XVIII. Llanura De Los Condenados ( parte 1)

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Con una noche de descanso, al menos para la mayoría de ellos, sus ánimos se encontraban renovados.

Dicha renovación trajo consigo una nueva y miedos intervención por parte de Dryan. — Joseph, sé que tal vez sea impertinente de mi parte preguntar pero, ¿No tendrán algunos voluntarios en la ciudad MonteLobo que quieran acompañarnos?

Joseph sin saber muy bien sí hablaba en serio, fija la mirada en Máximo y lo mira extrañado.

>> Es que con este pequeño grupo de cuatro —continúa el soldado—, temo que no tengamos la suficiente fuerza para enfrentar a una horda de Trasgos o de lobos, sin mencionar a un grupo de Orcos o de Minotauros.... Incluso un solitario Licántropo podría darnos problemas y terminar asesinándonos...

— ¿Acaso le temes a algo más, compañero? —Cuestiona Michael con cara de asco mientras le ayuda a recoger las cosas del campamento a William.

Joseph y Foster se echan a reír con la suficiente fuerza para que retumbe en las copas de los árboles. Algunos pájaros emprenden vuelo lo que causa un ruido extraño y exótico.

— Nunca pensé que en tu grupo, Máximo, habría un cobarde en todas las de la ley. —Ridiculiza Foster—. No te preocupes, soldado, el mismísimo Amenadiel El Prodigio, Emperador y regente de estas vastas tierras, dejará su trono y vendrá a acompañarte.

Este se aproxima a Dryan y escupe cerca de él. El neófito, como la mayoría de personas en el norte, odia a aquellos cobardes acostumbrados a la protección de las grandes ciudades.

Dryan se lleva la mano al pomo de la espada pero no hace nada más. Su mirada impasible se limita a observar la humanidad de aquel muchacho de grandes músculos y de cabeza pequeña. Busca, tal vez, el momento propicio para poder atacarlo.

Desea que Foster haga otro movimiento, por mínimo que sea, para poder ensartarlo con su espada. Y no siendo de otra forma, el centinela lo percibe y le regala una sonrisa irónica. Imita el gesto agarrando el pomo de su espada ansioso por querer demostrar que a diferencia de suya, él no es un cobarde.

— Cálmense, muchachos. No queremos enfrentamientos innecesarios... —Media William colocándose en la mitad de los dos soldados.

— No queremos un espectáculo—responde Joseph finalmente—, con respecto a tu solicitud, supongo que tendrás que ir directo con el Gobernador Amón a preguntarle.

Y con eso dicho parecía querer culminar el tema pero nada estaba más lejos de la realidad: Con pasos ligeros se aproximó a al lado de su compañero y también sujetó el pomo de su espada.

>> Quién sabe, quizás el Gobernador te expulse de la misión, te encarcele u ordene tu ejecución por indicios de deserción. –Responde Joseph con tono satírico y desagradable.

Dryan levanta la mano del pomo extendiendo notoriamente su mano. Luego, mira a Máximo antes de agachar la cabeza.

— Lamento mi impertinencia. —señala esperando obtener la absolución de su líder.

El enorme hombre joven parece un poco iracundo. Tal solicitud fue un claro ejemplo de insubordinación: sí él consideraba pertinente reclutar a más soldados, ¿no era obvio que la solicitud tenía que salir de su boca? Que Dryan haya pasado por alto ese tema, solo otorgaba más luces sobre sus temores y quejas.

Y ese, en especial, no era un buen día. Luego de su sueño, Máximo se encontraba aun menos dispuesto a tolerar aquella mierda.

Él guarda silencio en lo que le dedica una mirada con notable sed de sangre. La cobardía del tipo, hasta el momento, empezaba convertirse en una constante de conducta.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora