LXXII. La Hermandad.

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El ambiente cargado de sangre y muerte hizo que la tigresa se sintiera exaltada. Haber cazado a las personas que intentaron hacerle daño a su humano y a sus posesiones le produjo cierto placer culposo que le costó reconocer.

El placer culposo no se originó porque considerara que cazar, incluso tratándose de seres inferiores, estuviera mal; se originó en el hecho de que disfrutó de todo el proceso de entregarse al frenesí, aunque solo fuera por un momento:

Disfrutó de la sensación de tener sus garras y sus colmillos clavados sobre carne que palpitaba y se retorcía; aunque la sola idea de tragarla siguiera produciéndole profunda aversión. Disfrutó del asecho, de la presa y de la sorpresa, pero más disfrutó del temor que manifestaron todas sus víctimas cuando la vieron cernirse sobre ellos sin que pudieran hacer algo para evitar su deceso.

Disfrutó de sentirse libre y conectada, conectada con esa parte más primitiva de sí que la exhortaba a mostrar cuan peligrosa y poderosa era. No se ocultó ante aquel regocijo de ser la cazadora y no la presa: era lo que era; y nada podía cambiarlo.

Muchas veces había dado por sentada su ferocidad y fortaleza, aun cuando no hubiese podido comprobarlo. Sin embargo, y ahora que lo hizo, no le cabían dudas de que bien hacían todos al temerle y respetarle, era lo que esperaba y jamás se resignaría a recibir lo contrario. El único que podía escapar de aquella obligación era su humano. El vínculo que se formó cuando se tocaron por primera vez así lo indicaba; él sacrificaba su energía para suplir la ausencia de la suya, y eso, a su juicio, lo hacía más que digno; aunque no entendiera muy bien la razón.

Nada ni nadie que se podía comparar con ella, y estaba segura de eso.

Antes de que pudiera seguir pensando sobre su magnificencia, su olfato detectó el olor característico de otros humanos con los que no estaba familiarizada.

No tenía dudas de que eran personas, pese a que con ellos se desplazara un olor sumamente desagradable. El hedor causaba que sus alas se estremecieran de tanto en tanto, casi como si quisieran despegarse de su cuerpo y salir volando por su cuenta.

— Ten cuidado —interviene finalmente emprendiendo a caminar agazapada—, se aproximan más personas.

— ¿Sabes cuántas personas más? —Le replica el joven mentalmente.

— No. Hay un desagradable olor que se desplaza junto a ellos que no me permite saberlo.

— ¿Olor desagradable? —cuestiona Máximo en medio de un grito atronador emitido por Oswal. Su cuerpo decrépito no para de temblar pese a que solo le ha clavado la punta de la espada a la altura del muslo.

El hombre no para de maldecir y de suplicar. Implora por su libertad en medio de una cacofonía de lamentos y aullidos.

Klim, en cambio, no para de sollozar la pérdida de sus seres queridos. Sigue allí sentado, medio ausente, con la cabeza sumergida en las manos y con el aura de desdicha que emanan aquellos que sobreviven a la desgracia.

El rostro del tercero de su grupo se encontraba contraído. Mahar Se, pese a estar acostumbrado a esa clase de vivencias, no pudo evitar sentirse apenado.

Lo segundo que hizo, luego de cumplir con la orden dada por Máximo de que registrara los cuerpos sin vida de los bandidos, fue descolgar el cadáver del hombre de quien aducía la paternidad de Klim.

Su apariencia era lamentable. Tan lamentable como una llaga abierta de pies a cabeza. Sus orejas habían sido cortadas y sus ojos extraídos de las cuencas con furia, valiéndose de los dedos como instrumento; o al menos eso fue lo que le pareció.

<<Nadie tendría porqué morir de esta forma>>. Pensó luego de terminar de descolgarlo. Una vez en el piso; y reprendiendo esa parte de sí que le indicaba, tal como se lo había enseñado su maestro, que no debía tocar los fluidos corporales de un muerto sin tener acceso a una forma de limpiarse, le metió las vísceras expuestas al abdomen y se apartó.

Al instante, emprendió la búsqueda de los cuerpos restantes de la familia de Klim. <<Una chica y una anciana>> se repitió dando tumbos en medio de la oscuridad.

La luz irregular y desconocer la forma de la granja no pudieron hacer más difícil su tarea. Estuvo tentado a rendirse, pero no le pareció lo correcto: algo podría hacer, si alguna de ellas estuviera con vida.

La esperanza se le hizo lejana cuando consiguió divisar dos cuerpos pequeños tirados junto al sitio en donde se cortaba la madera para alimentar la fogata.

No se movían. Lo que anudado a lo que pudo escuchar de Oswal, no era una buena señal. Sin mucho que ganar, caminó hasta los cuerpos y verificó que ambas estuvieran muertas.

Sus cuerpos, salvo por una herida punzante en donde se ubica el corazón, estaban todo lo bien que podrían estar. No tenían ningún otro signo de violencia en su piel, lo que le consoló de manera paradójica. — Que a los tres familiares del joven Klim, Otis les de paso y los cobije para siempre —susurró mientras se apartaba de los cuerpos.

Cuando Mahar Se intentaba volver al lado de Klim, Máximo lo sujetó por un brazo y le dijo:

— Agarra un arma, Se. Y no quiero escuchar ninguna objeción de mierda.

>> Cuando la tengas, párate al lado de Klim y no te muevas de ahí. Blu dice que tenemos compañía.

Oswal, después de escuchar aquello, cesó de inmediato el lloriqueo y empezó a reír como un desquiciado. — ¡Otis está de mi lado...! ¡alabado seas, bendito Otis!.

— Yo de ti no cantaba victoria. —Replicó el joven con el enojo en escalada ante el fanatismo absurdo que exponía el hombre.

Que Oswal utilizara abiertamente el nombre de Otis, después de haber ordenado la muerte de una familia entera, no contribuía en que su furia disminuyera; y ni hablar de las ganas de matarlo... Pero ya habría tiempo para todo...

Mientras pensaba, notó como Blu intensificaba sus pasos, para luego emitir un gruñido bajo y condensado hacia la penumbra de las inmediaciones. No perdió más el tiempo y cortó los tendones de su rehén a la altura de las rodillas para que nunca más pudiera caminar.

No confiaba en poder defender a Klim y a Se sin que Oswal se le escapara. Por lo que pensó, y de manera acertada, que si se escapaba arrastrándose, luego podrían encontrarlo con mucha facilidad para seguir con su destino.

A continuación, ignoró los gritos emitidos por su víctima y lo golpeó con el pomo de la espada haciendo que se desplomara. De allí, se aproximó a Se quien había recogido a regañadientes la daga que pertenecía a la maga corporal.

— No te preocupes, Mahar. —Terció entrecerrando los ojos para ver mejor en dirección a donde apuntaba Blu—, el arma es una garantía, en caso de que las cosas se tuerzan. No sabemos las intenciones de nuestros nuevos visitantes...

Guardó silencio por un pequeño espacio de tiempo frente a lo sínico que le resultaba la situación actual. No hace mucho, fue él quien acechó durante días a la pequeña familia sin que Sim pudiera determinar sus intenciones. <<No merecían morir de esta forma>>, se dijo sin atreverse a mirar su cuerpo.

— Están muy cerca —indicó Blu—, el olor desagradable así lo indica.

Máximo no pudo hacer más que apretar con fuerza su espada. — ¿Conseguiste determinar cuántos son?

— Sigo sin estar segura—contestó el animal divino luego de batir sus alas—, El humo, la sangre y el olor no me facilitan las cosas.

— No te preocupes. Prepárate para lo que sea...

Después de ese breve intercambio, un olor a moho y a podrido se esparció con lentitud sobre toda la zona. — Este es el olor del que te hablaba —explicó Blu.

Más tarde; y ya con la mandíbula entumecida de tanto apretarla, Máximo presencia la aparición de un hombre de mediana edad cubierto por una capucha de color marrón; quien caminaba con pesadez en su dirección.

El hombre frunció el ceño; o al menos es lo que alcanzó a ver el joven por la tenue iluminación emitida por la fogata a sus espaldas. — Parece que alguien se nos adelantó —gritó el hombre dándose media vuelta sin quitarle un ojo de encima al variopinto grupo de Máximo.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora