XXXV. Retorno (parte 3)

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Los días desde la ausencia de Máximo se me hacen eternos. Me sumerjo en una monotonía y quietud a la que ya no estoy acostumbrada. Realmente serían un completo martirio de no ser por mi madre y su decidido empeño de que el matrimonio salga perfecto. Ahora que lo pienso, quizás debí irme con los demás a Goldencity y así matar tiempo y pasar el rato.

Mis padres y los de Máximo y Michael, se encuentran igual de preocupados e inquietos que el Gobernador. La zozobra que causa el hecho de que ambos jóvenes no hayan regresado causa estragos en la mente de todos. Según Athelbal, su expedición no debía ser tan larga como lo está siendo; y el hecho de que lo mencione no contribuye mucho a la tranquilidad de nadie, pero de momento no se puede hacer nada más que esperar.

Contra todo pronóstico el que más agitado parece estar es mi padre; regresó a la ciudad y desde entonces ha ejercido todo su poder sobre el Gobernador Athelbal en busca de alguna información sobre la dirección exacta de la expedición de Máximo. Hasta el momento no ha obtenido nada, el Gobernador se limita a decirle que debe confiar en la habilidad de su yerno para sobrevivir; puesto que dado el carácter reservado de la misma, no puede comentarle mucho.

Por mi parte intento mantener la calma. Conozco y confío en las habilidades de mi prometido, sobre todo cuando se trata de lidiar con situaciones difíciles; pero aunque lo sepa, es realmente inevitable. El solo hecho de pensar en que no regresará y que tendrá que enfrentar una muerte violenta me estremece.

La mañana es fría, azul y sin nubes. Los rayos del sol, aunque prominentes, no calientan. Salgo de mi habitación y camino hasta la instancia. Observo a mi madre sentada en el jardín, al parecer buscando algo de calor del insípido sol que logre apartarle una extraña pesadez que refleja y la embadurna.

-¿Qué pasa, mamá? ¿Por qué tan meditabunda tan temprano en la mañana?

-No me prestes atención, Vanessa. He tenido una mala noche y eso es todo. No he podido encontrar descanso por lo que decidí salir a tomar el desayuno y recibir algo de sol.

-Y ¿Lo conseguiste? ¿Lograste hallar refugio en el jardín?

-Eso es lo más extraño, hija mía. Ni siquiera este jardín que tantas veces me ha brindado consuelo, logra brindarme lo que estoy buscando el día de hoy. Seguro tú también puedes sentirlo si te concentras, el olor de las flores y el cantar de los pájaros han abandonado este sitio sin dejar rastro alguno de su presencia; y eso, ciertamente, me perturba.

-Estás enloqueciendo madre. Es un día como cualquier otro; tan solo es una mañana fría que aumenta y acompaña nuestra soledad. –Lo último lo menciono con una pequeña sonrisa que camufla la angustia que siento muy profundamente en mi interior. –Por cierto, ¿Dónde está mi padre? Creí que permanecería aquí esta semana.

Mi madre suspira y mira el horizonte por un instante, luego con voz resuelta responde: -decidió viajar anoche en dirección a Goldencity, supongo que tiene algo que ver con el negocio pues no comentó mucho más.

-Lo entiendo... Y entonces, ¿Qué haremos hoy, madre?

-No tengo ganas de hacer mucho el día de hoy. Deberíamos quedarnos en casa y hacernos compañía mutuamente. –Sonríe mi madre mientras extiende sus brazos en busca de un abrazo.

Me acerco y me clavo decididamente en su pecho, me sumerjo en su abrazo y en su cálido aroma.

Después de unos instantes, susurra cerca de mí oído: -Ahora estoy mucho mejor y eso es gracias a ti, mi pequeña –Acompañando con una pequeña risa que es interrumpida por la sirvienta quien carga una bandeja con el desayuno. Sobre la mesa pone un plato repleto de fruta y algo de pan humeante, seguido de una tortilla de huevo bastante esponjosa. Antes de retirarse del jardín con una pequeña reverencia menciona: -Buenos días señorita Vanessa, ¿Desea desayunar?

Le contesto con un formal: -si, por favor. –A lo cual asiente y se retira inmediatamente.

La mañana y la tarde transcurren con total normalidad, sin que la extrañes propia de ese día desaparezca.

En definitiva nadie estaría preparado para enfrentar la tormenta que los sumergiría en un océano de caos que el destino fue construyendo día tras día y que sería inevitable de cualquier forma para aquella pequeña ciudad alejada de la civilización.

...

Después de cerciorarse que descansaron lo suficiente, reanudan el viaje con menos afán del que traían. Quizás por la inquietud de que sus peores pesadillas podrían cernirse y materializarse en la realidad, o por el simple hecho de que aquel descanso despertó todo el cansancio que traían camuflado bajo el palpitar de la adrenalina.

Los caminos se estrechan y se abren al compás de la vegetación, el clima húmedo y el manto gris que reviste el cielo no brindan la confianza y tranquilidad que necesita el grupo.

El viaje, para extrañés de todos, lo perciben largo y tedioso. No se explican cómo pudieron recorrer con anterioridad tantos kilómetros durante tanto tiempo sin tener aquella sensación, para empezar a tenerla ahora que están a unas cuantas horas de llegar a su destino.

William interrumpe el silencio que los rodea comentando: -Cuando lleguemos a la ciudad, y descubramos que todo está en orden y maldición, estoy seguros que así lo será, ¿Qué haremos después con el asunto de la ciudad MonteLobo y el maldito traidor de Amón?

-No lo sé William, recuerda que pese a todo, ni Michael ni yo somos soldados, por lo menos no aún. El tema deberá ser tratado por el consejo de Gobernadores junto al Emisario Preston.

-¿Ósea que al ustedes no ser soldados, llegado el caso no irán con el ejército a la batalla? –Pregunta William sorprendido.

-No me mal entiendas, William. Si estalla la guerra y el Gobernador Athelbal nos requiere, iremos sin titubear... O al menos hablo por mí. Al fin y al cabo tengo planeado tomar el concurso de oficial y unirme al ejército con un rango, como ya bien lo sabes.

-Entonces todo depende de si recibes la llamada o no. Para serte honesto, había olvidado por completo el hecho de que no eres un oficial del Imperio. –Responde William con una sonrisa apenada.

-Entonces, eso quiere decir que mi hermano ha hecho bien su trabajo, William. No te preocupes; no debes avergonzarte, solo intenta imitarlo a ver si consigues una promoción para tu paupérrima carrera militar. – Interviene Michael intentando cambiar los ánimos del grupo con una chanza sobre el desentendido William.

-Y aquí vamos de nuevo... Deberías preocuparte por ti, jovencito. Tu niñera se irá cuando tome el concurso dejándote solo y abandonado; a merced de no progresar en nada.

Michael se limita a reír a carcajadas. Por su postura parece poco preocupado por el hecho de quedarse solo. Máximo sonríe. Guardan silencio y parecen haber llegado al acuerdo de esperar, de todo corazón, que las cosas se desarrollarán con total normalidad para poder continuar con sus planes.

Ciertamente no podrían haber estado más equivocados. Después de avanzar por algún tiempo observan en el horizonte un resplandor rojizo que contrasta con lo gris del cielo e indica la presencia del fuego.

Los tres se detienen y aguzan los sentidos. Se mantienen incrédulos por unos cuantos instantes tratando de asimilar aquella escena ante sus ojos. Máximo, en un susurro apenas audible menciona: -Esto no puede estar pasando... –Y sale disparado exigiendo por completo a su caballo.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora