I. La amarga lucha.

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Y ahí se encontraba, agazapado junto a un arbusto. Después del fugaz encuentro con un pequeño trasgo, el cual terminó decapitando con rapidez antes de que la bestia siquiera lo notara, siguió devuelta sus huellas hasta lo que parece ser más un nido que otra cosa.

La visibilidad se le dificulta. Es tan frondoso el bosque que cualquier cosa con la intención de ocultarse lo haría fácilmente.

También resulta ser una ventaja frente al grupo de tres trasgos compuestos por un adulto y dos más pequeños pero fornidos, de cuyo desarrollo se infiere que están a meses de madurar por completo.

Estos dos pequeños se encuentran sentados esperando ansiosamente que el más grande y adulto termine de cocinar sobre el fuego un trozo de carne cruda.

No sorprende el hecho de que manejen el fuego como herramienta. Hay entre ellos algunos más listos que imitan conductas humanas y terminan desarrollando usos muy similares para los objetos.

Igualmente, hay quienes dicen que ciertos asentamientos trasgos cuentan con esclavos humanos que terminan siendo obligados a enseñar algunos usos de las cosas que le roban a la humanidad. La teoría resulta plausible puesto que, de tanto en tanto, desaparecen habitantes de alguna ciudad; y no importa cuánto esfuerzo o esmero se ponga en su búsqueda, no se encuentran. Es como si se hubiesen esfumado.

Le sucede de nuevo, tiene un breve periodo de lucidez que le indica, como si de una secuencia de imágenes se tratara, que tiene que hacer. Estira la mano con prontitud, evitando romper la sincronía con la escena visualizada; y agarra un trozo de madera podrida. Lo observa antes de tomar aire y luego lo arroja, tal y como está decretado, con fuerza sobre el arbusto que se encuentra justo al frente de él, esperando que el ruido los alerte.

El trasgo adulto hace unos sonidos guturales con un tono de voz bajo; supone indicaciones precisas a los más pequeños ya que ambos se acercan decididamente hacia el arbusto.

Se mueve a la derecha y se posiciona sigilosamente tras el trasgo adulto. Respira nuevamente con lentitud, en lo que espera que los más pequeños se acerquen lo suficiente a la fuente del sonido cómo para que lo que estuviese allí escondido, pudiese atacarlos. Con su pausa deliberada genera que el trio tenga toda su concentración puesta sobre el supuesto agresor; y que el mayor no pueda esquivar el ataque furtivo que sobre él se cierne.

Pasan segundos que se sienten eternos e inicia, siente aquel extraño estupor que le produce entrar en batalla. Sin pensarlo ya está en movimiento. Agarra la espada a dos manos y ejecuta un corte lateral lo suficientemente poderoso para decapitar al trasgo adulto.

La alimaña gira su cabeza y lo mira directamente a los ojos. Sabe que es tarde para intentar huir y lo es. El corte atraviesa limpiamente su musculoso cuello; rueda su cabeza cerca a sus pies y de su cuerpo, ya marchito, emana sangre por todos lados.

Otra bocanada de aire que lo obliga a concentrarse en los dos restantes. Producen sonidos nerviosos en lo que se apartan un poco. Él sabe lo que hacen. Quieren rodearlo para aumentar sus posibilidades de sobrevivir.

Saca cada uno de su espalda, una daga desgastada pero lo suficientemente afilada como para asesinarlo en un descuido. Su sorpresa se hace evidente cuando piensa en el origen de estas.

Infiere, con bastante certeza, que la única forma de que tales criaturas cuenten con armas es que hayan atacado una caravana mercante; o que hayan asesinado a un cazador de la zona.

No consigue evitar que su estómago se revuelva un poco cuando cruza por su mente que el trozo de carne que se disponían a comer podía ser de humano. Nuevamente el aire es su mejor aliado para tranquilizarse.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora