XIX. Llanura de los Condenados (parte 2)

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El grupo avanza durante horas bajo el constante sonido de pezuñas y relinchos. Pequeñas y grandes aves sobrevuelan y son apenas visibles por encima de las tupidas copas de los árboles.

Hay quienes aseguran que poderosas bestias voladoras siguen habitando en las cimas de aquellas cordilleras y que actúan como mensajeros del Dios de la destrucción sobre todo lo que se ciernen; pero, para Máximo y para muchos otros, aquellas criaturas legendarias, de existir, lo hicieron en una época sumamente remota.

Tan remota cómo para que los humanos no fueran, ni de lejos, la especie dominante; viéndose obligados a sobrevivir. Sobrevivir, día tras día, en oscuras cavernas implorando a Otis por no convertirse en comida cada mañana.

Michael opina distinto; considera que esos seres continúan existiendo hasta el presente, solo que con su población mermada y al borde de la extinción. Piensa que por esa razón, aquellas existencias decidieron migrar a sitios lo suficientemente alejados de la humanidad como para intentar recuperarse.

Ajeno a cada una de las consideraciones, el hecho cierto es que desde hace más de un centenario no se tienen registros de ataques de bestias voladoras; lo que permite inferir que todas las criaturas, amas y señoras del aire, o bien desaparecieron o se mudaron para nunca más volver.

— Señor, ¿quizás podemos descansar? Empieza a oscurecerse y los caballos están sumamente cansados. —Sugiere William con cortesía. Ha sido él quien más ha tratado de aminorar el ánimo sombrío.

El líder asiente y ordena a Dryan que levante el campamento, le asigna la tarea más trabajosa por su descontento anterior. A William y Michael les ordena que exploren el terreno circundante; puso especial énfasis en la necesidad que tenía el grupo de que aquellas barridas fueran lo más cuidadosas y detalladas que se pueda.

No quería repetir las consecuencias de desmeritar las huellas dejadas por las criaturas de la zona.

— Más te vale que explores bien, pequeño mocoso petulante. —Le dice William a Michael con ganas de estirar un poco los músculos.

— Más te vale que empieces a preocuparte por tu trabajo, soldadito de mierda.

Con eso dicho, la expresión de Máximo cambia y se queda aturdido. No sabe muy bien sí ordenar que se detengan.

>> Con tu edad, seguro que llevas muchos años sirviendo —retoma Michael con una sonrisa provocadora—, y sin embargo, no portas los honores de al menos un suboficial. ¡Que desastre! ¡Yo, no podría volver a mirar a nadie a la cara luego de inquirir a otros que se tomen en serio su trabajo cuando yo mismo no lo hago!

William se acerca a Michael bajo la mirada atónita de Máximo y de Dryan. El líder ya se lleva la mano a uno de los cuchillos arrojadizos que guarda en el estuche de cuero para arrojarlo. Apuntaría al brazo del soldado. No permitiría que William le hiciera daño a su hermano, aunque claramente fue él quien lo provoco.

El soldado, justo cuando se encuentra a rango del joven que lo mira con desprecio, inicia a reír estrepitosamente. De buena gana, le dice:

— ¡Me gusta tu actitud, mocoso! —Mientras le tiende una mano y observa con mirada pícara el rostro de Máximo.

Michael se ríe y le toma la mano con firmeza en lo que Máximo emite un suspiro. Una confrontación de esa naturaleza, seguramente condenaría al fracaso la misión.

Dryan, tuerce los ojos y retorna a sus actividades. No vuelve a mirar en dirección de sus compañeros que continúan sumergidos en bromas y conversaciones sin sentido mientras barren la zona.

Al que sí observa es a Máximo. Siente una ira extraña que anida en las profundidades de su ser. Odia tener que estar sometido a las órdenes de aquel desgraciado y arrogante muchacho y se sorprende al encontrarse soñando con acabar con su vida en el primer momento de descuido.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora