Es temprano en la mañana y Máximo despierta agitado luego de observar perfectamente en un sueño, como el trasgo guerrero al que enfrentó el día anterior lo atraviesa con su estoque por un costado.
Sostiene sus entrañas con una mano mientras agacha la cabeza para dedicarle una mirada al boquete que se encuentra en gran parte de su abdomen. Sin descanso, presencia cómo se dirige de nuevo, un borrón metálico dirigido velozmente hacia su rostro el cual lo obliga a despertar... — Un sueño. Solo un sueño. —murmura para sentirse más tranquilo.
Luego de sacarse el mal sabor de una noche intranquila, baja e inicia rápidamente la sesión de entrenamiento que acostumbra. Ve a Michael, empapado de sudor y elongando luego de terminar la suya. —Hola perdedor —le saluda—, ¿Has terminado ya con tu penitencia? O ¿tendré que obligarte a hacerlo? —menciona con indiferencia y en tono burlón.
— No te preocupes, hermanito. He terminado con la penitencia y he hecho una sesión extra. La verdad, luego de terminar con tu triste entrenamiento, me sentía con suficiente energía como para detenerme.
>> Parece que te estás poniendo viejo; cada vez eres más cuidadoso cuando diseñas el castigo... Que no quieres sobre exigirme, que temes que no crezca, que entorpezco, que mi edad; cosas inútiles, si me lo preguntas, para alguien que solo quiere entrenar.
El mayor hace una mueca en respuesta a su arrogancia; para luego sonreír. — ¿Viejo con pobres diecisiete años?, ¡Cómo te atreves a ser tan desagradecido!, debería enviarte directamente con el Gobernador, para que él sea el que te entrene. Seguro regresas llorando por la intensidad de los castigos que impone ese viejo decrépito cuando no te salgan las cosas locas que se le pasan por la cabeza.
— ¿Y quién dice que no he ido a entrenar de vez en cuando con él?, pasas demasiado tiempo afuera de la aldea para percatarte de las cosas que suceden, Máx.
— ¿Qué quieres decir? Maldito mocoso. De ser ese el caso, ya alguien me habría contado. —Arremete el mayor.
— Solo olvídalo, podrías llegar a sorprenderte cuando por fin sienta que lo tengo dominado a la perfección. —Comenta de vuelta Michael en tono resuelto; cómo si nada de lo que dijese su hermano pudiera hacerlo soltar la lengua.
Máximo se limita a mover sus hombros indicando que da por zanjado el tema. Sin deseos de entablar más charla inoficiosa, decide concentrarse por completo en la rutina de ejercicios. Todos los días incrementa la intensidad. Teme, muy en lo profundo de su ser, que Michael lo deje atrás si se descuida; al final carga sobre sus hombros la obligación de darle ejemplo por el hecho de ser mayor.
Termina antes de la media mañana aquella aburrida sesión, para luego tomar un baño. Su compromiso con el Gobernador lo obliga a dirigirse rápidamente a la academia militar; y siente que es seguro que el viejo Athelbal le regañará por no llegar con los primeros albores.
— Hola, desgraciado. Estaba a punto de creer que no vendrías. —Saluda Athelbal al observar que se acerca su antiguo discípulo por la carretera principal.
Extrañamente, su temperamento es agradable ese día. El joven sonríe devuelta y le dice:
— Un compromiso es un compromiso; y me veo obligado a asistir con buena voluntad. Más cuando se trata de darle una paliza a tiernos y blandos reclutas.
Athelbal suspira y menciona entre risas:
— Alabados sean los Dioses. No creí ser el único impío al que le emociona la idea de poner a un gran guerrero a combatir contra dulces aldeanos. Asegúrate de golpearlos lo más fuerte que puedas, no sea que digan que el gobernador educó a un niño arrogante, presuntuoso y bueno para nada.
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Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)
FantasyAcompaña a Maximo y Michael en su oscuro e incierto recorrido; en dónde tendrán que sortear situaciones en las cuales nunca pensaron estar, combatiendo contra lo que parece ser un destino plagado de muerte y destrucción. ¿La verdad sobre sus orígene...