XLVII. Derrota

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El trayecto al castillo es tranquilo y silencioso. Michael ha decidido no preguntar nada al respecto de aquel tipo. Siente que ninguna de las dos estaría muy cómoda hablando sobre el tema por lo que el silencio es la mejor opción. Las hermanas permanecen apáticas y ensimismadas.

Al llegar ambas parten en dirección a sus aposentos sin mediar una sola palabra. Ruan, quien permanece de pie en el recibidor, extrañado por la escena, espera a que las jóvenes asciendan por las escaleras para preguntarle a Michael: -¿Qué les pasó a las señoritas? Espero que no haya sido una pelea...

-Nada de eso, Ruan. Todo se desenvolvía tranquilamente hasta que fuimos interceptados por un hombre que aunque bien parecido, es ruin y asqueroso como ninguno. Si mal no recuerdo, responde al nombre de Gardel. En resumen, el sujeto intentó causar problemas, pero afortunadamente las hermanas no permitieron que calara en mayor cosa. Para serte honesto aún no comprendo cómo esta situación no termino en un conflicto... Especialmente por el temperamento que ostenta la mayorcita.

Ruan guarda silencio e intenta disimular una mueca de asco y enojo que se ha arraigado profundamente en su rostro. Michael, con duda pregunta: -¿Sucede algo Ruan? Ya te lo he dicho, no tengo nada que ver con el ánimo de las señoritas.

-No es por ti, joven Michael. Es por el maldito de Gardel. Él, con su apellido, ha hecho todo lo posible para ir presionando lentamente al Señor Richard. Su objetivo es que ceda y que le termine entregando en matrimonio a la señorita Elena.

-Y ¿Cuál es el apellido de tan estimado caballero? –Pregunta Michael con notable repugnancia.

-Es un Wayland... miembro lejano de la familia Imperial.

Michael guarda silencio conmocionado, siempre pensó que los miembros de la familia Imperial serían honorables y orgullosos, dignos representantes del Imperio... pero la realidad tristemente en este caso, está bastante alejada de sus expectativas.

-En fin. Si no es más, me retiro joven Michael. Si tienes alguna inquietud o petición no dudes en llamarme.

-Antes de que te vayas, quisiera preguntar ¿Dónde puedo practicar con la espada? No creo que sea una buena idea que lo haga dentro del castillo.

-Depende. Podrías hacerlo aquí afuera o podría llevarte a la pequeña arena que queda en el antejardín.

-¿De qué dependería? –Pregunta Michael interesado principalmente en la arena. Siente que el castillo jamás parará de sorprenderlo.

-Pues depende de qué clase de entrenamiento estés planeando, ¿Necesitas a alguien con quien hacerlo o por el contrario vas a hacerlo solo? De necesitar a alguien, le diré al señor Gobernador que envíe a algunos soldados para ello. También deberás acompañarme a la arena pues allí seguramente se enfrentarán.

-La verdad, ahora que lo pienso me sería útil pelear con alguien. Tanto tiempo sin actividad seguro terminará pasándome factura y entorpeciendo mis movimientos. –Contesta el chico entre risas.

-Entonces, por favor acompáñame. Te dejaré en la arena mientras acudo ante el señor Gobernador.

Michael asiente y camina tras el mayordomo sin prisa. A su paso, atraviesan algunas puertas de madera alternativas del castillo; intuye que su recorrido, un tanto inusual, se debe principalmente a la espada que lleva sujeta en la espalda.

El antejardín es un sitio espléndido, porta una estructura cuadrada y semicircular repleta de flores rojas y amarillas, en cuyo centro se encuentra una fuente tallada en piedra diseñada para que las aves asistan a beber. A su lado, se puede observar una pequeña galería con una decena de asientos completamente cubierta, ideal para días lluviosos; la cual seguramente es utilizada por los invitados del Gobernador cada vez que decide crear una pequeña justa o torneo.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora