XL. Decisión (parte 2)

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Los días continúan transcurriendo al interior de la caravana con una melancolía que no sentían en el campamento. La tristeza del colectivo hace eco y se potencia con cada pequeña interacción que tienen. El hecho de marchar a tierras extranjeras, dejando atrás un cumulo de recuerdos de su tierra y de algunos miembros de su familia que muy probablemente fallecieron horriblemente, hace que la marcha sea una especie de tortura emocional.


Algunos niños rescatados, van sentados como muertos en vida; sus cuencas negras y sus lagrimales adoloridos no les permiten derramar una lágrima más, aunque quisieran llorar para siempre.

Ahora que Máximo lo analiza, el destino fue más favorable para algunos. Observa la presencia de dos o tres familias casi completas; y aunque le cueste y se avergüence, debe admitir que siente celos.

Sigue sin entender por qué él tenía que perderlo todo justo en el momento donde su vida parecía encaminarse en dirección a la felicidad mientras que otros no. Pensamientos recurrentes le indican que quizás él este maldito; abandonado por sus padres al nacer y, recogido por fortuna, por dos maravillosos seres que inexorablemente terminaron pereciendo. Un hombre que siendo completamente ajeno a su debilidad y con la posibilidad de seleccionar a cualquier discípulo dentro de cientos dispuestos, vio en él, un don nadie, un futuro portentoso y lleno de gloria, el cual a la larga traería orgullo y visibilidad a su amada ciudad. Pesa en su alma el haber decidido tan tarde el cumplir con aquel destino tan anhelado por tan simpático pero afilado viejo soñador; y para el final, una mujer que lo amaba con absoluta convicción; completamente dispuesta a involucrarse con alguien sin apellido. Con una fiera determinación de hacerlo el mejor hombre posible; todo un personaje digno de admirar y con la capacidad de proteger a quienes amaba. Quería corresponder. Corresponder a su fortuna. Demostrar la gratitud que sentía en su corazón con cada uno de sus actos, pero al final, el destino jamás le dará el tiempo, ni mucho menos la oportunidad para lograrlo. ¡Al fin de cuentas, todos merecían algo mejor; un destino sin muerte ni agonía!

El joven se responsabiliza; el denominador común de todas las tragedias sufridas y protagonizadas por seres tan especiales resulta ser él mismo. Nadie que esté a su lado y quiera apoyarlo podrá estar a salvo de aquel sendero de muerte y destrucción. Realmente intenta no pensarlo pero se siente maldito. Maldito por la vida.

Michael y William viajan juntos sobre una carroza y han presidido la caravana desde el mismísimo inicio del viaje; mientas que el supuesto jefe, obstinadamente va a caballo en la retaguardia; únicamente acompañado por sus elucubraciones y por el incondicional Magnus. Todo aquél que haya intentado acercarse ha sido repelido por la ausencia y la apatía.

Cae la noche y el grupo se detiene para darles descanso a los caballos. Según estimaciones de William, están a medio día de llegar a Goldencity por lo que las provisiones no serán un problema. Máximo desmonta su caballo y lo amarra a unos cuantos pasos del árbol en el que piensa descansar. Michael y William imparten órdenes a los aldeanos quienes de mala gana corren a cumplirlas.

El joven observa detenidamente la escena. Observa a su hermano, dorado y noble como el sol junto al experimentado, gris y zagas William. Un temor indescriptible le aflora en el corazón. Temor por perder a la única persona que le queda en este mundo; temor por terminar arrastrando al crío a una muerte temprana bajo la inexorable marea de su destino o maldición. Siente la ambigüedad de ambos conceptos, pero en este momento realmente ya no le importa la diferencia. Al fin de cuentas, ambos parecen igual de malos. Se sorprende por el cariño que ha ido tomando por aquel hombre que los ha acompañado por un periodo de tiempo tan corto, pero que parece eterno; y termina sintiéndose nervioso por el hecho de arrastrarlo a él también.

-Quizás es momento de tomar una decisión, amiguito –menciona entre dientes mientras le acaricia la panza a Magnus. Una sonrisa melancólica se le esboza en el rostro. –Dime si no es fantástico que ambos se lleven tan bien. –continúa el joven con el soliloquio con la esperanza de que el Tigre lo aconseje pero la criatura solo se limita a morderle suavemente la mano.

<<Tendrás que perdonarme Padre, pero por su bien tendré que hacerlo>> se repite el joven en busca de la valentía que necesita mientras mira fijamente el basto cielo estrellado.

Temprano en la mañana Michael es despertado por el impaciente Astro. No comprende la urgencia pero de todas formas se levanta. Observa alrededor del campamento en busca de alguna agresor pero no encuentra nada. Solo los cuerpos sin conciencia de los aldeanos que hallan consuelo en sus sueños. Con cautela se acerca al durmiente William, el cual no para de emitir sonidos portentosos. Con un golpe lo despierta. El soldado sorprendido lleva su mano rápidamente al pomo de una espada ya sin filo que descansa a unos cuantos centímetros de su cuerpo.

-¡Tranquilízate estúpido! –Susurra Michael. El soldado se incorpora y con cara de pocos amigos menciona: -¿Por qué me haz despertado? Que yo sepa no teníamos planeado marchar tan temprano ¿O sí?

-No, no es eso William. Astro me ha despertado muy inquieto; y tengo la sensación de que algo no está bien.

El soldado cambia de expresión y se enfoca en la vegetación uniforme y escasa que los rodea. No puede ver nada fuera de lo común por lo que rápidamente se tranquiliza. –Tal vez solo tenga hambre, Michael. No veo nada extraño.

El chico guarda silencio y niega con la cabeza, mientras William continúa: -¿Ya le dijiste a Máximo? Digo, sé que ambos no han tenido sus mejores días y esto es especialmente cierto para él... pero sigue siendo el jefe después de todo.

El rostro de Michael se endurece, ha sentido como lentamente Máximo se aparta de sus responsabilidades y toma distancia de la gente por la que antes peleó. –No, no lo he hecho. He venido directamente contigo. Supongo que aunque le informara de esto a mi hermano, no le prestaría atención ni por un segundo.

William sonríe con pena y eleva los hombros; no duda ni por un instante de la conjetura a la que llegó Michael, pues salvo que haya algo que los ataque directamente no se involucrará en nada, o al menos eso ha podido inferir. Acto seguido emite un largo bostezo con el que expulsa por completo la somnolencia que lo acongoja y se llena de ánimo para terminar el viaje.

-Bueno, como sea; ya que estamos despiertos y el sol ya ha salido, ¡Es hora de partir, todos arriba!

Michael,mientras presencia como los aldeanos despiertan y emprenden la recogida de laspocas cosas que llevan con notable flojera y mucho desánimo, busca entre lostroncos de los árboles la presencia de su hermano, pero no lo encuentra. Correa toda prisa al último árbol dónde lo vio recostado la noche anterior, peronada; solo halla unas pequeñas palabras marcadas en el tronco del árbol que dicen"Te protegeré, hermano".



Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora