XXXVI. Regreso a Casa

26 7 4
                                    

Con el corazón redoblando en cada uno de los oídos de los integrantes del grupo a un ritmo ensordecedor, avanzan a toda prisa sin enfocarse en nada más. Los caballos, que hace un momento galopaban exponiendo sus últimos vestigios de energía, trotan ahora a toda velocidad por el irregular camino que los conduce a las puertas de su ciudad. La que en ese momento, muy posiblemente sucumbe ante un ataque inminente.

No saben cuánto tiempo llevan avanzando bajo aquel ritmo frenético y tampoco les importa; ante sus ojos observan un pequeño grupo de cadáveres compuesto por soldados que estuvieron hace un tiempo bajo la tutela de Máximo. Todos ellos reflejan signos de tortura y de terror. Máximo se acerca, más por impulso que por deseo propio y contempla desdichadamente a muchos de sus pupilos ahora inertes y acribillados. Analiza el campo a su alrededor en busca de la forma en la que tal vez fueron derrotados, pero no es mucho lo que logra inferir. Solo la presencia en la escena de un marcado lodazal le da una pista; le asegura que aquel elemento probablemente terminó jugándoles una mala pasa al pelotón, dificultándoles en gran medida la movilidad.

Es sacado de su ensimismamiento por un alarido de sorpresa emitido por William. Esté corre a toda prisa en dirección de un cuerpo en el cual reposan dos enormes tajos por donde se asoman sus viseras.

-¡Resiste! ¡Te sacaremos de aquí! –Se limita a decir sin creer mucho en sus palabras. Con una mano intenta, con toda la sutileza que la situación le permite acumular, tratar de acomodar las tripas nuevamente dentro del cuerpo del hombre.

El soldado se estremece y se retuerce de dolor. Sus heridas, su falta de aliento y el charco escarlata que reposa bajo de él, indica la presencia de una muerte segura.

Máximo se acerca lentamente. Siente en su ser una vergüenza que lo ahoga y le impide moverse con tranquilidad. Él, como su maestro, había fallado en prepararlo y por ende, siente que la responsabilidad de aquel resultado. La muerte, reposa en su espalda.

Al alcanzar al soldado, desciende de su caballo y con un nudo en la garganta se sitúa a un costado para proceder a quitarle el yelmo que le cubre el rostro. Un rostro familiar manchado en sangre se descubre y reboza el sentimiento de Máximo, causando que pequeñas lágrimas caigan de sus ojos. Se trata del joven hijo del panadero, cuyo nombre realmente no recuerda, pero en el momento no importa. Esté lo mira con dolor y en un suspiro apenas audible susurra: -Te hemos fallado...

Máximo se sorprende ante esta declaración, sacude la cabeza con vehemencia y le responde: - No te atrevas a mencionarlo. Haz cumplido con honores tu servicio. ¡Mejor vete a descansar ya!

El soldado intenta sonreír pero no lo consigue. Con un último esfuerzo le contesta un solitario: -Gracias. -Para luego cerrar sus ojos para siempre no sin antes expulsar un último suspiro.

Máximo monta nuevamente su caballo. Aunque aún se refleja la tristeza en su semblante, su actitud se ha renovado; está resulto y ansioso por llegar a enfrentar a las malditas bestias qué tal vez en este momento asedien su ciudad.

Regresan a la marcha a toda velocidad, con el túmulo de emociones aun merodeando su corazón. Magnus se apretuja en la chaqueta que le ha servido de hogar percibiendo las emociones del joven. Deberá aprovechar sus últimos días en aquel sitio que le ha brindado calor y protección por un corto periodo de tiempo, pues por su tamaño pronto dejará de caber.

En la lejanía observan el humo que asciende en forma de un extraño hongo. Toda la vegetación circundante se encuentra en llamas.

Ven figuras que se opacan por el fuego pero no los notan. El trío se acerca y sin temor al enfrentamiento se preparan para atacar.

Desenfundan sus armas y las blanden sin reparos. Se mueven y eliminan con cada movimiento un par de aquellas desdichadas criaturas.
Ingresan directo por el que en algún momento se trató de un pequeño puesto de control, pero el cual ahora, no para su sorpresa, se encuentra completamente destruido.

Segundos después, son golpeados por la macabra escena cual martillo sobre un yunque. Sacudiendo todo su ser desde sus cimientos y amenazando con derrumbar sus corazones. Océanos de carne, viseras y fuego inundan las calles de su aldea. Algunos campesinos, postrados y más allá de resignados tiemblan y esperan su turno de ser torturados y asesinados. Mujeres, de todas la edades y tamaños, se encuentran desnudas y sin vida, siendo presas de los infames deseos carnales de sus agresores.

La mente de Máximo se nubla. Algunos Trasgos y Orcos se enfocan vagamente en el trío de humanos cuya presencia es completamente ajena a la carnicería pero con rapidez regresan a sus andanzas. El joven se sorprende y emprende el camino sin mediar palabra en dirección a la casa de Vanessa; William se acerca a las riendas del caballo de Michael y las toma con fuerza, obligándolo a perseguir al ya lejano Máximo.

Atraviesan por hordas incontables de bestias, acabando con solo aquellos que se interponen en su camino. Grandes lágrimas caen sobre el rostro de ambos jóvenes, uno por la impresión de ver a su ciudad destruida, otro por conocer, aparentemente, el destino de la persona a quién más ama.

Sabe muy bien que su sueño, ya lejano, fue más que un vaticinio, pues en pocas palabras, se trató de una muestra corta pero concisa, del futuro que le esperaba. Tiene sentido. Sus visiones al respecto de Dryan y del Tigre alado se cumplieron, y por lo tanto, está seguro, muy dentro de sí, que está no será la excepción.

Avanzan por un entramado de calles impropias, calles contaminadas por sangre y miseria completamente contrarias al antiguo espíritu tranquilo de la ciudad. A su paso, observan personas que intentan resistir desesperadamente bajo la escasez de luz que permea aquellas calles o que tratan de esconderse dentro de la aparente seguridad que brinda su propia morada. Quizás en busca de un poco de suerte que les asegure el éxito y a su vez la supervivencia.

No tardan mucho en empezar a vislumbrar los jardines y la casa, ahora en llamas de Vanessa. Máximo desacelera y entiende que, al fin y al cabo, llegó tarde. Observa, después de unos cuantos pasos, algunas estacas enormes sobre la que reposan cabezas cercenadas. En la de la mitad, indudablemente la de Erza y a su lado, la de su amada.

Un escalofrío recorre su cuerpo y lo obliga a tambalearse; Michael, a toda prisa, se ubica junto al caballo de Máximo y lo toma con fuerza del hombro. Con un tono sereno, extraño para su juventud y el contexto menciona: -Tenemos que irnos, no podemos permanecer más tiempo aquí. Debemos hallar a padre y a madre.

Máximo asiente sin vida y se limita a marchar tras Michael, William despeja el camino acribillando algunos Trasgos que son atraídos por el sonido del galopar de los caballos.

Y así avanzan, entre tumbos, muerte y destrucción. Asombrados por la hecatombe que pueden causar hordas y hordas de monstruos sobre la población indefensa. El espíritu, ya quebrado del líder del grupo, no le permite socorrer u ordenar si quiera, que lo hagan por nadie. La vida de momento, solo lo obliga a continuar con su amarga marcha, en busca del segundo pero certero golpe, que le tiene preparado el destino.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora