XX. Llanura de los Condenados (parte 3)

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El grupo duerme plácidamente con el arrullo constante emitido por el sonido de la fogata extinguiéndose. Desde que se internaron hace un par de días, la ausencia de en la zona de bestias, animales, e insectos se ha convertido en una especie de hecho recurrente. Mismo que se traduce en un silencio absorbente perfecto para descansar.

En algún punto de esa fresca noche, Dryan despierta, aunque no puede moverse. Agitado y con la respiración irregular, observa algunas esferas diminutas de un color negro azabache que no paran de revolotear a su alrededor. Van y vienen, como partículas de polvo en medio de una ventisca de verano.

Dryan intenta gritar, pero no lo consigue. <<¿¡Qué me está pasando?!>> Se pregunta cerrando los ojos con la firme intención de concentrarse en su respiración para tranquilizarse.

Lo consigue, aunque no por mucho: las esferas negras se encaminan a su oído y de golpe empiezan a susurrarle cosas, cosas raras y mal intencionadas. Lo incitan a ejecutar sus más viles pensamientos.

— Hazlo... —Susurran—, mátalos. Mátalos a todos. Tú puedes hacerlo, Dryan. Están condenados. Te subestiman, por lo que debes castigarlos. ¡Hazlo! ¡No te resistas!

El hombre palidece y su mente consciente, pendiendo de un pequeño hilo, sobrevuela y desaparece.

El cúmulo de esferas aumenta con cada respiro y susurran en su oído cada vez con más fuerza y velocidad. No se detienen hasta convertirse en un barullo de improperios y malos deseos.

El tiempo ha perdido todo significado. Teme que los gritos constantes lo hayan dejado sordo. La cabeza le duele y la boca le sabe a metal.

<<Cuanto más tengo que soportarlo>> piensa aguantando las ganas de llorar.

— Nada. —Explica una voz que se aparta de la cacofonía—. Solo acéptame, Dryan. ¡Acepta lo que mereces!

Dryan, resignado e impotente, deja de bloquear el pensamiento y decide aceptar sus instintos. El dolor mengua en su cabeza y consigue volver a respirar con normalidad.

Entre tanto, las esferas, entendiendo los deseos del sujeto, se aproximan a su rostro e ingresan en su cabeza en forma de un cúmulo aleatorio. Él, aunque no lo ve con claridad, tiene la leve impresión de que su cuerpo las está absorbiendo. Y es que cada pequeño punto que desaparece trae consigo una extraña sensación de euforia y placer que se desplaza desde su coronilla hasta los dedos de sus pies.

Se sorprende cuando nota que el color negro se ha apoderado de su consciencia apartándolo de las quejas internas que tenía con anterioridad.

Así, la sorpresa pronto le da paso al regocijo. Desea entregarse abiertamente a sus deseos internos sin que importe nada más.

Los deseos de acribillarlos y de cortarlos en pedazos, sin excepción, retumban en su mente y le sacan una sonrisa. Sus instintos le indican que debe cortarlos en pedazos, de todas las formas y tamaños, para luego arrojarlos con desprecio por la espesura de todo el bosque; y así finalmente ser libre.

Ya no le importa la vida de su amigo William. Los años de compañía ya no le importan. Todos deben morir. Todos. Solo porque él lo desea.

Intenta levantarse para conjugarse en sus deseos de manera inmediata pero no puede. Las esferas, ahora pesadas y eléctricas, se siguen juntando para ingresar en su cuero sin parar.

Con el pasar del tiempo, la lucidez despertada en su mente por el encuentro de su ser con las esferas, empieza a perder terreno; mientras que el tono negro y malicioso, lo gana sin prisa y lo sumerge en un sueño profundo.

Sangre de Dios: El Imperio. (Sin editar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora