El ardor abrió paso lenta y paulatinamente a una tranquilidad envolvente que pronto se le fue esfumando. La consciencia de su cuerpo, todavía maltrecho, fue haciendo eco en su ser y lo llevó a amargarse.
– ¿Dónde estoy? –se preguntó en voz alta luego de abrir los ojos y encontrar un techo cóncavo pero estilizado. La luz, de origen natural, entraba a raudales por enormes ventanales que para su sorpresa, no se encontraban cerrados.
El torrente de luz se reflejaba sobre todos los objetos blancos de la habitación, generando que sus ojos, aún acostumbrados a la penumbra de la inconsciencia, desearan con obstinación retomar a dicho estado.
– Supongo que estamos en la enfermería –contestó una voz cercana.
El tono de la voz se le antojo afable y conocido. Su sutileza le revolvió la mente y lo obligó a recordar el juramento que le instó a tomar para obtener su ayuda.
– ¿Y por cuánto tiempo hemos estado aquí, Lehia? – Preguntó ya harto del silencio incómodo en el que se había sumergido la habitación y con el sentimiento de vergüenza en escalada.
– No lo sé. No estoy despierta desde hace mucho –replicó –, aunque sí me lo ordenas, podría salir a averiguarlo...
– No es necesario. Y la verdad es que tampoco era necesario nada de lo que te obligué a decir ese día.
Lehia ni se inmutó. Lo dicho, a sus ojos, no era otra cosa que palabras vacías y carentes de significado. Ella había tomado el juramento; y lo había hecho conociendo todo lo que éste implicaba. No se molestó en responder, consideró que su silencio era la mejor respuesta.
Michael, presa de la incomodidad de la situación, se sintió obligado a continuar hablando.
>> Contigo me dejé llevar y di rienda suelta a toda la frustración que fui acumulando. No espero que me perdones por eso, pero al menos, puedo enmendar mi error al liberarte de tu juramento. Oficialmente no me debes nada...
– El problema está en que si te debo –contestó Lehia con un nudo en la garganta–, sino me hubieses ayudado, yo no estaría aquí –complementó–. Yo... hubiese fallado la prueba...
– Pero incluso si tienes razón en ese punto, la situación no deja de ser repulsiva. No me siento cómodo con el arreglo y supongo que tú tampoco. El tema de que me obedezcas y me sigas, tal y como lo haría un sirviente, atentaría contra tu noble origen.
– ¿Y tú qué sabes de mi origen? –Inquirió Lehia con una pizca de furia en su voz.
El joven aturdido por el tono, no supo que responder. Se limitó a incorporarse con parsimonia y a caminar hasta la cortina que los separaba. Dudó un poco antes de abrirla, pero al final decidió hacerlo. Sintió que para que las cosas fluyeran, sería mejor si se mirasen a la cara.
Sus ojos se encontraron de inmediato. Un leve rubor revistió el rostro de la joven cuando contempló el torso desnudo de Michael.
>> Siento haberte hablado así.
– Ni lo menciones. Soy yo el que ha venido a disculparse. Es evidente que tienes razones de sobra para estar enojada conmigo.
Después de eso, alcanzó una pequeña silla que había en un rincón de la habitación y se sentó al lado de la cama. Lehia, por su parte, intentó incorporarse en la cama, pero el dolor se lo impidió. O al menos, eso pensó él.
>> No tienes que sentarte. Tus heridas deben ser considerables. –Lehia asintió–. Antes de continuar con nuestra conversación, déjame presentarme, mi nombre es Michael y vengo del norte. Espero que después de solucionar nuestro problema, podamos llevarnos bien.
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Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)
FantasíaAcompaña a Maximo y Michael en su oscuro e incierto recorrido; en dónde tendrán que sortear situaciones en las cuales nunca pensaron estar, combatiendo contra lo que parece ser un destino plagado de muerte y destrucción. ¿La verdad sobre sus orígene...