LIV. Bayas y Raíces.

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Una corriente de aire frío, triste y corrompido le azota el rostro sin compasión. Recibir los primeros rayos de luz del día después de caminar por cientos de kilómetros no le ayuda a disminuir la sensación de abatimiento que lo acongoja.

La decisión de partir y alejarse lo más que pueda de su hermano la tomó hace aproximadamente una semana, o al menos eso creé él pues la lucidez se le escapa por momentos y no sabe cuánto tiempo ha pasado cuando por fin desea regresar. Ha comenzado a sentir que aquella decisión tomada tal vez no fue la más sensata, pero aunque lo sienta, no se arrepiente ni pretende hacer nada para cambiarla.

Después de mucho cavilar en aquella noche en donde trasladaban a los aldeanos que lograron salvar a Goldencity y después de forzarse a descartar la idea de regresar al Norte a arrastrar a la muerte a un sinfín de criaturas a cambio de su vida; ha decidido emprender a caminar hacia el Sur sin rumbo fijo. En principio le pareció que caminar por el bosque le ayudaría a alejarse de la gente y de una eventual búsqueda que pudiera dirigir su hermano junto a William por lo que así procedió. Caminó y caminó sin detenerse ni por un instante. Continuó hasta que dejó de sentir sus pies. Se mantuvo en movimiento hasta que su mente, ya harta de soportar el dolor que decididamente pretendía ignorar, lo postró aparatosamente sobre un arbusto y allí lo obligó a dormir y aunque no sabe con exactitud por cuánto tiempo lo hizo, supone que al menos tuvieron que ser un par de días.

Las cosas no han mejorado mucho desde que tomó, forzadamente, aquella siesta. El cansancio al que constantemente lo mantiene sometido Magnus al absorber su energía para poder crecer, sumado al hecho de que no logra serenar su mente y su corazón para mimetizarse con el bosque y así poder cazar algo que le sirva de sustento, lo tienen obligado a una dieta de algunos frutos y bayas que logra recoger de la no tan conocida vegetación circundante.

Su ropa, como era de esperarse, empieza a evidenciar signos de desgaste y ruptura pero lo que más le preocupa es el estado de su espada. Aquel fierro construido magistralmente en puro hierro por su padre, el cual le ha salvado innumerables veces la vida, no atraviesa por su mejor momento. Se encuentra sin filo y con algunas pequeñas grietas que se asoman tímidamente justo en la punta.

Gracias al temor que le produce destruir uno de los pocos recuerdos que le quedan de Beltran, ya no viaja con tanto descuido. Se detiene en las noches y se refugia de los peligros que pueden existir en el bosque nocturno. Ha bajado un poco la guardia y no se molesta, pues bien sabe que las criaturas que más aborrece, por el momento y hasta que sobreviva Goldencity, solo habitarán en el Norte.

Magnus comprende instintivamente el lenguaje corporal del quien aún asume como su padre y por las noches, luego de que Máximo se duerme, se pone más alerta que nunca. Su actitud frente a todo lo demás que no tenga que ver con su padre, es la de un emperador que desprecia cualquier cosa que se postra en sus ojos. Sus alas han crecido y pronto las podrá utilizar para volar. Siguen blancas como las perlas. Inmaculadas. Sin un ápice de suciedad ni contaminación; Su pelaje no ha perdido color y no está ni cerca de asemejarse al tono rojizo que portaba su madre; pues continúa exhibiendo un blanco lechoso que no le sirve para camuflarse mientras camina o duerme pero el cual seguramente le brindara un manto de invisibilidad cuando se encuentre en el aire; sus líneas azules, más cercanas a la negrura de una noche sin luna que al azul, rebozan de energía esperando el llamado del fuego; o al menos eso cree Máximo cada vez que las detalla.

Y sumergido en la monotonía de caminar hacia el sur intentando alejarse de sus recuerdos hasta casi desmayar, durmiendo cómodamente recostado sobre Magnus, comiendo cualquier cosa que encuentre por los senderos naturales, y entrando y saliendo de la barra de lucidez que se le opaca a ratos, perdió la noción del tiempo.

El bosque alejado de la carretera principal cumplía con su empecinamiento maravillosamente, o al menos así fue hasta que empezó a notar indicios de tierras negras y labradas.

Primero fue el olor, un almizcle penetrante que hacia refunfuñar de tanto en tanto a Magnus, segundo fue el aserrín y las hojas maltrechas regadas por aquí y por allá, y por fin, cuando Máximo se encontraba preparado y hubo asumido que pronto se encontraría con los humanos, los humanos.

Se trataba de un hombre velludo y muy fornido, con hombros anchos y antebrazos abultados, perfectos para utilizar un rustico azadón con el que constantemente araña la tierra sin detenerse. A su lado, un jovencito con el cabello dorado de no más de catorce años, risueño y con mirada resuelta, se apoya con pereza sobre un tronco esperando a lo que parece ser una orden. El muchacho le recuerda a Michael de una forma inexplicable y hace que se le retuerza el corazón.

Decide permanecer bajo la sombra de un arbusto donde los observa y con un corto pujido le indica a Magnus que lo imite, el tigre se acerca y con sutileza lo roza indicándole que no tiene pensado desobedecer. – Quédate tranquilo muchacho –le susurra –debes entender que cualquiera que te vea se morirá de susto e irá corriendo a por los soldados.

El tigre con cierto deje de desdén sube su cara achatada y le dedica una mirada irreflexiva. Máximo sonríe con melancolía y se sorprende por el entendimiento que logra transmitirle aquel impetuoso cachorro con cada uno de sus gestos. –No tienes por qué enojarte conmigo. Poco o nada me importa lo que puedan llegar a pensar o hacer los soldados. No podrían alejarte de mí, ni aunque lo deseen. Mi única intención por el momento es evitar algunos problemas, nada más. Así que se obediente y escóndete.

Magnus emite un suave ronroneo y parece satisfecho con la explicación que le ha dado su padre. Se agacha perezosamente a sus pies y allí se queda tumbado sin hacer mucho ruido. Mientras tanto, un fuerte silbido saca al fornido hombre de su concentración con el azadón; y con un gesto y una espléndida sonrisa que solo pueden esbozar aquellos llamados a comer luego de incontables horas de trabajo pesado, le indica al joven risueño que lo acompañe. Ambos emprenden a caminar sendero abajo dejando a Máximo oculto y con el sinsabor de la resignación que le produce asumir que esa noche tendrá que comer, nuevamente, bayas y raíces.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora