XXI. El Zorro en la Oscuridad

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Los días, luego de no encontrar pistas en el lago, transcurren con una tranquilidad absorbente. La caza ocasional saca al pequeño grupo de tres de un aburrimiento catatónico.

La relación entre los hermanos y el único sobreviviente de los soldados destinados a la cuadrilla se ha deteriorado, pero no lo suficiente como para que haya enfrentamientos.

Buscar la respuesta sobre sí podían haber ayudado a Dryan, pronto fue relegada al olvido: aunque la respuesta hubiese sido afirmativa, nada podría cambiarse; el hombre permanecería muerto con la cabeza separada del cuerpo. Por esto, decidieron continuar moviéndose justo en medio de las enormes cadenas montañosas, sin pensar de nuevo en el tema o repartir culpas inexistentes; aunque la inquietud de ser el siguiente seleccionado en portar las esferas negras y el olor a azufre siguiera presente.

Máximo, luego del fracaso con las pistas, fijo su rumbo en dirección Este; obedeciendo de una buena vez la recomendación hecha por los centinelas.

El imposible bosque que no permitía el desplazamiento de los caballos con tranquilidad, empieza a ceder lentamente y se transforma en una especie de pantano con mucha vegetación marchita. Así, los senderos con vegetación se hacen escasos; indicándoles de manera inequívoca que, de continuar con esa ruta, se estarían acercando al sitio en donde encontraron los vestigios de la magia que vinieron a investigar.

William y Máximo cabalgan emocionados por el avance evidente; haber perdido esos días en el infructífero viaje al lago no los alegró mucho. Por el contrario, a Michael, se le ve inquieto y angustiado, sus movimientos son erráticos e imprecisos por lo que frecuentemente sus compañeros tienen que llamarle la atención para evitar que se atrase o se equivoque de camino.

William, harto del ambiente decide abrirse un poco y expresar algo de lo que piensa: para él, todo lo ocurrido con su amigo Dryan, solo se le puede atribuir a una cosa, a la magia. Una magia nunca antes vista que produce demencia y agresividad.

Según sus palabras, aquel hombre era un completo cobarde. Siempre poco dispuesto a las batallas y al asesinato, pero fiable y honesto como ninguno. Por eso, continúo, el ataque por la espalda, y mucho más a uno de los suyos, no se encontraba en su palmarés.

Máximo evalúa la posibilidad por unas cuantas horas. Parece concordar con la conclusión apresurada a la que llego en esa noche de batalla; y le resulta convincente el tema de que Dryan, en días pasados, no era un loco traicionero.

Recuerda como esa extraña pero siniestra aura que los rodeaba desde que empezaron a internarse en el bosque, se fue desvaneciendo con el pasar de las noches y parecía ser absorbida por el cuerpo Dryan, dejándolo en un aparente estado peligroso.

Por último siente que, hasta la notable ausencia de fauna que había en la zona podría atribuírsele a este fenómeno. Quizás las criaturas en un esfuerzo desesperado por alejarse de la maldita sensación, terminaron dispersándose a otros terrenos más al norte o quizás simplemente enloquecieron y se mataron unos a otros.

Fuese como fuese, el joven decide darle la razón a William y no meterse con la memoria de su amigo fallecido.

Tal concesión aminoro las asperezas y pudieron continuar viajando de forma lenta y precavida bajo un reluciente sol que en principio lo cubre todo. No obstante, entre más se adentraban por un sendero algo más marcado que los demás, observaron como el sol desaparecía y daba paso a una espesura cargada de sensación de tristeza y muerte.

Tal espesura impregna el aire y a su vez contamina la vegetación y la marchita. Ahora son frecuentes los grandes troncos podridos desperdigados por doquier, lo que tiñe el paisaje de una notable y exquisita desolación.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora