XVII. Un Sueño y Algo Más.

44 11 0
                                    

El silencio sepulcral que rodea al campamento es insoportable. Nadie pronuncia una sola palabra sobre lo acontecido durante la noche. Reina en el ambiente una extraña sensación de reproche con respecto a todo: ¿Acaso esa noche no tomarían guardia en parejas para evitar esa situación? ¿Acaso Máximo, el líder de la expedición, no era responsable de la muerte de Jorg por su confianza desmesurada? ¿Podrían continuar con la expedición pese a la posibilidad de ser atacados cada noche? ¿Qué sentido tendría obtener un poco de información cuando trasegaban posiblemente por encima de sus propias tumbas?

Todas preguntas que no permitieron que el grupo descansara después del ataque

Máximo, sin ser ajeno a sus reproches mentales, era el que más parecía melancólico; y es que a pesar de todas las excusas que ha intentado auto-esgrimirse para no hacerse responsable de la situación, continúa considerando que gran parte de la culpa del deseo reposa sobre sus hombros.

Y es que el segundo licántropo lo tomó por sorpresa. Nada indicaba su presencia en la zona, pero aun así, tenía la obligación de preverlo. Pecó de soberbia; nadie hubiese muerto sí él, en vez de tratar de acabar con la bestia por sus propios medios, hubiese despertado a su pelotón.

Así, no podía evitar cuestionar su capacidad de gestión y de liderazgo. Había asistido a la expedición con la promesa de conseguir la información para el Gobernador; pero con la firme intención de proteger a su hermano. Sin ella, seguro no hubiese venido.

Pero, ¿Y sí la persona que descansa para siempre tras la delgada tela hubiese sido Michael y no Jorg, el soldado? Un ligero desvió en el ataque de la maldita bestia y no serían los demás soldados quienes lamenten la pérdida de un ser querido; sino él.

— Esto no tenía por qué suceder. —Murmulla William con los primeros estertores de la luz solar aun con la mirada perdida en dirección de la fogata. En su mano sostiene fuertemente el pedazo de tela que rasgó para ayudar a su amigo difunto.

Su apreciación extrajo a los demás del océano de elucubraciones mentales.

— No. La maldita bestia nos ha tomado a todos por sorpresa. ¿No que los licántropos deambulaban solos? –inquiere Dryan colocándose de pie. Su tono con matices de enojo y displicencia no le sientan nada bien a ninguno del grupo.

Antes de escuchar una respuesta, se aproxima a la fogata para apagarla a patadas.

Máximo suspira y renueva sus convicciones. Intentará hacerlo mejor, por su hermano y por los hombres a su cargo. No regresará a la ciudad Maderera con el rabo entre las patas. Incluso si eso significaba no llevar el cadáver del soldado devuelta a casa. — No la apagues. —ordenó.

>> Quemaremos el cuerpo, no podemos cargar con un cadáver desde este punto; y me niego a dejarlo aquí, a merced de ser comida de las asquerosas criaturas de este bosque.

William se sorprende con la decisión del joven y asiente en dirección de Dryan quien lo miraba expectante. Él pensó que con la muerte de uno de sus hombres, a escasos dos días de haber partido, el líder daría la vuelta para regresar a la seguridad de sus tierras.

Pero por fortuna, tiene sentido. De regresar, la muerte de su amigo no tendría ningún tipo de razón.

Dryan acata la orden y se queda quieto esperando la acción del joven. Ahora que lo piensa, aquel chico acabó con la vida del primer licántropo sin recibir un solo rasguño. Algo loable después de lo que vivieron con el segundo.

Máximo se pone de pie y camina hacia la segunda criatura. La observa detenidamente por un tiempo. — Este desgraciado es macho y el de allí es hembra. —Espeta.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora