LXV. La Torre que apunta al mundo. (parte 1)

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- La verdad, pensé que la famosa Suromgril sería más imponente que esto... -Les dice el joven absorto ante la ausencia de majestuosidad del caserío en el que se encuentran.

Logra divisar alrededor, al pie de la enorme montaña, una taberna destartalada con algunos borrachos bulliciosos que miran con ojos anhelantes a las mujeres que se encuentran dentro de un recinto dedicado al entretenimiento para adultos. La polvorienta calle que los separa no evita que aquellos hombres impúdicos griten a viva voz, un torrente de cosas obscenas que terminan ingresando sin tapujos en los oídos de cualquier persona que por allí se encuentre.

Aunque no todo en aquel pueblucho es desagradable; resalta por su diferencia una enorme y bien tenida caballeriza, muy aseada y espaciosa, que tiene como fin atender a los caballos de los acaudalados que llegan a la zona; y que sirve de entremés a un grupo de casas heterogéneas con aspecto lastimero; y a un par de locales dedicados a la venta de especias y a una variedad de carnes de muy mal aspecto, que se exhiben amarradas a una cuerda desgastada.

Katrin sonríe ante el comentario en lo que atrapa al zorro y lo lleva a su seno. Las calles sin adoquines y el agua que escurre constantemente de la montaña, originan una cantidad insufrible de lodo justo por donde la gente tiene que caminar. Problemático para todos, menos para Astro, quien es detenido momentos antes de que consiga zambullirse en uno de ellos.

- Ni lo pienses. Sucio no te puedes presentar en sociedad. -Responde Elena acariciando sin entusiasmo las orejas de la criatura.

>> Esta vez no me burlaré de ti -comenta acercándose al joven teniendo cuidado de no ensuciar mucho las botas-, esto no es Suromgril.

- Es que no es ni la entrada. -Tercia Katrin alcanzándolos con sutileza.

Sus pisadas en el lodo son suaves y uniformes, hacen alarde de una personalidad tranquila y mesurada que es capaz de planificar con exactitud el camino que quiere tomar. Diferentes en todo sentido si se les compara con las dejadas por la mayor: profundas, toscas y sin una pizca de recato. Tan bruscas que pese a su intento, las botas de cuero negro le quedaron completamente embarradas.

- Suromgril se ubica allí -sentencia Elena señalando con el dedo a la cima de la montaña-, o bueno, allí se encuentra su entrada.

Michael se queda impactado. La cima de la montaña es apenas visible tras la espesa niebla que la rodea. Gira su cabeza y observa los baúles repletos con enceres y que pesarán una buena cantidad de kilos.

- ¿Y cómo se supone que lleguemos allí? -Pregunta finalmente-. El sentido común no me permite emprender una escalda de esta magnitud cargando con un baúl, mucho menos con tres.

Katrin ríe con dulzura mientras Elena camufla una sonrisa. - Deja que se sorprenda al llegar. -Sugiere la menor iniciando el viaje hacia las caballerizas.

Michael sonríe extrañado intentando ponerse al día con sus acompañantes. Pronto alcanzan un sendero en gravilla diseñado exclusivamente para aquellos que intentan acercarse al recinto; y que los dirige a una pequeña recepción en donde encuentran a un anciano que se esfuerza por no dormir.

El repique de las botas pronto lo sacan de ese ensueño y lo llevan a incorporarse con rapidez. - Buen día, estimados clientes. ¿Qué servicio podemos ofrecerles el día de hoy?

Elena toma la delantera; y sin modales le contesta. - Servicio de estudiantes. Mínimo cuatro de tus bestias.

El anciano sonríe y entrecierra los ojos. En su semblante se nota que está acostumbrado a recibir ese trato despectivo. Sin prisa, camina hasta la esquina del recibidor y con fuerza sacude una pequeña campana un par de veces. - El número de Kebogs no será un problema, estimada; y sé que su valor tampoco.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora