daddy ; luke hemmings [1]

080.

— ¿Por qué no podemos quedarnos despiertos, mami? —El pequeño rubio me preguntó, obligándome a sonreír de oreja a oreja. —Queremos esperar a santa despiertos...

—Santa no llegará hasta que ustedes se duerman, cariño —Solté, acariciando su cabellera dorada. Deposité un beso sobre su frente e imité el gesto con Eric, apagué las luces, apoyándome sobre el marco de la puerta. —Buenas noches, pequeños. ¡Nada de despertar temprano porque nadie abrirá los obsequios hasta que toda la familia esté junta!

Ellos indicaron que sí con su cabeza y cerré la puerta, haciéndome paso hacia la sala de estar donde mis padres conversaban animadamente junto a Liz, Andrew y Luke. Me acomodé junto a mi esposo, apoyando mi cabeza sobre su pecho mientras las palabras de mi padre hacían eco en mi cabeza... ¿Cómo es posible que no lo hubiera notado?

—Quizás debamos esperar hasta que todos los niños se duerman para colocar los obsequios, ¿No lo crees, Cleo? —Liz interroga, ofreciéndome una sonrisa. —Theo y Eric son dos niños inteligentes, estoy más que segura que tratarán de escabullirse durante la noche.

—Podemos colocar una alarma para evitar que abran sus obsequios —Luke se ríe, sus dedos están dibujando patrones imaginarios sobre la descubierta piel de mis hombros.

—No creo que ellos traten de abrir sus obsequios, los tengo bajo amenaza —Bromeo, tomando las manos de Luke y jugueteando con sus extensos dedos. —Conozco a los chicos y sé que no lo harán, ellos ni siquiera despertarán...

—Ella está en lo cierto —Mi esposo sonríe.

—Creo que deberán disculparme, pero tengo mucho sueño —Mi padre anuncia, poniéndose de pie. Deja un beso sobre la mejilla de mi madre e imita su acción conmigo, dejando unas cuantas caricias sobre mi abdomen. —Buenas noches a todo el mundo, espero que descansen.

[***]

Narra Luke:

Permanecí unas cuantas horas con la compañía de mi madre, Cleo y Evie, realizando unos últimos retoques con los infinitésimos obsequios que han sido comprados para cada uno de nosotros. Nunca antes había visto tantas cajas juntas, nunca antes había visto tanto papel navideño dentro de una simple habitación perfectamente decorada para la mejor época del año.

Mis brazos rodean la delgada cintura de Cleo, sus orbes verdes que de vez en cuando parecen ser azules me observan, ella está atenta a cada uno de mis movimientos. No dejo de preguntarme cómo es posible que alguien sea así de preciosa; bastó conocer a una testaruda muchacha repleta de inseguridades que le hacen más bella de lo que puede llegar a imaginarse.

Pasé veintisiete años de mi vida yendo de aquí para allá, destrozando corazones con una simple palabra, veintisiete tristes años en los que no dejaba de preguntarme cuándo llegaría aquella chica por la cual caiga, aquella chica que permanezca en mi mente día y noche, aquella chica que me tenga sonriendo como idiota al recordar cada uno de los momentos que compartimos juntos. Cleo Fitzgerald se demoró veintisiete años en aparecer, pero valió la pena, porque todo lo que toca parece convertirse en oro.

Admito que en cuanto nos conocimos estaba atravesando uno de los momentos más difíciles, acababa de terminar mi relación con Josephine y mis emociones eran tan estables como las de un adolescente que atraviesa la pubertad, pero de algún modo, Fitzgerald se las ingenió para meterse por debajo de mi piel, haciéndome sentir que en esta vida aquel que no arriesga acaba perdiéndolo todo.

Sus labios rozan los míos, comienzo a pensar que ella ha sido creada para mí en cuanto ambos nos acoplamos con un simple e inocente beso, nuestras lenguas están rozándose y sus dedos se han enterrado en las fibras de mi cabello. Ella toma mi labio inferior entre sus dientes, estirándolo con suavidad y consiguiendo que un áspero gruñido se escape a través de mi garganta.