XXIII. Religión, Sospecha y Zorro

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Permanecen en silencio, atónitos. Observan como los cientos de cuerpos humanos, apenas tangibles, se elevan y desaparecen irradiando una pequeña luz azul titilante.

— Pero... ¿qué mierdas ha sido todo esto? —cuestiona el jefe de la expedición aturdido mientras percibe como la energía siniestra que oscilaba entre máximos que le erizaban sus bellos, y mínimos palpables que causaban un leve escozor, lentamente desaparece.

<<No estaba equivocado con respecto a la niebla>> conjetura al comprender la magnitud de las cosas en las que estaban involucrados.

Michael ajeno a la pregunta y algo tocado por todo lo presenciado, observa al pequeño zorro y siente la tranquilidad y el regocijo que emanan de su enclenque cuerpo.

La niebla y la luz verde continúan despareciendo, dejando atrás solo un bosque marchito, silencioso y sumergido en la oscuridad fruto de la humareda agonizante.

William, por su parte, parece cavilarlo. Reflexiona por un tiempo y descartando otras hipótesis racionales, susurra consternado:

— Creo que las almas cruzaron al reino de la luz del Dios Otis... —Y con esto, cayeron de vuelta al silencio.

La religión es un tema controversial y sumamente debilitado actualmente en todos los terrenos del imperio. Poca relevancia tiene fuera de un par de expresiones que representan el compromiso de palabra y la maldición de un destino sin suerte; y los presentes lo reconocen.

Según los anales históricos, la construcción del imperio a manos de la dinastía Wayland se fundamentó en diversos pilares que sirvieron para conquistarlo todo y unirlo bajo el mismo estandarte; partiendo desde los pequeños caseríos ubicados en los bosques congelados del Norte hasta aquéllos más remotos ubicados en la zona limítrofe del pantano Sur.

Por esto, un creyente fervoroso o un sacerdote consagrado, vería en la escena que acaban de presenciar la oportunidad de restituir uno de los pilares más grande, aparte de la capacidad militar, a su antigua gloria.

Las masas volarían a creer en Sigmun El Orador, primero en proclamarse Emperador y Gran Evangelizador de la dinastía Wayland; y correrían a raudales, como lo fue en un principio, a adorar las sendas del Dios Otis.

Pocos volverían a creer que la religión fue el instrumento empleado por Sigmun para estabilizar toda la región luego de esparcir océanos de sangre en medio de su conquista.

Pero, ¿Quién podría culpar a los habitantes neófitos del Imperio por creer? El primer Emperador poseía la capacidad de generar, a través de sus discursos, un fervoroso deseo de alabanza dentro de las multitudes del imperio. Alabanza y temor hacia Dioses que, según él, se encontraban en el mundo, ocultos y a veces a la espera, por escuchar súplicas o castigar a aquellos merecedores de ser tocados por la gracia (o la desgracia) divina.

Todo cambio, para fortuna de los escépticos, pese a que algunos de los siguientes emperadores continuaron fortaleciendo, en cierta medida, la estructura eclesiástica, construyendo algunas ciudades y templos a lo largo y ancho del territorio Imperial dedicados a los diversos Dioses; y esto fue gracias al Emperador Julius V, El Conquistador.

El aspecto religioso se debilitó en el Imperio hasta un punto sin precedentes; y nunca más volvió a recuperarse. Todo a raíz de un odio notable por todo lo divino y por su deseo incansable de adquirir todas las tierras conocidas empleando cualquier medio disponible.

Tras lanzar con embustes al imperio Wayland a la primera gran guerra con el imperio Astred, ubicado al sur de las tierras conocidas; y ser derrotado en su campaña, no le quedó de otra que atribuirle la responsabilidad de toda la crisis al seno de la iglesia. No cambió de expresión cuando le expuso a la muchedumbre estos hechos, aunque los nobles y las personalidades influyentes de la época supieran que todo aquello era una mentira. O al menos eso exponen los historiadores.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora