combinación hermosa, como el café con leche diría mi madre. Muerdo mi manzana mientras él hace lo propio con la suya, nos limitamos a comer nuestras respectivas manzanas en silencio, de vez en cuando nos dedicamos unas sonrisitas el uno al otro. De pronto una pregunta viene aterrizando directo a mi mente: ¿Dónde están mis otros dos hijos? Los busco con la mirada a mi alrededor a lo que mi campo de visión me permite. Estoy a punto de ponerme de pie cuando mi hijo habla.

—Toma mamá.  —Me pasa algo liviano, es un espejo, lo coloco a modo que veo mi rostro completo reflejado en el, es como si siguiera teniendo veinte años, ni uno más, ni uno menos, ¿pero cómo es qué uno de mis hijos ya es un poquito mayor?

—¿Mamá? ¿Puedes leer para mí? Por favor. —Bajo el espejo desconcertada y recibo el libro que me entrega.

—Sí, ven, acuéstate. —Se acerca y pone su pequeña cabeza sobre mis piernas y su vista en el hermoso cielo azul pintado con vaporosas nubes, mientras yo pongo la mía sobre las letras del titulo.

—El Ángel que nunca nació... —Un nudo se forma en mi garganta, carraspeo y me adentro al inicio del párrafo para dar comienzo a la lectura—: Una nublada tarde con un día tormentoso llevó a aquella pequeña mujer casi al borde de la locura, nada era como lo planeó, su vida nunca había sido rosa, y su futuro era de un negro, un negro como la noche, una noche sin estrellas y también sin luna, una noche para siempre y en penumbra. Lo que ella creía ser su mayor error se convirtió en la mejor bendición que el destino le puso en el camino, era imposible arrepentirse de su falla cuando el resultado eran tres personas formándose de manera incondicional dentro de su cuerpo. Con un inmenso dolor uno de esos seres se ha quedado en el camino, su nombre sería Ángel, el Ángel que nunca nació. Sus pulmones no llegaron a respirar aire, su boca a comer ricas frutas, su cuerpo a correr detrás de una pelota de fútbol, sentir los brazos de su madre antes de dormir, pero si logró sentir amor, amor por aquella mujer desdichada que aún de no haber sido planeados ya ideaba a sus hijos en su vida, pensando en ellos desde su presente. Quiero decirle a mi madre que aunque no nací y no llegué a tocar nunca su piel y no pude cantarle las mañanitas en su cumpleaños o hacerle una linda manualidad el día de las madres, la amo, la amo con todo mi ser, y le doy las gracias porque aceptó llevarme en su vientre hasta en este momento, con amor incondicional, por siempre tu hijo, Ángel. —Para este momento soy un mar de lágrimas. Cambio a la siguiente página pero está en blanco, ojeo las contiguas que se encuentran de la misma manera.

Maravilloso accidente. (Completa) (En Físico) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora